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Ignacio Cosidó

La fuerza de la libertad

Las imágenes de votantes exultantes en Irak nos recuerdan sin embargo el supremo valor de la libertad y la fuerza transformadora que la democracia ejerce en las sociedades

Ayer celebramos en España un referéndum para votar el Tratado por el que se instituye una Constitución para la Unión Europea. Como estaba previsto, la participación fue baja. La precipitación en la convocatoria, el gran desconocimiento de la sociedad española sobre el texto que vota, el fracaso de la campaña institucional y la propia ausencia de confrontación entre las grandes fuerzas políticas, explican en parte ese previsible escaso flujo de votantes. Pero la abstención es también una enfermedad propia de la rutina democrática. En el último cuarto de siglo, los españoles hemos acudido muchas veces a las urnas para votar en libertad. A fuerza de usarlas, las urnas han perdido parte de la magia democrática que acompañó nuestra Transición.
 
Contrasta nuestra actitud de demócratas prematuramente envejecidos con las imágenes que nos llegaban de las primeras elecciones libres en Irak hace tan sólo unas semanas. Allí, ocho millones de ciudadanos arriesgaron literalmente sus vidas para ejercer su libertad. Por fortuna, en España no solo votamos en libertad, sino con paz y un grado más que aceptable de seguridad. También aquí los terroristas pretenden boicotear todo proceso electoral. Lo hicieron los terroristas islamistas en las últimas Elecciones Generales y lo intentará ETA en las próximas Elecciones Autonómicas en el País Vasco. Pero la capacidad de los terroristas en nuestro país no es por suerte comparable al calvario que cotidianamente se vive en Irak.
 
Las imágenes de votantes exultantes en Irak nos recuerdan sin embargo el supremo valor de la libertad y la fuerza transformadora que la democracia ejerce en las sociedades. El triunfo de los demócratas iraquíes sobre los terroristas, que pretendían hacer imposibles sus elecciones, tendrá sin duda un efecto positivo no sólo para Irak, sino para toda la zona del Gran Oriente Medio y para el Mundo en su conjunto. Antes que nada, las elecciones iraquíes representan un punto de inflexión en la espiral de caos y violencia en la que se había instalado el país tras la caída de la tiranía de Sadam Hussein. La derrota de los terroristas no será fácil ni a corto plazo, pero después del 30 de enero el camino de Irak hacia la democracia parece de difícil retorno.
 
Las elecciones iraquíes son además las terceras elecciones libres consecutivas que se celebran en ese complejo tablero geoestratégico que se define como Gran Oriente Medio y que abarcara desde Maruecos hasta Afganistán. En este último país se celebraron a finales de 2004 unos comicios que contra todo pronóstico, por la precariedad de medios y por la situación de inseguridad, constituyeron un gran éxito de participación. Poco después eran los palestinos los que tras el régimen corrupto y autoritario de Arafat celebraron unas elecciones que constituyeron otro gran triunfo de la libertad. Las elecciones en Palestina han dado a su nuevo presidente, Abú Mazen, la legitimidad y la fuerza necesaria para enfrentarse a los grupos terroristas antes amparados por Arafat y abrir simultáneamente unas negociaciones con Israel que puedan traer una paz duradera a la región.
 
Hay quién lleno de arrogancia piensa que la libertad es patrimonio de unos pocos pueblos elegidos, de una cultura, de una civilización o de una religión. Hay quién considera además que tratar de extender nuestros valores democráticos es un atentado contra esos pueblos, esas culturas y esas civilizaciones que no los comparten. Sin embargo, mi convencimiento es que la libertad es una aspiración universal que reside en lo más profundo de cada ser humano. Sólo la represión y la tiranía pueden contener esa ansia infinita de libertad que se encuentra en la propia naturaleza del hombre. Nuestra obligación es por tanto ayudar a todos aquellos que quieran alcanzar su libertad, combatir hasta derrotar a todos aquellos que quieren destruirla y contribuir a crear las mejores condiciones de prosperidad y seguridad para que el germen de la libertad pueda prender en todo el mundo.
 
España estuvo ausente de ese gran triunfo de la libertad que fueron las elecciones en Irak. El Gobierno español ordenó huir a nuestras tropas cuando su presencia era más necesaria para asegurar el nacimiento de su democracia. Nada tiene el castigado pueblo iraquí que agradecer a este Gobierno y sí mucho que reprocharle: el haber alentado, como denunció su Primer Ministro en su visita a la OTAN, a los terroristas con su retirada. Zapatero parece querer instalar a España en los márgenes de la historia, en oposición a la gran corriente de libertad que recorre hoy el mundo. El gran riesgo que corre es que sea la historia la que termine por arroyarle y la libertad la que le orille a él.

Ignacio Cosidó es senador del Partido Popular.

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