Zapatero ha venido realizando una purga silenciosa en los últimos años dentro del socialismo español. Todo aquel con capacidad no ya para rivalizar con el líder, sino simplemente para mantener un criterio propio sobre cualquier asunto ha sido sistemáticamente relegado de los órganos de poder del partido. La proximidad al Secretario General, su grado de afinidad con él o incluso la simple amistad, ha sido el único criterio para designar cualquier puesto de responsabilidad en el Partido, en el Congreso e incluso en el Gobierno de España. En este contexto de nepotismo creciente, una nueva generación socialista está ocupando los principales puestos de poder apadrinados por Zapatero. Es la generación ZP, representada por Leire Pajín, Bibiana Aido o Eduardo Madina, por citar sólo algunos.
Hay algunos elementos comunes en esta nueva generación de dirigentes, aunque como en todo grupo humano hay siempre diferencias entre las distintas personas. En primer lugar, su extrema juventud para ocupar algunas de las responsabilidades que han asumido. Tiene su lógica. Estos jóvenes y "jóvenas", que diría Bibiana, están llamados a protagonizar un proyecto revolucionario de transformación de España y resulta evidente que los proyectos revolucionarios siempre requieren un recambio generacional. Si Zapatero pretende protagonizar una segunda transición en nuestro país necesita gente que no tenga ninguna experiencia vital ni consideración histórica de lo que fue el gran éxito de la transición a la democracia. Frente al espíritu reformista y moderado de quienes protagonizaron también desde la izquierda los primeros años de la democracia en España, nos encontramos ahora con una ruptura de aquel gran pacto en la nueva generación socialista que repudia precisamente el espíritu de concordia que lo hizo posible.
Una segunda característica de esta nueva generación es el culto al liderazgo de ZP. "Les sugiero que estén atentos al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta: la coincidencia en breve de dos presidencias progresistas a ambos lados del Atlántico, la presidencia de Obama en EEUU y Zapatero presidiendo la UE. Estados Unidos y Europa, dos políticas progresistas, dos liderazgos, una visión del mundo, una esperanza para muchos seres humanos". La frase, más allá de la hilaridad generalizada que ha producido en toda España y parte del extranjero, es un buen exponente de un culto desmedido a la personalidad de un ZP visto poco menos que como el nuevo salvador del universo.
En tercer lugar, su radicalidad ideológica. Una ideología que tiene como elementos fundamentales un pacifismo militante que niega el derecho de cualquier democracia a defenderse de sus enemigos, un antioccidentalismo que les crea un sentimiento de culpabilidad por haber nacido en el lado equivocado, un anticlericalismo agresivo que hace del catolicismo la causa principal de todos nuestros problemas, un relativismo moral absoluto que les lleva a abrazar el aborto o la eutanasia como las nuevas fronteras de la libertad, y al calor de la crisis económica actual, un anticapitalismo que les devuelve a la quimera de una economía planificada e intervenida como única vía para salir de la recesión. En todo caso, carecen de una doctrina ideológica elaborada, pero tienen una serie de antivalores que adoptan como banderas de una identidad de izquierdas sepultada bajo los cascotes del Muro de Berlín.
Quizá el elemento más negativo de esta nueva hornada de dirigentes socialistas sea un sectarismo brutal que hace de sus adversarios políticos auténticos enemigos. "Fíjense en esa postura de cura franquista cargado de odio y rencor, esa predisposición al permanente vómito tan característica de los demócratas de centro reformista". Así describía en su blog uno de los máximos representantes de esta generación ZP a un destacado dirigente del PP. Este sectarismo se explica en buena medida por el hecho de que sus cortas biografías se circunscriben al aparato del Partido donde ingresaron sin mayor experiencia vital, ni intelectual, ni profesional. El Partido ha sido un microcosmos donde han ido desarrollando una visión muy parcial de la realidad, sin otro contacto con el exterior, en grupos humanos cuyo vínculo era la propia pertenencia al partido. Para ellos, la derecha no es un adversario con el que alternar democráticamente en el poder, sino un mal absoluto que debe ser erradicado a toda costa.
La generación ZP supone antes que nada una descapitalización de la política en la que pesos pesados del socialismo español, el último ejemplo es Ramón Jauregui, son sustituidos por jóvenes cuyo mayor mérito es la docilidad a los designios del líder supremo. Me preocupa también la obsesión de Zapatero por eliminar cualquier persona con un mínimo de experiencia o sensatez en su entorno, de forma que lejos de moderar su proyecto político sea jaleado en todo momento en sus delirios más radicales por un coro de entusiastas voces juveniles. Hay, por último, un exceso de sectarismo en esta nueva generación socialista, cuyo mejor exponente ha sido la última campaña para las elecciones europeas diseñada por Leire Pajín desde su cuartel general de Ferraz, la campaña más sucia de la historia de nuestra democracia.