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Ignacio Cosidó

Las víctimas invisibles

Las víctimas del terrorismo son el colectivo al que más debe la democracia española. Probablemente no exista otro colectivo en el mundo que haya asumido su dolor y su sufrimiento con mayor dignidad.

Ayer celebramos en Carrión de los Condes un merecido homenaje a las vÍctimas del terrorismo: su ayuntamiento distinguió a su principal Asociación con el galardón Marqués de Santillana. Han sido tantos años en los que la sociedad española ha vivido de espaldas a estas víctimas que iniciativas como las de la corporación carrionesa resultan especialmente necesarias y loables. Un monumento recordará desde hoy en Carrión a las generaciones futuras el sacrificio de quienes dieron su vida por el mero hecho de no doblegarse a la dictadura del terror.

Siempre he creído que las víctimas del terrorismo son el colectivo al que más debe la democracia española. Probablemente no exista otro colectivo en el mundo que haya asumido su dolor y su sufrimiento con mayor dignidad democrática que las víctimas españolas. Jamás se dejaron deslizar por la fácil pendiente de la venganza y mantuvieron siempre su fe en la justicia como única reparación a tanto daño causado. Y nunca se dejaron arrastrar por el derrotismo y han mantenido viva la fe en la victoria de la libertad incluso en los momentos más difíciles.

Durante muchos años las víctimas del terror tuvieron que aguantar solas. Los guardias civiles y los policías asesinados en el País Vasco defendiendo la libertad de todos eran devueltos en décadas pasadas casi a hurtadillas a sus lugares de origen para ser enterrados en noches oscuras. La Administración se desentendía entonces de las familias de las víctimas como si nada hubiera ocurrido. La sociedad daba la espalda a este cada vez más amplio colectivo como si la España democrática se avergonzase de tener que soportar los efectos del terror.

Peor aún, sus verdugos recibían homenajes públicos en muchos pueblos del País Vasco y los asesinos daban nombre a calles o a parques ante la ignorancia e incluso el silencio cobarde de quienes creemos en la democracia. Por el contrario, las víctimas se convertían en víctimas invisibles para una sociedad que se resistía a tomar conciencia de su valor, de su sufrimiento y de la inmensa dignidad que representaban.

Por fortuna, todo eso ha cambiado. Hoy reciben un merecido reconocimiento público que nunca será suficiente, pero que las coloca al menos en un lugar visible en nuestra sociedad. Reciben también una atención por parte de las administraciones públicas que nunca podrá compensar su dolor, pero atenúa al menos en alguna medida los devastadores efectos del terror sobre ellos y sus familias. Y lo que es casi más importante, se convierten en héroes silenciosos que dan nombres a calles o plazas en cada vez más pueblos y ciudades de España y se erigen monumentos en su memoria, como ayer se hizo en Carrión de los Condes, que nos recuerdan a todos la inmensa deuda de gratitud que tenemos contraída con ellos.

Sin embargo, no basta ya con homenajes o reconocimientos. Las víctimas del terrorismo nos están pidiendo también hechos. Tenemos aún que mejorar la protección a las víctimas del terror aunque solo sea para que no tengan que convivir, a  veces en su mismo bloque de casas, con los asesinos de sus seres queridos una vez que éstos cumplen una condena que ha sido en ocasiones desproporcionadamente corta en función del daño que han causado. Aún hoy existen calles que llevan el nombre de algún terrorista en lo que constituye no sólo una humillación para las víctimas sino una burla al conjunto de nuestra democracia. Aún hoy los cómplices políticos de los asesinos se sientan en las instituciones públicas y reciben el dinero de nuestros impuestos, que en ocasiones desvían para financiar sus actividades criminales.

Ayer Carrión de los Condes dio una muestra más de la nobleza de sus gentes con un acto sencillo y hermoso, lleno de significado democrático, de justicia y de dignidad. Las víctimas del terrorismo son hoy un patrimonio de todos los españoles que creemos en la libertad y todos estamos obligados por tanto a cuidar de ellas. Las víctimas han dejado de ser por fortuna ciudadanos invisibles para ocupar el lugar de honor que merecen en nuestra sociedad. Ellas constituyen, con su ejemplo y con su liderazgo, nuestra mejor arma moral para alcanzar la derrota definitiva de los terroristas que todos anhelamos.

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