El Gobierno de Rodriguez Zapatero terminará por implosionar más pronto que tarde. Las contradicciones sobre las que se asienta el actual Ejecutivo son de tal calibre y de tanta trascendencia que es imposible que no se venga abajo todo el proyecto al menor contratiempo. Si este Gobierno de base imposible está condenado a caer, mejor que lo haga cuando antes. El único problema es que el estrépito de la caída no nos pille a todos debajo.
No se puede ser un partido que se apellida español y practicar una política nacionalista de desmantelamiento del Estado y negación permanente de la Nación española. Cegado por su tactismo, Zapatero pensó que la única posibilidad de llegar a La Moncloa era aliarse con los nacionalismos periféricos, preferentemente de izquierdas. Por eso su bendición previa al tripartito catalán y sus posteriores pactos con los independentistas republicanos. Ahora, con tal de mantenerse en el poder, Rodríguez Zapatero está dispuesto a desinventar España.
La base electoral socialista se mueve así entre su satisfacción por haber vuelto al poder y su preocupación por la deriva nacionalista que va escorando a su Gobierno. Hay una gran mayoría de socialistas que comparten de buena fe el discurso españolista de Guerra, Bono, Ibarra y otros muchos líderes locales. Estos militantes y votantes se muestran cada vez más perplejos e incluso indignados ante las continuas cesiones de Rodriguez Zapatero a los nacionalistas. Es más, las comunidades donde la mayoría socialista es más abrumadora son precisamente aquellas que más dependen de una política de solidaridad interterritorial que la reforma del modelo de Estado que está impulsando el actual Gobierno pone en serio peligro. Este debate territorial desbocado que ha propiciado Zapatero puede, de hecho, quebrar al PSOE por dentro una vez que no se disponga de la amalgama del poder.
La segunda gran contradicción es que no se puede estar alardeando permanentemente de ser un partido de izquierdas y practicar una política económica de derechas, por éxitosa que esta haya sido. Esto es algo que ERC, más aún Izquierda Unida, le van a recordar al Gobierno en el próximo debate presupuestario. Es el famoso giro social que reclama Llamazares y que cuesta un billón de las antiguas pesetas. Para los comunistas, ser de izquierdas es algo más que retirarse de Irak, casar homosexuales e insultar a la derecha. Todo eso está muy bien, pero ellos quieren algo más. Quieren más sector público, más subvenciones, más gasto social.
Con un presidente que no sabe decir que no y un Gobierno que necesita los votos de los comunistas para subsistir, al vicepresidente económico, Pedro Solbes, le esperan días difíciles. Las contradicciones entre los socialdemócratas pragmáticos y los socialistas de izquierda dentro del PSOE harán imposible que este Gobierno mantenga una política económica coherente. Serán los aliados parlamentarios del Ejecutivo los que terminen inclinando la balanza hacia una política de izquierdas que se ha demostrado desastrosa para el desarrollo allí donde se ha practicado.
La tercera contradicción tiene que ver con los valores. La traición a la idea de España que tradicionalmente ha defendido el PSOE junto a la quiebra ideológica de la izquierda en su modelo económico ha obligado al PSOE ha abanderar un radicalismo exacerbado en materia social como única seña de identidad propia. Así, el Gobierno ha tomado iniciativas como el matrimonio homosexual o la devaluación de la enseñanza religiosa en la escuela que chocan con una parte de su electorado, la más moderada, que en muchos casos sigue definiéndose católica y llevando a sus hijos a colegios concertados e incluso privados. En la medida en que Rodriguez Zapatero continúe en esta línea de radicalidad, abordando nuevos debates como el de la eutanasia o continuado con sus ataques a la Iglesia Católica, esas contradicciones se irán agrandando.
Ignacio Cosidó es senador del PP.