La muerte del dictador chileno Augusto Pinochet ha vuelto a poner de manifiesto la doble vara de medir de la izquierda española cuando se trata de juzgar y condenar las dictaduras. Comparto en buena medida todas las condenas que se han sucedido estos días contra el dictador fallecido, pero me sorprende que al mismo tiempo que se utilicen los calificativos más gruesos contra el régimen de Pinochet, hoy felizmente superado por una de las democracias más estables y prosperas de América Latina, se mantenga simultáneamente una defensa activa de un régimen igualmente brutal y antidemocrático como es la dictadura de Fidel Castro o se aliente a un régimen que deriva aceleradamente hacia el autoritarismo como la revolución bolivariana del coronel Chávez. Parece que para la izquierda española, las dictaduras catalogadas de derechas merecieran nuestra más enérgica condena, pero las dictaduras de izquierda necesitaran de nuestra comprensión y benevolencia.
Hace pocas fechas asistí en el Consejo de Europa a un debate en el que se solicitaba una condena de los crímenes del comunismo. El decimoquinto aniversario de la caída de los regímenes comunistas en los países de Europa del Este ofrecía una magnífica ocasión para que coincidiendo con la fecha de la caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre, se condenara la violación de derechos humanos cometidos por los regímenes comunistas y se rindiera homenaje a sus víctimas. Confieso que me sorprendió mucho que el Grupo Socialista en Estrasburgo votara en contra de esta resolución, especialmente porque se trataba de una condena de los crímenes del comunismo y no del comunismo como ideología, aunque debo admitir que me sorprendió algo menos que la defensa de ese voto negativo lo realizara un socialista español.
Esta doble vara de la izquierda española para juzgar las dictaduras me parece inadmisible. El compromiso con la libertad no admite hacer ninguna excepción con las tiranías de cualquier signo. Todas los regimenes totalitarios merecen no sólo nuestro repudio y condena, sino nuestro firme compromiso para contribuir en la medida de lo posible hacia una transición democrática. Este principio no puede ser alterado ni en función de nuestros intereses, ya sean económicos o políticos, y mucho menos en función de la afinidad ideológica que pueda sentirse con un determinado régimen.
La izquierda española haría bien si reorientara al menos una parte de la energía que ha exhibido para condenar la vieja dictadura chilena para combatir la hoy todavía vigente dictadura de Fidel Castro. Especialmente en un momento en el que se anuncia la proximidad del final de este tirano en activo, sería una excelente ocasión para ejercer la máxima presión por la libertad en un momento crítico para la transformación o la perpetuación del régimen comunista en Cuba. Es evidente que las posiciones contemporadizadoras e incluso cómplices que el Gobierno de Zapatero ha mantenido hasta ahora con el régimen castrista han resultado claramente contraproducentes para la causa de la libertad. El Gobierno español debería volver a una política de presión sobre La Habana y ejercer el liderazgo en la Unión Europea para realizar una contribución significativa en la esperemos que próxima transición democrática en Cuba.
Es preciso abandonar definitivamente la doble vara de medir que aún mantienen algunos para juzgar a las distintas dictaduras que por desgracia perviven en el mundo. España ha alcanzado hoy un lugar relevante entre las naciones más desarrolladas y debe desarrollar un papel importante en el progreso de la libertad en el mundo, especialmente en Iberoamérica donde nuestra influencia política y cultural es aún mayor. Pero para poder ejercer ese efecto democratizador es necesario un compromiso más firme de Rodriguez Zapatero con la causa de la libertad y abandonar definitivamente toda rémora ideológica de una izquierda nostálgica de un pasado totalitario felizmente superado.