Rodriguez Zapatero llegó al poder a lomos de una radicalidad sustentada en la inconsistencia. Una vez en el poder, el PSOE ha seguido por la senda de la radicalidad. Buscó sus aliados parlamentarios entre los sectores más radicales de la Cámara, aquellos situados más a la izquierda y más en el extremo nacionalista del espectro político. Podía haber optado por buscar una alianza con partidos más moderados y más próximos al centro, pero prefirió una alianza con los ultraizquierdistas y ultranacionalistas, quizá porque se ajustaban más a su programa y a su estrategia.
Pero el radicalismo del Gobierno no reside sólo en la servidumbre de sus alianzas parlamentarias, sino en la propia estrategia política diseñada por su presidente. Zapatero consideró que para mantener la variopinta base electoral que le había dado la victoria el 14 de marzo era necesario mantener movilizado a su electorado más radical, un electorado que en circunstancias normales prefiere mantenerse al margen del juego político o votar a partidos marginales.
La agenda del Gobierno se centró así en dar satisfacción a sus aliados más nacionalistas mediante una profunda revisión de nuestro modelo territorial o la cancelación del Plan Hidrológico Nacional, como máxima expresión de la solidaridad entre regiones. Por otro lado, Zapatero impulsó una serie de iniciativas legislativas, desde el matrimonio homosexual a la investigación con embriones humanos pasando por una revisión de la reforma educativa que volviera al fracaso de los modelos pretendidamente progresistas, abriendo debates sumamente divisivos de la sociedad española.
Zapatero se embarcó además en una revisión histórica que ponía en cuestión el espíritu de concordia de nuestra transición democrática. Para el presidente aquella fue una transición fallida porque no conectaba con la legitimidad democrática de la Segunda República, sino que buscaba una nueva legitimidad basada en un pacto entre los vencedores y los vencidos de la contienda civil. Zapatero consideraba que había llegado un momento de madurez democrática en la sociedad española para emprender una segunda transición que subsanara los errores históricos de la primera.
A mitad de legislatura Zapatero se dio cuenta de que había tomado un camino equivocado. A pesar de todos sus esfuerzos por aislar y aniquilar al Partido Popular, la oposición ha demostrado una solidez electoral a prueba de cualquier maniobra del presidente. Es más, varios barones electorales alzaron la voz dentro del propio PSOE para advertir de que la senda del radicalismo podría tener efectos muy negativos en las próximas elecciones autonómicas y municipales. Por otro lado, la fidelización de los sectores más radicales de la sociedad no estaba asegurada ni siquiera con las reformas sociales impulsadas por el gobierno. El desencanto comenzaba a cundir entre jóvenes para los que la vivienda seguía siendo inasequible y cuyos empleos seguían siendo sumamente precarios, todo ello a pesar de gobernar la izquierda. Zapatero se convertía así en victima de las propias expectativas que él mismo había creado.
El presidente intenta entonces un desesperado giro al centro. La consigna es que quién se ha radicalizado es el Partido Popular. Aprovecha la coyuntura del Estatuto de Cataluña para intentar un cambio de parejas a mitad del baile que termina con las dos parejas, ERC y CiU, desairadas y una situación parlamentaria precaria para el Gobierno. Se trata de cerrar el frente abierto con la Iglesia católica mediante un razonable acuerdo de financiación que levanta ronchas en los sectores más anticlericales del partido. Se endurece el discurso contra la inmigración ilegal en medio de un caos sin precedentes organizado por el propio Gobierno. Se pretende introducir cierta racionalidad en un proceso de reformas estatutarias desbocado. Incluso en el proceso de negociación con ETA se adopta una posición que aparenta mayor firmeza.
El giro al centro de Zapatero es sin embargo un viaje imposible. Por un lado, el gobierno seguirá condicionado por unas alianzas, reforzadas tras la reedición del tripartito en Cataluña, de las que le será imposible librarse. Por otro lado, los discursos de firmeza o moderación en temas como la inmigración, el terrorismo o la política territorial no resultan creíbles porque buena parte del mal ya está hecho. Finalmente el intento de arrinconar al Partido Popular se ha saldado con el más absoluto fracaso como se podrá ver pronto en las próximas elecciones autonómicas y municipales.