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Ignacio Cosidó

El rearme moral de Europa

La expresión más radical de la frustración transformada en odio es la yihad islamista. Este movimiento, que por desgracia cuenta con muchos adeptos en las sociedades islámicas, ha declarado la guerra a Occidente

La violenta reacción en varios países musulmanes al discurso del Papa en Alemania, y la cobarde respuesta de buena parte de la progresía europea ante esas expresiones de violencia, han puesto crudamente de manifiesto la necesidad urgente de un rearme intelectual y moral de Occidente, muy especialmente de Europa, para hacer frente al doble desafío que nos plantean nuestros enemigos externos y nuestra propia decadencia interna.
 
El rotundo fracaso de los regimenes árabes comunistas instaurados en la década de los 70, la opresión en la que siguen viviendo hoy muchas sociedades islámicas y el atraso generalizado que padece el mundo árabe, hace que muchos musulmanes vuelquen buena parte de sus frustraciones contra un Occidente al que acusan de todos sus males. La expresión más radical de esa frustración transformada en odio es la yihad islamista. Este movimiento, que por desgracia cuenta con muchos adeptos en las sociedades islámicas, ha declarado la guerra a un Occidente al que no sólo acusan de oprimir al mundo islámico, sino que consideran la encarnación del mal por su resistencia a someterse a sus creencias fanáticas, por su supuesta  depravación moral y por su pecaminoso amor a la libertad. Este movimiento busca, a través de un uso indiscriminado del terrorismo, no sólo el aniquilamiento de nuestras sociedades, sino la destrucción completa de nuestra perversa civilización y el sometimiento de nuestros países a su proyecto totalitario y fanático.
 
La principal incapacidad para enfrentarnos a este formidable enemigo proviene de la propia debilidad de nuestras convicciones. Para una parte importante de la progresía europea hay una parte de razón en los radicales islamistas cuando nos acusan de ser la causa de todos sus males. Así, existe una perversa coincidencia entre la izquierda radical europea, hoy encarnada por Zapatero mejor que por ningún otro líder, y los radicales islamistas en el mundo árabe en sus críticas hacia el mundo occidental y en el cuestionamiento de algunos de sus principios más básicos.
 
Junto a esta debilidad intelectual y moral del pensamiento progresista, hoy también predominante en muchas sociedades europeas, existe también una importante dosis de cobardía. Así, para el neo-pacifismo europeo, también liderado por Zapatero, es siempre preferible claudicar de los principios antes que tener que enfrentarse a cualquier enemigo. Esta claudicación se disfraza de un diálogo siempre justificado por el ansía de paz, pero no puede ocultar nuestra predisposición a negociar los términos de una derrota previamente asumida.   
 
La encrucijada entre Islam y modernidad es un dilema que sólo las propias sociedades musulmanas pueden resolver. Sin duda, Occidente debe apoyar a todos aquellos que en el mundo islámico defiendan la democracia, que apuesten por la plena igualdad entre hombres y mujeres, que aboguen por una separación entre religión y Estado y que estén comprometidos con una defensa activa de los derechos humanos en sus sociedades. Pero en definitiva, esa batalla sólo puede ser ganada por los propios demócratas musulmanes, hasta el punto de que cualquier injerencia occidental corre el riesgo de ser incluso contraproducente para la causa de quienes defienden la compatibilidad entre religión y libertad. La mayor ayuda que podemos prestar es derrotar a quienes utilizando su religión han declarado la guerra a nuestras sociedades y los principios que las sustentan.
 
Para lograr esta victoria sobre esta nueva forma de totalitarismo lo primero que tenemos que hacer es creer con mayor firmeza en los principios que defendemos y que están en el fundamento de nuestra civilización. La ola de relativismo intelectual y moral que invade Europa nos convierte en totalmente vulnerables ante los envites de esta nueva forma de fanatismo terrorista. Sin un rearme moral corremos el riesgo de que una Europa opulenta y decadente pueda ser derrotada por un yihadismo muy inferior en términos económicos, tecnológicos, políticos y sociales, pero que expande su proyecto totalitario con una convicción de la que nosotros carecemos  para defender nuestros propios valores.
 

La violenta reacción en los países musulmanes a las palabras del Papa resulta sin duda inquietante, porque muestra la pujanza de las ideas más radicales en esas sociedades. Pero desde un punto de vista occidental es aún más preocupante la incapacidad de muchos europeos para defender los principios de la razón y la libertad que el Santo Padre defendió como fundamentos de nuestra propia Fe. Hay que agradecer al Papa su decisiva contribución para lograr un rearme moral e intelectual que Europa, muy en especial España, necesita con urgencia.

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