El oscurantismo con el que Rodriguez Zapatero conduce su pretendido proceso de paz en el País Vasco es en realidad un secreto a voces. El objetivo del Gobierno es arrancar a ETA una tregua, aunque sea sumamente frágil y limitada, a cambio de permitir a Batasuna concurrir a las elecciones municipales de 2007. Una vez alcanzado ese pacto se iniciaría un doble proceso de negociación. Con ETA para lograr su plena disolución a cambio de la libertad de todos sus presos y generosidad extrema con todos sus militantes. Con el conjunto del nacionalismo vasco, para dar satisfacción a las demandas políticas de ETA. Se trata de un negocio en el que supuestamente todos sus protagonistas ganan y en el que el único precio a pagar es España, nuestras convicciones democráticas y nuestra dignidad.
Presentarse a las próximas elecciones generales con un acuerdo de paz que alumbre el final de cuatro décadas de terrorismo en España es probablemente la mejor baza electoral que podría haber soñado Rodriguez Zapatero. Ese acuerdo, convenientemente vendido, podría tapar buena parte de los errores y las incompetencias de las que casi cotidianamente da muestras el actual Gobierno. La audacia y la inasequible fe en el dialogo de nuestro presidente sería así premiada con un paso decisivo hacia la anhelada paz a la que aspiran la inmensa mayoría de los españoles. Zapatero podría no solo revalidar su mandato con una amplia mayoría, sino incluso culminar el humano sueño de pasar, tras un largo y obligado paréntesis en La Moncloa, a la Historia.
Para el PNV el beneficio no es menor. Con su disolución ETA prestaría un último y gran servicio al nacionalismo gobernante en el País Vasco. El PNV ha sabido siempre instrumentalizar políticamente la violencia terrorista en beneficio propio. En la Transición se creyó que otorgar al País Vasco la mayor autonomía política de Europa constituía el mejor antídoto para frenar la sangría del terrorismo. Los nacionalistas vascos han utilizado sin embargo cada nueva concesión del Estado como un peldaño más para subir una escalera cuyo único fin es la plena independencia del País Vasco. El final de ETA, a través de la mesa de negociación que Ibarretxe se dispone a poner en marcha anticipadamente, puede permitir al nacionalismo vasco dar un salto casi definitivo hacia su añorada secesión de España, constituyendo así un feudo de poder perpetuo y absoluto.
Sin embargo, nadie va a ganar más en este proceso de paz que la propia ETA. Una organización terrorista que hace un año estaba abocada a su derrota definitiva y que puede ahora, tras asesinar a casi mil inocentes, lograr su definitiva victoria. ETA puede obtener de Rodriguez Zapatero, en primer lugar, una justificación histórica a sus cuatro décadas de actividad criminal. ETA podrá decirse a sí misma que valió la pena tanta muerte y tanto dolor infligido porque al final todo tenía un sentido. Ningún disparo, ninguna bomba fue inútil, ninguna victima fue del todo inocente, porque la razón está siempre de los que vencen, que incluso pueden tener la magnanimidad de pedir un perdón recíproco para justificar aún más el horror.
ETA piensa obtener además la extrema generosidad del Gobierno. No se trata sólo de sacar a la calle a los asesinos para que sean convenientemente homenajeados como héroes, sino que todos aquellos que participaron de alguna forma en la masacre sean debidamente recompensados. El estado social que ETA ha mantenido durante décadas sobre la base de la extorsión a la sociedad vasca será sufragado ahora por el conjunto de los ciudadanos españoles a través de nuestros impuestos.
Pero sobre todo, ETA estará en condiciones de imponer su programa político. Los terroristas habrán logrado a través del terror lo que jamás hubieran soñado conseguir en las urnas: imponer al conjunto de la sociedad española buena parte de sus ideas excluyentes y totalitarias. Les otorgaremos, por el mero hecho de perdonarnos la vida, muchas más concesiones de las que les daríamos si no hubieran asesinado a nadie.
Ignacio Cosidó es senador del PP.