Hace mucho tiempo que la izquierda europea carece de un modelo alternativo de sociedad. Incluso antes de la caída del Muro de Berlín, la mayor parte de los partidos socialistas europeos, incluyendo el español, renunciaron al lastre histórico que suponía el marxismo, aceptando, aunque fuera a regañadientes, los principios básicos del Estado liberal y de la economía de mercado. El socialismo obrero se reconvirtió así en un pretendido liberalismo social que se contentaba con retrasar o aminorar las agendas reformadoras de los llamados neoliberales de finales del pasado siglo.
Ya instalados en el Siglo XXI, el socialismo europeo ni siquiera puede mantener esa pretendida agenda social moderada. En el Reino Unido, la tercera vía liderada por Blair es en realidad un giro hacia posiciones radicalmente liberales, incluyendo privatización de servicios públicos, flexibilización del mercado laboral y una apuesta decidida por la Ley y el Orden. En Alemania, los socialdemócratas se disponen a participar en un gobierno liderado por los conservadores y que tiene en su agenda más inmediata una subida del IVA, el impuesto menos progresivo, y un recorte sustancial de algunos elementos del aún omnipresente estado del bienestar germano.
En España, el gobierno de Rodriguez Zapatero ha hecho algún gesto de política social, gracias a la abultada hucha que heredó de los gobiernos de su denostado Aznar, pero en lo sustancial el vicepresidente Solbes no se ha atrevido a tocar los fundamentos de la política liberal ejecutada durante ocho años por Rodrigo Rato y que tan buenos resultados había proporcionado y aún sigue dando. Una política que de hecho está dando síntomas de cierto agotamiento, pero que el actual equipo económico no sabe muy bien cómo modificar, más allá de la creciente financiación pública dedicada a investigación y desarrollo.
Habiendo sido totalmente derrotada en el terreno político de las ideas, la izquierda plantea ahora, al menos en España, una batalla en el campo moral de los valores, donde considera que sus posiciones pueden ser mayoritarias en una sociedad de vuelta de la modernidad. No se trata, en todo caso, de una confrontación entre valores distintos sino más bien de una lucha entre una política basada en principios y una política basada única y exclusivamente en el poder. El objetivo de la izquierda no es imponer unos valores alternativos de los que carece, sino destruir los valores sobre los que se sustenta su principal adversario electoral y sobre los que se articula además una sociedad civil limitadora por su propia existencia del poder absoluto al que aspiran.
La manifestación de este sábado en Madrid para oponerse a la contrarreforma de la Ley de Calidad de la Educación es un claro ejemplo de esta lucha de valores y trasciende con mucho a una cuestión meramente ideológica. Esa manifestación, como la que organizó el Foro de la Familia en contra del matrimonio homosexual o la que celebraron las victimas del terrorismo hace ya unos meses, ha constituido fundamentalmente una reacción de la sociedad civil ante la agresión del poder, una contestación que va mucho más allá de la mera lucha entre partidos. Ese es el mensaje más importante que debería comprender Rodriguez Zapatero.