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Ignacio Moncada

¡Que lo haga otro!

Para obtener unos servicios que, por definición, sin la coacción del Estado la gente no estaría dispuesta a pagar, a cada ciudadano se le quita de media un 40% de lo que produce con su trabajo. Es como si hasta junio trabajáramos sólo para el Gobierno.

En un capítulo de Los Simpson, Homer se presenta a las elecciones a jefe del servicio de recogida de basuras de Springfield. Su campaña se organiza en torno a un eslogan que ridiculiza la idea central del socialismo: "¡Que lo haga otro!". A todo el mundo le gustaría poder vivir sin preocupaciones, con la única ocupación de dedicarse a disfrutar de la vida. Es humana la tentación manifestada por el cómodo personaje de Los Simpson, de pensar que lo mejor es esperar que los problemas de cada uno los solucione otro. Pero, aunque no lo parezca, esa es la causa por la que en cada tertulia política, en casi toda columna de opinión, cuando se detecta un problema se recurre a lo mismo: ¡que lo haga el Estado! Y a otra cosa.

Con ese planteamiento, el Estado ha ido expandiéndose con voracidad por todos los rincones de nuestras vidas. Desde las necesidades más básicas, como la alimentación, la vivienda, el trabajo o la salud, hasta abarcar actividades pertenecientes a la esfera del ocio, como el cine, la pintura o la danza. Los políticos han conseguido el control de prácticamente todos los ámbitos de la vida de los ciudadanos, ampliando su poder y el presupuesto del que disponen sin mostrar ningún límite. El resultado de ese proceso es el llamado Estado de Bienestar. Un gigantesco mecanismo de poder que parte de que los ciudadanos libres no sabemos administrar nuestro dinero, y que siempre nos vamos a equivocar al decidir sobre nuestras pensiones, la educación de nuestros hijos, los seguros de salud que queramos contratar o el cine que queramos pagar. Por tanto, lo tienen que hacer otros por nosotros: los políticos.

El País está publicando una serie de artículos analizando la crisis que está sufriendo el Estado de Bienestar en España. "La elevada tasa de paro español, agravada por la crisis económica y financiera, y el envejecimiento de la población están poniendo en jaque nuestro Estado de Bienestar", admite el diario. Sin embargo, a pesar de admitir la insostenibilidad del sistema, equivoca su diagnóstico al argumentar que la causa de la misma se debe a que el Estado aún no controla lo suficiente nuestras vidas. Que debe aumentar sus prestaciones, y por tanto, tiene que obtener más dinero retirándoselo a aquellos que son capaces de generarlo. A los trabajadores de sus nóminas y a los empresarios de sus ingresos. O sea, a todos.

Para obtener unos servicios que, por definición, sin la coacción del Estado la gente no estaría dispuesta a pagar, a cada ciudadano se le quita de media un 40% de lo que produce con su trabajo. Es como si hasta junio trabajáramos sólo para el Gobierno. Mucha gente tiene que trabajar 12 horas diarias en modestos puestos de trabajo y no pueden llegar a fin de mes, mientras son forzados a subvencionar la última de Almodóvar o la cúpula de Barceló en la ONU. Éste es el sistema que resulta al partir de la idea de Homer Simpson, de que los problemas no tienen que resolverlos los ciudadanos libres, sino funcionarios dirigidos por políticos. No es fácil asumir las dificultades del camino de la vida, y es comprensible caer en la comodidad a corto plazo. Pero es evidente que una sociedad no puede estructurarse en torno a esa cómoda idea. El insostenible y voraz sistema que se genera a partir de ese planteamiento devora nuestra libertad y esquilma nuestros bolsillos.

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