En el balance de la legislatura que ahora termina pesan, aún por encima de los errores cometidos por el gobierno de Rodríguez Zapatero, las oportunidades perdidas. A estas alturas, en vez de discutir sobre el fracaso de la negociación con ETA, los españoles deberíamos estar celebrando la derrota definitiva de esta organización terrorista. En vez de estar debatiendo sobre el alcance que tendrá la crisis económica que se nos avecina, España debería congratularse por su ingreso en el G-9 de los países más ricos del mundo. En vez de dar explicaciones sobre nuestro fracaso escolar, podríamos celebrar la mejora de nuestra posición en el informe PISA. En vez de estar esperando una sentencia de inconstitucionalidad sobre el estatuto de autonomía de Cataluña, deberíamos felicitarnos por el nuevo consenso político alcanzado entre las dos fuerzas mayoritarias en torno a nuestro modelo de Estado. Y en vez de estar enzarzados en agrios debates sobre nuestro pasado más negro, deberíamos estar mirando al futuro con esperanza.
La derrota de ETA es sin duda la oportunidad más importante que hemos perdido en estos cuatro años. Para ello bastaba que el Gobierno hubiera perseverado en la política que de común acuerdo se había aplicado tras la firma del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Esa política hubiera continuado mermando la capacidad criminal de los terroristas hasta su práctica desaparición, habría cerrado por completo el círculo de su aislamiento político y social, los habría expulsado de todas las instituciones democráticas, habría cercenado todas sus formas de financiación, habría acabado totalmente con los actos de violencia callejera y habría reducido, en el peor de los casos, la cuestión de ETA a un problema menor en nuestra actual agenda política.
Un consenso renovado entre los dos grandes partidos en relación al modelo territorial habría permitido, a su vez, contener la deriva independentista a la que ha sucumbido buena parte de los nacionalismos periféricos, nos habría otorgado la oportunidad de afrontar una reforma constitucional que blindara aquellas competencias del Estado más esenciales ante la voracidad mostrada por determinados gobiernos autonómicos y habría puesto coto al constante chantaje al que algunos grupos minoritarios someten al Gobierno de turno para garantizarle su supervivencia.
Un Gobierno que hubiera emprendido las reformas económicas necesarias no sólo nos habría situado en mejores condiciones para afrontar la crisis económica que se viene encima, sino que habría hecho posible relanzar un nuevo ciclo de crecimiento económico basado en la competitividad, en la innovación y en la fortaleza de nuestras empresas. España seguiría siendo así una de las economías más dinámicas del mundo, habría desarrollado uno de los sistemas fiscales menos gravosos y más eficientes para sus ciudadanos, habría modernizado de forma mucho más ambiciosa sus infraestructuras básicas y habría ingresado en el selecto club de las grandes economías mundiales.
Nuestro país habría mantenido a su vez su liderazgo dentro de la Unión Europea, como hizo en la definición de la Agenda económica de Lisboa, para exportar a la Unión las reformas y las políticas que habría ensayado con éxito en su propia casa, en vez de resignarse a ir a remolque de todas las iniciativas del hiperactivo presidente de Francia. Además, España se habría consolidado como un aliado preferente de Estados Unidos en Europa, reforzado así su liderazgo en la Unión, beneficiándose del potencial tecnológico de la primera potencia mundial, de su potencial diplomático y penetrando en mayor medida sus mercados. En Iberamérica el Gobierno español habría reforzado el fortalecimiento democrático, lo que quizá hubiera provocado ya la inaplazable transición en Cuba, y habría defendido con eficacia los crecientes intereses de las empresas españolas en ese hemisferio. España habría puesto, por último, mayor énfasis en la cooperación económica con las potencias emergentes en Asia.
Hemos perdido cuatro años sin duda muy valiosos para aprovechar todas estas oportunidades, pero tenemos ahora la posibilidad de recuperar en buena medida ese tiempo perdido. Aún estamos a tiempo de derrotar a ETA, de fortalecer un proyecto común de España, de dar el salto económico que necesitamos para superar la crisis y de volver a ser un actor internacional relevante en Europa y en el Mundo. Podemos haber perdido cuatro años, pero no hemos perdido nuestro futuro. Un futuro que debemos reemprender a partir del próximo mes de marzo.