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Ignacio Cosidó

Gobierno tambaleante

A Zapatero le da igual pactar con un partido de izquierda que con un partido de derecha, con un partido nacionalista radical que con otro nacionalista moderado. Su único objetivo es tener votos suficientes para seguir en el poder

Rodriguez Zapatero ha hecho dos voladuras controladas dentro de su proyecto político que por el momento no han derribado el edificio completo, pero lo han dejado tambaleando. La primera fue el despido de Bono del Gobierno, en lo que supone una ruptura definitiva con el PSOE histórico, aquellos socialistas que por encima de sus posiciones ideológicas mantenían una idea clara de la Nación y el Estado. La segunda fue la expulsión de ERC de la alianza parlamentaria que sustenta al Gobierno para tratar de sustituirla por una nueva alianza con CiU.
 
La salida de José Bono del Gobierno supone prescindir de la única voz crítica que existía dentro del mismo, especialmente en los dos temas estrellas de la agenda política de Zapatero: la reforma del modelo territorial y la negociación con ETA. Pero la salida del ex ministro de defensa supone también la pérdida de una referencia electoral para muchos votantes socialistas que se muestran desconcertados por la pendiente nacionalista en la que se desliza cada vez a mayor velocidad el PSOE.
 
Por el momento, solo aquellos que no tienen ya ninguna servidumbre al poder, como González o en menor medida Guerra, elevan un discurso crítico con una política que amenaza seriamente la viabilidad futura de nuestro país. Pero en la medida en que Rodriguez Zapatero pierda apoyo electoral, la rebelión puede ser generalizada. En mi opinión, son mayoría dentro del socialismo español los que siguen creyendo en una Nación única y en un Estado fuerte. Son mayoría incluso los socialistas que ven con preocupación, a pesar de haberlo votado, la aprobación de un Estatuto como el catalán o el dialogo con HB, pero todos ellos callan sumisamente porque Zapatero les garantiza hoy por hoy seguir en el poder.
 
El cambio de parejas parlamentarias puede ser aún más delicada de manejar que la propia crisis de gobierno. En primer lugar, porque quita todo perfil ideológico al proyecto de Zapatero. El pretendido progresismo de izquierda que tanto gusta mentar al presidente se desdibuja con la alianza de un partido profundamente nacionalista, pero situado más bien en el ámbito del centro derecha. Es más, en la medida en que el Gobierno deba pactar con CiU las grandes reformas pendientes, esos pactos pueden descafeinar en buena medida la agenda social de Zapatero.
 
En segundo término, este cambio de alianzas supone una clara contradicción estratégica entre el PSC y el PSOE. Para empezar, el nuevo pacto ha supuesto como primer pago que Zapatero haya entregado a Mas en bandeja de plata la cabeza de Maragall, para regocijo de Montilla. La traición ha sido como entregar a un hermano al enemigo. Zapatero debe a Maragall mucho como líder del PSOE y como presidente del Gobierno y pagarle con esta traición, más allá de su beneficio político, es una muestra más de la catadura moral del presidente.
 
Pero más allá del caso personal de Maragall, quién por otro lado se ha ganado a pulso su nuevo destierro político, aceptar a CiU como aliado en España supone dar en Cataluña por perdido el gobierno de la Generalitat. Eso será algo muy difícil de aceptar por los socialistas catalanes, pedirles que se tiren por la ventana del Palacio de San Jordi para que Zapatero pueda seguir cómodamente instalado en La Moncloa. Es más, si la aritmética parlamentaria, tras las anunciadas elecciones autonómicas, dan la posibilidad de reeditar el tripartito, la alianza del PSOE con CiU en el Congreso de los Diputados puede ser aún más efímera que la ahora frustrada con ERC.
 
Este improvisado cambio de parejas muestra a un Rodriguez Zapatero sin ningún proyecto político definido, más allá de aferrarse cada día al poder. Quien piense que este cambio de alianzas era algo planificado o premeditado se equivoca radicalmente. A Zapatero le da igual pactar con un partido de izquierda que con un partido de derecha, con un partido nacionalista radical que con otro nacionalista moderado. Su único objetivo es tener votos suficientes para seguir en el poder y tratar de aislar y destruir a su único verdadero enemigo político: el PP. 
 
En todo caso, el resultado final de esta doble voladura política es un gobierno más tambaleante. Primero, porque con su deriva nacionalista está poniendo en riesgo su base electoral tradicional. Segundo, porque la mayoría parlamentaria alternativa que está construyendo tras la ruptura con ERC es aún más inestable que la anterior. Todo ello pendiente además de que un resultado adverso del referéndum sobre el Estatuto en Cataluña pueda derrumbarlo precipitadamente.
 
 
Ignacio Cosidó  es senador del PP por Palencia

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