En los últimos días los españoles han visto en los medios a gente que ni siquiera se imaginaban que existiera. Concejales a los que les da risa el Holocausto, alcaldes que juran en nombre del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, tipos pintorescos que creen redimir a los humildes si las madres se ponen a fregar los suelos de los colegios. Y la gente se pregunta: ¿de dónde han salido?
Han existido siempre. Desde el comienzo mismo de la democracia estaban ahí. De noche pegaban carteles siniestros en algunas calles del centro de las ciudades. Pintarrajeaban en rincones oscuros la criminal A de los anarquistas. Se manifestaban en número de decenas de cuando en cuando e iban a alguna antigua base militar norteamericana. Nadie les hacía ni caso. No porque fueran pocos o ridículos, sino porque eran indeseables. Por antidemocráticos, por amigos de la violencia y por nostálgicos del crimen político, todos los partidos serios se cuidaban mucho de no que se les acercaran.
Así, hasta que el PSOE decidió que todo valía con tal de echar a Aznar. ¿Recuerdan cuando Zapatero y todo el PSOE se rodearon de manifestantes que llevaban banderas de la República y letreros llamando "asesinos" a representantes de la mayoría parlamentaria? Pues en esa hora del resentimiento y de la codicia de poder de la izquierda española es cuando dieron vida y respetabilidad política a los que ahora han llegado a gobernar en las principales capitales españolas.
La política de Zapatero y de todo el PSOE ha sido durante muchos años generar división entre los españoles. Por eso acogieron a todo extremismo. Por eso se manifestaron con quienes queman banderas de Israel, y quienes queman banderas de España. Por eso decían que hacer manifestaciones de acoso a la puerta de la casa de un político o empresario no era para tanto. Gracias a esa política el PSOE va camino de ser un pequeño apéndice de la extrema izquierda. Pero lo grave es que, como consecuencia de esa política, el resentimiento, el odio declarado y abierto, han pasado a ser un argumento admitido en el debate político español.
A veces las sandeces de Zapatero nos daban a todos la risa. Pero no tenían ninguna gracia. Tampoco debería darnos risa lo que Podemos está haciendo en estas primeras horas de lo que ellos creen que es su revolución. No son risibles. Ni tampoco son invencibles.
En España y en lo que conocíamos como el mundo libre se ha perdido la costumbre de combatir al extremismo revolucionario liberticida. El extremismo que ataca la libertad, invade la propiedad, y finalmente encadena al individuo, obligándole a ser parte indiferenciada de un colectivo. Creíamos que Lenin, Pol Pot o Mao eran historia, pero ahora vemos que está gobernando gente que los tiene como modelo. Muchos siguen creyendo que son chifladuras. No lo son, y a medida que se asienten en el poder lo irán demostrando.
Lo demostrarán si no encuentran resistencia. Lo que ahora España tiene delante es una confrontación de ideas. Ideas que deben ser superadas por otras ideas. Rehuir el pacífico combate ideológico es el peor de los caminos, porque conduce a la derrota con certeza y sin dignidad. ¿Qué son los de Podemos? Esencialmente, y más que cualquier otra cosa, antiliberales. Por eso su alternativa debería ser esencialmente, y más que cualquier otra cosa, liberal.