Manuel Pimentel ha reaparecido, y lo ha hecho con la artillería bien preparada: como quien ha destilado bilis despacio y durante tiempo. Pimentel se ha soltado el pelo y ha arremetido contra la gestión del Gobierno en la Ley de Extranjería. Entre otras cosas, ha acusado al Ejecutivo de crear un ambiente contra los inmigrantes que antes no existía; y también ha dicho que en el PP no todos pueden decir lo que piensan por miedo a que se tomen represalias.
Por lo que parece, Pimentel echa de menos el protagonismo en los medios de comunicación del que gozaba cuando era ministro. Se ha olvidado de repente de muchas cosas. Se ha olvidado de que su carrera política no hubiera sido nada sin la ayuda de Javier Arenas, que le cuidó, mimó y arropó. Se ha olvidado de que cuando aceptó ser Ministro de un Gobierno también aceptaba las reglas de un órgano colegial y que, por lo tanto, todas las decisiones –también las de su departamento— no eran personales. Se ha olvidado de la “metedura de pata” política que significaron los sucesos de El Ejido, cuando se arrogó competencias que no eran de su Ministerio, sino de la Junta de Andalucía.
Se ha olvidado de que el entonces Ministro de Administraciones Públicas, Ángel Acebes, tuvo que intervenir enviado por el propio José María Aznar para evitar que el protagonismo de Pimentel lo echara todo a perder.
Se ha olvidado de que en España, cuando se dimite, todavía se suele dar la cara. No se hace por teletipo y a pocas semanas de unas elecciones generales, como hizo este joven ministro que no tuvo la gallardía de decir las cosas a la cara de su “jefe”, a la sazón José María Aznar, que es quien al fin y al cabo le dio la confianza.
Dicen incluso los más críticos que Pimentel no fue mal ministro; pero eso muy relativo. Quien no sabe trabajar en equipo no entiende de política, y menos de estar en un Gobierno.
Si Pimentel quiso dejar la política, es su problema. Si quiere escribir novelas, todos le deseamos que tenga mucho éxito. Pero ya que no supo dimitir a la cara, que deje en paz a los que le ayudaron a llegar donde llegó. Es, simplemente, una cuestión de estilo.
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