Rodriguez Zapatero se está convirtiendo en una especie de bufón internacional al que todo el mundo le ríe las gracias, pero al que nadie respeta ni le toma en consideración. Desde Washington al África subsahariana, pasando por Bruselas y el resto de capitales europeas, se sabe que al presidente del Gobierno español no hay que tomarle muy en serio, ni tampoco tratarle con mucha seriedad. La impotencia de nuestro Gobierno para contener la crisis migratoria actual está poniendo de manifiesto el naufragio de nuestra política exterior, incapaz de hacerse respetar en África e incapaz de generar la solidaridad de nuestros socios europeos.
Hoy el Gobierno va dando volteretas entre la cumbre de no alineados en La Habana y la alianza con las dictaduras en Teherán. A España sólo se la considera ya en el despacho de un cuestionado Secretario General de Naciones Unidas de inminente retiro. En Washington nuestro país parece haber desaparecido del mapa. En sólo dos años, España ha pasado de ser un competidor con el Reino Unido como aliado europeo preferencial de Estados Unidos a un aliado inconsistente que lo único que hace es generar problemas allí donde pisa, ya sea Cuba, Venezuela, Siria o Irán. La diplomacia norteamericana apenas puede mantener las formas con el Gobierno Zapatero, de hecho Bush ni siquiera contesta las llamadas del presidente español, aunque no pierde la esperanza en que España pueda pronto recuperar unas relaciones de normalidad y cooperación. No obstante, la principal preocupación que se respira actualmente en Washington respecto a España es que el proceso abierto de disgregación interna en nuestro país pueda degenerar en inestabilidad para todo nuestro entorno estratégico.
En la Unión Europea Rodriguez Zapatero genera sentimiento encontrados. Por un lado, Zapatero es un chollo siempre dispuesto a sacrificar los intereses de España en las difíciles negociaciones comunitarias. Se vio en los acuerdos finales para el Tratado constitucional y de forma aún más clara en la negociación de los fondos comunitarios. Es más, Zapatero siempre está dispuesto a cargar con la mochila que otros declinan, ya sea enviando tropas al Congo o en la reciente operación en el Líbano. Incluso sobre Gibraltar está dispuesto a encontrar un apaño que satisfaga a los británicos.
Pero al mismo tiempo Zapatero genera profunda desconfianza en algunas capitales europeas. La política migratoria de “papeles para todos” ha sido criticada abiertamente en Europa, especialmente por el Ministro del Interior de Francia. El afán intervencionista en la economía ha generado un enfrentamiento abierto tanto con Bruselas como con Berlín con motivo de la OPA sobre Endesa, una crisis que ha obligado a Zapatero ha rendirse, pero que ha dañado fuertemente nuestra imagen en Europa. La demagogia que el Gobierno sigue destilando en relación con la guerra de Irak nos invalida como un aliado fiable para el Reino Unido.
La crisis migratoria originada por la masiva afluencia de inmigrantes desde las costas africanas ha puesto de manifiesto que España no es ni siquiera respetada por los gobiernos de los países subsaharianos. España ha sido incapaz de lograr con ninguno de estos países un tratado de repatriación como los que Aznar pudo firmar en 2003 con Nigeria, Guinea Bissau o Mauritania. Pero lo que es peor aún, Zapatero ni siquiera logra que se cumplan los acuerdos que ya están firmados o los compromisos que se anuncian de forma solemne. Las sucesivas cancelaciones de repatriaciones a Senegal y algunos otros países han resultado bochornosas.
La situación en el norte de África no es mucho más esperanzadora. Con Argelia, nuestro principal suministrador de gas, las relaciones han entrado en una fase de mucha mayor frialdad, a la que no es ajeno nuestro cambio de posición sobre el Sahara, una tirantez que se plasmó en el plantón argelino a la cumbre euro-africana sobre inmigración impulsada por Zapatero. Marruecos, el aliado preferencial del Gobierno socialista, sigue sin cumplir el acuerdo de 1992 por el que se comprometió a readmitir a los nacionales de terceros países que lleguen ilegalmente a España y tampoco a los menores marroquíes no acompañados. El rey alauita se permite además cancelar sucesivamente las cumbres con Zapatero en función de su agenda.
Pero no todo es negativo en nuestra política exterior. España se ha convertido en un pilar fundamental en la defensa de la moribunda dictadura castrista. Estamos contribuyendo decisivamente al éxito de la revolución bolivariana, no sólo políticamente, sino incluso vendiéndole armas al coronel Chávez. Somos también un apoyo importante para la revolución cocalera de Bolivia, aún a costa de sacrificar nuestros intereses económicos en el país. Parece que estamos apoyando a Irán en su pulso nuclear. Si seguimos en esta línea podemos aspirar incluso a convertirnos en líderes del movimiento de los no alineados. Y, lo que es más importante, algunos líderes internacionales nos siguen riendo la gracia de la Alianza de Civilizaciones.
Ignacio Cosidó es senador del PP por Palencia y analista del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES)