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Ignacio Cosidó

Más allá del enredo

España se resquebraja en sus cimientos, en la concordia que había cimentado nuestra ejemplar transición democrática, en el orden constitucional que con tanto esfuerzo se había acordado en 1978

Lo más triste de este embrollo secreto y enrevesado en que se ha convertido la tramitación del nuevo Estatuto catalán es que el interés a corto plazo de unos pocos nos va a hipotecar por mucho tiempo el futuro a todos. El pacto PSOE-CiU era la única opción que quedaba a Rodriguez Zapatero para salir de la trampa en la que él solo se había metido, pero superado el obstáculo, puede seguir ahora su camino al precipicio al que nos conduce a todos.
 
El pacto Zapatero y Mas era previsible. El inquilino de La Moncloa necesitaba desesperadamente los votos nacionalistas para poder seguir instalado en el Palacio, su único objetivo político a corto, medio y largo plazo. El líder nacionalista necesitaba no con menos desesperación recuperar, si no el poder, sí la expectativa de llegar algún día a presidir la Generalitat, para mantener así unido ese conglomerado de partidos e intereses que es CiU. Ambos compartían además el interés en arrinconar a ERC y eliminar a Maragall.
 
El pacto ha silenciado además a los críticos de Zapatero dentro del PSOE y ha aliviado a unas bases socialistas que sinceramente no veían salida al embrollo en el que les había metido su líder, aunque está por ver si los volubles Bono o Ibarra no renuevan la ofensiva si surge el menor contratiempo. En CiU el mar de fondo es aún mayor. Más allá de la herida vanidad de Durán, al borde un ataque de celos, está por ver el efecto que genera en las bases convergentes la ducha escocesa a la que las ha sometido su líder, pasando del discurso de la más estricta intransigencia soberanista al entreguismo más excelso en la búsqueda del poder.
 
Como en la peor de las telenovelas, el desenlace final puede aún aportar algunas sorpresas. El enamoramiento entre Mas y Zapatero puede traer consecuencias inesperadas. Por el momento, ERC, amante despechada, parece que se resiste a asumir un papel de concubina destronada que le reserva Zapatero. El siempre imprevisible Maragall se resistirá también a ser expulsado del paraíso y está ya en la conspiración con Esquerra para arruinar la felicidad de la nueva pareja y tratar de quedarse presidiendo la "nación catalana". Es muy posible a su vez que los talibanes que rodean a Mas encabecen algún tipo de revuelta al primer síntoma de dificultades matrimoniales.
 
Pero por encima de las vanidades personales, de los intereses de partido, del fatuo juego de alianzas y traiciones, está en juego el futuro de Cataluña y el futuro de España. Produce una pena infinita observar la frivolidad con que unos y otros mercadean con nuestra convivencia, amenazan nuestras libertades, cuestionan los principios más básicos de nuestra Constitución, ponen en riesgo la democracia y atentan alegremente contra la unidad y la solidaridad de los españoles. Todos afanados en mantenerse a toda costa en el poder o cegados por conquistarlo sin darse cuenta de que van entre todos a hundir el barco.
 
España se resquebraja en sus cimientos, en la concordia que había cimentado nuestra ejemplar transición democrática, en el orden constitucional que con tanto esfuerzo se había acordado en 1978, en el principio de solidaridad que nos ha permitido a todos los españoles disfrutar de los mismo niveles de bienestar, en la igualdad que nos da a todos los ciudadanos los mismos derechos, en la democracia que había hecho realidad los mejores años de nuestra historia reciente.
 
Pero Cataluña se rompe también, civilmente, creando un abismo entre soberanistas y constitucionalistas, entre independentistas y españolistas, entre quienes sólo hablan catalán y quienes prefieren expresarse en castellano. La sociedad catalana consiente, entre indiferente y complacida, los delirios de un grupo de radicales que sólo pretende el control político de esa misma sociedad seduciéndola con la mística de una nueva "nación". Porque aún en mayor medida que un atentado a la unidad de España, el proyecto de Estatuto es un atentado a la libertad de los catalanes.
 
Es necesario poner fin a esta loca carrera de enredos en pos del poder. Ha llegado el momento de que alguien ponga el interés de España por encima de sus intereses electorales a corto plazo. Me temo que en la difícil coyuntura actual, ese actor no puede ser otro que el Partido Popular y la defensa firme, rotunda e inquebrantable que su líder, Mariano Rajoy, está haciendo de la libertad, la igualdad y la solidaridad de todos los españoles.

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