Acaba de darse a conocer el fallecimiento de Fidel Castro. Su muerte no me produce alegría. Lo que me produce horror es recordar su vida. Es la vida de un criminal hambriento de poder e hinchado de arrogancia. El más antiguo tirano del mundo, con un reguero de dolor, de sangre y de miseria que se ha prolongado por más de 57 años ininterrumpidos, aunque en los diez últimos hubiera dado en herencia ese poder tiránico a su hermano.
Conquistó al poder gracias a la mentira, más que a las armas. Mintió a los cubanos y al mundo entero haciéndoles creer que su revolución daría más libertad. No llevaba ni semanas en el poder y ya estaba asesinando rivales políticos. No habían pasado muchos meses y ya estaba declarando abiertamente que Cuba se había hundido en la negrura del comunismo, del que sigue sin salir.
Habrá a partir de hoy quienes le rindan homenaje. No solo los que ven en Pablo Iglesias una reencarnación barata del tirano con barbas. También todos aquellos, como los ministros de Felipe González, que fueron en peregrinación a La Habana a dejarse humillar por un engreído que se divertía teniéndolos hasta la madrugada en la ansiedad de la espera, a ver si el comandante se dignaba pasarse un rato a reírse de ellos.
Fidel Castro no merece un homenaje, ni tampoco el olvido. Habrá que recordar siempre su maldad, para que su régimen se entierre con él, y para que Cuba sea al fin libre.
Merecen un homenaje millones de cubanos. Merece un homenaje Huber Matos, que combatió en Sierra Maestra y padeció luego décadas de prisión por negarse a aceptar a Castro como autócrata comunista. Merecen el recuerdo Armando Valladares, justamente reivindicado en un impresionante video del Becket Fund, como también todos los fusilados en los primeros años del castrismo, de los que casi nunca se habla. Merecen un homenaje quienes creyeron inicialmente en Fidel, pero tuvieron la decencia de decir en voz alta que era un criminal: Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante, Martha Frayde, y muchos más. Lo merecen los que sufrieron una persecución cruel, capaz de hacer arrodillar en medio de una multitud vociferante a María Elena Cruz Varela, y obligarle literalmente a tragarse los poemas que había escrito. Como justo sería hoy recordar, no al macho alfa asesino, sino al poeta Reinaldo Arenas, en visto de lo poco que de él se acuerdan los movimientos de reivindicación LGTB.
Hoy es el día de recordar a Oswaldo Payá, el valiente que tuvo el talento de agarrar la propia legislación castrista para forzar un cambio imposible, y que pagó con su vida la osadía. Vaya hoy nuestro homenaje a todos los encarcelados en la cacería de la Primavera Negra de 2003: el escritor Raúl Rivero, Alejandro González Raga, Omar Pernet, Regis Iglesias, Héctor Maseda, Martha Beatriz Roque, y un largo etcétera de hombres y mujeres valientes.
Homenaje lo merecen Blanca Reyes, Berta Soler, Laura Pollán y todas las Damas de Blanco, insólito testimonio de coraje y de inteligencia. Hoy es un día para homenajear, en fin, a Carlos Alberto Montaner, símbolo de la integridad, de la tenacidad y del talento, que no ha dejado ni un solo día de los últimos 57 años de hacer algo útil en favor de la libertad de su patria cubana.
Han sido muchas personas las que han muerto por culpa de Fidel Castro. Por culpa de un comunismo que a tantos europeos les ha servido para divertirse con una revolución que, vista de lejos, les daba una alegría al cuerpo. ¿Por qué tantos hablan del exilio cubano como si los culpables fueran los exiliados, y no quienes han convertido la maravillosa isla en un lugar invivible?
Yoani Sánchez, otra de las personas a las que debemos hoy recordar con respeto, hablaba de forma emocionante hace pocos meses de una historia triste. Triste y multitudinaria, porque es la historia de las últimas tres generaciones de cubanos. Millones de personas a las que el vanidoso Fidel Castro les ha dejado muy pocas alternativas: sufrir la represión, tirarse al mar, o aguantarse con una existencia estrecha de oportunidades y ausente de libertad.
Libertad para Cuba.