Todavía a la hora de escribir estas líneas, desde las filas nacionalistas resuenan excusas, explicaciones, declaraciones... Todavía hay quien pretende dejar las puertas abiertas a todas las hipótesis. Les cuesta reconocer que lo que ha ocurrido en San Sebastián tiene una gravedad incalculable. Todavía hay quién, desde el PNV y desde el Gobierno vasco, ha intentado apurar al máximo la posibilidad de un accidente. Y es que les cuesta reconocer que hemos vuelto a traspasar el límite de lo admisible. En primer lugar, por supuesto, por el asesinato de una persona inocente y por la gravedad de las heridas de un pobre crío de poco más de un año. Pero es que, en esta ocasión, hay una vuelta de tuerca más: es la salvajada que significa dejar un pequeño juguete en un bar, abandonado, sin destino concreto. Cualquier persona, y previsiblemente cualquier chaval, puede ser el destinatario de esa miniatura de bomba.
Todos sabemos que ETA sólo sabe asesinar. Habitualmente mata con nombre y apellidos, en otras ocasiones ha matado a “bulto”. Pero en esta ocasión ha ido más allá. Utilizar un “juguete-bomba” es entrar en una dinámica perversa, es colocar una trampa en la calle y esperar para conocer quién va a ser la víctima inocente y desconocida que pica en el anzuelo. Es la degradación más brutal que podíamos espera. Es el resultado de una vida sin escrúpulos y también sin objetivos políticos. ¿Adónde quieren llegar? ¿Qué objetivo tiene todo esto?
En acciones como esta, la culpa es de ETA. Pero no puede caer en el saco del olvido la actitud del Gobierno vasco de consentimiento al terrorismo callejero durante años. Estos son los maravillosos frutos de los “chicos de la gasolina” de Arzalluz. Es verdad que, en esta ocasión, desde el nacionalismo vasco se ha condenado lo ocurrido. Es cierto que se han convocado movilizaciones. Pero también es cierto que han apurado al máximo antes de aceptar una realidad incontestable. El Gobierno vasco ha perdido mucho tiempo, muchos años con los ojos vendados hacia el terrorismo. Está atrofiado políticamente, intenta reaccionar pero no puede. Y cuando lo hace, tímidamente, ya se encargan desde el más puro “fundamentalismo” dirigentes como Arzalluz o Egibar de recolocar las cosas en la situación inicial.
El “juguete-trampa” de San Sebastián, es el síntoma más claro de la degradación. Los terroristas ya sabíamos dónde estaban. Es el Ejecutivo de Vitoria el que tiene que reaccionar. El terrorismo callejero, alimentado ideológicamente en más de una “ikastola”, está ofreciendo ahora su cara más feroz. El rostro más cruel. Lo ocurrido en San Sebastián es el fruto de la desidia, del consentimiento, de la incapacidad del Gobierno vasco, que ha dejado de lado sus responsabilidades en el capítulo de orden público. El nacionalismo recoge ahora la terrible siembra que ha permitido durante años. Y es que ahora, quizá, Arzalluz empezará a caer en la cuenta de que los “chicos de la gasolina”ya no son tan chicos.
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