Todo apunta a que el Gobierno apuesta por un dialogo con ETA para poner fin al terrorismo. Los rumores de contactos de todo tipo entre socialistas y batasunos apenas pueden ser ya acallados por los persistentes desmentidos oficiales. La negociación formal no se abrirá hasta que ETA anuncie una tregua más o menos definitiva, pero algo se está ya cocinando a nuestras espaldas. Sin esa perspectiva es difícil entender la pertinaz negativa del Gobierno a instar de una vez por todas a la ilegalización del Partido Comunista de las Tierras Vascas contra la clamorosa evidencia de que no es más que una prolongación de Batasuna.
Esa negociación es un inmenso error. Pagar ahora un precio político a los terroristas por dejar de matar es tan injusto como innecesario. Es injusto porque los asesinos no pueden terminar por imponer su voluntad, ni siquiera parcialmente, en una mesa de negociación. Es innecesario porque la eficacia de nuestro Estado de Derecho hace perfectamente posible la derrota definitiva de los terroristas sin tener que pagar ningún precio añadido por ello. Negociar ahora con ETA supone el riesgo de dar una nueva oportunidad a la banda de recomponer su más que debilitada maquinaria asesina. Sencillamente, no debemos otorgar a los asesinos esa posibilidad.
El principal objetivo político de Aznar fue derrotar al terrorismo. La eficacia policial que lograron sus gobiernos colocaron a los etarras en una situación de extrema debilidad operativa. Pero además, la lucha antiterrorista se amplió contra todo el entramado político, social, económico y mediático de la banda terrorista, haciendo imposible su regeneración. La firmeza democrática del anterior presidente cerró a los terroristas cualquier horizonte de futura negociación. Los resultados positivos de esa política no pueden negarlos ni los más críticos con el aznarismo.
ZP ha decidido invertir todo ese capital que heredó de Aznar en una ruleta de negociación. Si sale negro Zapatero no solo se habrá perpetuado en el poder, sino que puede pasar a la historia con el sobrenombre de ZP El Pacificador. Si sale rojo habrá resucitado a ETA y nos habrá proporcionado a todos los españoles muchos años más de asesinatos, de violencia y de extorsión que podríamos habernos ahorrado con un presidente un poco más sensato. En ambos casos ETA nada arriesga: tiene todo que ganar y nada que perder.
Lo peor es que el presidente está invirtiendo nuestra seguridad y nuestra libertad en un juego donde hay muchas más posibilidades que salga mal que bien. En primer lugar, porque la experiencia histórica nos demuestra que todos los intentos de negociación con la banda se han saldado con fracasos y que todas las treguas o distensiones ofrecidas no han servido más que para recomponerse o fortalecerse tras sus peores crisis. El último robo de explosivos en Francia o los planes de los etarras detenidos recientemente demuestran que la voluntad de paz de la organización es cuando menos limitada.
En segundo lugar, el PSOE no podrá pagar en última instancia el precio que ETA le pondrá por dejar de matar. La generosidad de Zapatero con los asesinos puede ser tan infinita como sus ansias de paz, pero habrá cuestiones en las que ceder tendrá un coste político inasumible y pondría en riesgo la propia unidad de su partido. Por tanto, la probabilidad de que al final esa negociación se salde con un fracaso es muy alta.
Por muchas que sean las ansias de paz de nuestro presidente, de todos nosotros, España no debería pagar un precio político por el mero hecho de que los terroristas dejen de matar. No necesitamos pagarlo. Podemos derrotar a ETA sólo con persistir en nuestra lucha. Ya hemos pagado un precio excesivo con las casi mil victimas asesinadas en cuarenta años. No añadamos a ese inmenso tributo el precio de pisotear su dignidad premiando ahora a sus verdugos.
No ofrezcamos a esta ETA moribunda la posibilidad de renacer una vez más de sus cenizas. No les ofrezcamos ahora la tregua que necesitan más que nunca. No permitamos que nos engañen una vez más con falsas expectativas. No les regalemos una mesa de negociación que constituye en estos momentos su última tabla de salvación. No les dejemos volver a manchar nuestras instituciones democráticas con su presencia. No perdamos, por renunciar a la última batalla, una guerra que ha durado cuarenta años y que ha costado tanta sangre inocente.
Ignacio Cosidó es senador del Partido Popular