Zapatero creyó que podría vaciar el pozo del terrorismo dando vida política a la moribunda escoba de Batasuna. Lo hizo, con la soberbia ignorante del aprendiz, convencido además de que si el truco funcionaba se consagraría como un supremo mago capaz de vencer elección tras elección. El problema es que una vez revivida, nadie puede controlar a una ETA que amenaza con seguir anegando con sangre la democracia en el País Vasco y en España.
A ZP lo único que le preocupa es ganar con mayoría absoluta las próximas elecciones. Su cálculo es que si logra arrancar una tregua a ETA, aunque fuera temporal, su victoria en las urnas sería apabullante. El mismo PSOE que alcanzó el poder manipulando el espanto de un brutal atentado, quiere ahora perpetuarse en él a través de un pacto con los terroristas. Es lo que Zapatero llama “correr riesgos”. Lo triste es que el presidente parece dispuesto a arriesgar la libertad de millones de vascos y la vida de miles de demócratas por una mera apuesta electoral de su Partido.
Políticamente, Zapatero tampoco aspira a derrotar al nacionalismo disgregador desde el constitucionalismo, sino desde el radicalismo de izquierda. La fórmula de este aprendiz de brujo es una gran pócima de socialismo, un poco de comunismo y grandes dosis de nacionalismo radical que condene al PP a un aislamiento eterno. Pero esa formula explosiva sólo conduce a la división y al enfrentamiento en nuestra sociedad, a la desintegración del Estado y a la desaparición de la Nación española.
ZP quiso sacar un conejo de la chistera electoral vasca y ha extraído la vieja serpiente que todos conocemos. Su cálculo era que permitiendo a los etarras volver al juego político lograría convertir al PSE en la fuerza decisiva en el País Vasco. En el optimismo compulsivo en el que se encuentra instalado desde que llegó a La Moncloa, pensó que consintiendo concurrir a las elecciones al fantasmal Partido Comunista de las Tierras Vascas el nacionalismo institucional no tendría más opción que pactar con los socialistas para permanecer en el poder. Lo que quizá no calculó es que el PNV pudiera terminar pactando con los asesinos. Es más, con su inacción, Zapatero ha dado la coartada perfecta para que el nacionalismo prescinda de cualquier escrúpulo para gobernar con ETA. Así, a quien ha recolocado como principal protagonista de la vida política vasca no es a su partido, sino a ETA. Los votos decisivos para hacer a Ibarretexe lehendakari no serán probablemente los del PSE, que una mayoría del PNV no quiere, sino los votos de ETA. Si Zapatero creía que con la presencia de Batasuna lograría normalizar la situación vasca, lo que ha conseguido es radicalizarla en mayor medida.
Zapatero heredó de Aznar una ETA más débil, más desorientada y más acorralada que nunca. Su exclusión del juego democrático había resultado letal para los asesinos. Habían perdido una fuente esencial de financiación, de representación social y de acción política. Batasuna había sido colocada frente a su propia contradicción y comenzaban a pronunciarse tímidas voces dentro de ese oscuro mundo que denunciaban cómo la violencia se había convertido en un lastre para sus aspiraciones políticas. La crisis generada por la ilegalización de Batasuna estaba provocando un colapso total en el universo de ETA. En definitiva, los demócratas estábamos vaciando de agua la pecera en la que subsistía el terrorismo.
Ahora, por un mero interés partidista, el Gobierno ha vuelto a poner agua en la pecera. El monstruo sigue débil, pero si se le alimenta, es seguro que pronto recuperará vigor. Cuando más desesperada parecía la situación de ETA, este aprendiz de hechicero que tenemos como presidente no sólo le proporciona el elixir electoral que necesita para revivir, sino que le abre la expectativa de una mesa de negociación que los asesinos sueñan pueda conducirles al paraíso totalitario al que aspiran o, al menos, a la antesala de su Tierra Prometida.
Ignacio Cosidó es senador del PP