Empecemos constatando dos datos que deberían ser suficientes para la alegría. El primero es que un partido antinacionalista ha ganado las elecciones catalanas. Por primera vez, y después del loco intento de secesión, quien gana es Ciudadanos. El segundo es que, después de 37 años de presión diaria y total a favor del secesionismo, los partidarios de la independencia apenas pasan de 2.000.000, sobre un censo de 5.300.000. Qué fracasados tienen que sentirse Pujol y todos sus continuadores. ¿Dónde se ha visto un movimiento totalitario que en cuatro décadas tiene a más de la mitad de la población en abierta disidencia?
Dicho esto, los resultados de las elecciones catalanas del 21 de diciembre permiten que se forme de nuevo un Gobierno secesionista, sin siquiera necesitar el voto favorable de la CUP. He ahí el fruto de la decisión de Rajoy de simular que aplicaba el artículo 155, cuando en realidad lo que hacía era inutilizar su aplicación. El "genial manejo de los tiempos" conduce indefectiblemente a la derrota y a la ignominia.
No van a tardar en escucharse voces que pedirán una solución de compromiso, un compromiso pactado que satisfaga a todos. Las primeras serán las voces mediáticas de la izquierda tradicional, seguidas inmediatamente por el PSC y el PSOE. Se unirán los nacionalistas hoy desorientados, pero añorantes del calorcito del rebaño. Poco a poco el coro levantará la voz: "Ustedes que pueden, dialoguen", dirán otra vez.
Y Rajoy lo hará. Lo hará porque en realidad siempre quiso hacerlo. Para todos, el 155 era un nuevo rumbo y una oportunidad histórica para desmontar la estructura de poder totalitario nacionalista. Para todos, menos para él. Para Rajoy el 155 era un fastidio al que con habilidad dio la vuelta para desactivarlo y dejarlo inservible. Mejor unas elecciones que un cambio de política. Y aquí estamos.
Rajoy no tuvo nunca voluntad de hacer otra política en relación con el secesionismo catalán. Por eso pretendió que jueces y fiscales hicieran el trabajo que corresponde al Ejecutivo. Por eso renunció a su responsabilidad constitucional convocando unas elecciones a sabiendas de que conducirían al punto de partida.
Veremos cómo lo disfraza. Vendrán comisiones de expertos y llegarán voces del exterior que animarán a lo que seguramente Rajoy ya tiene decidido hacer: retorcer la Constitución hasta que diga lo que no dice: que un referéndum pactado a la escocesa es la mejor solución.