Si se ha leído alguna de esas crónicas, como las recogidas en las inolvidables Cartes de lluny, el lector se acercará a este no menos sorprendente Israel, 1957 con la esperanza renovada en una escritura que posee una sólida prestancia, un valor a salvo de los vaivenes del tiempo y de los gustos literarios. Pla nunca viajó por turismo, ni tampoco por devaneo sentimental, pero tampoco fue un periodista al uso. Prefería el apunte lírico y descriptivo a la frialdad informativa. De modo que, como en aquella larga serie de Coses vistes que fue publicando durante años, la labor del periodista y la del creador literario se solapaban. Solía fijarse en aspectos aparentemente secundarios, como ciertos usos culinarios o de índole indumentaria, pero se servía siempre de una extensa y fiable documentación humana y técnica, porque su escritura itinerante era ante todo el producto de un denodado esfuerzo de asimilación y de observación.
En Israel, 1957 predominan sobre todo los apuntes políticos y las observaciones sobre el modelo económico puesto en marcha por el gobierno israelí y por la Agencia Nacional Judía, esa mezcla de industrialización moderna y de colectivismo rural de libre mercado que en nueve años había convertido a Israel en un país moderno y desarrollado. En esta crónica, recuperada ahora del vacío del tiempo, de entre un aluvión de millares de páginas, casi siempre gloriosas, el maestro de Palafrugell construyó una enérgica defensa de la mentalidad liberal y de la sociedad democrática y laica. Esto hizo que contemplara con admiración el milagro de una nación moderna y libre que emergía en mitad del desierto.
Frente a la imagen del judío como un tipo humano sórdido, usurero, parasitario y retraído sobre sí mismo, Pla nos ofrece, en una meritoria labor reconstructiva, la semblanza de un pueblo creador y vigoroso, de una gran diversidad, y, lo que es más importante, legitimado por la historia y por los hechos para ratificar su propio futuro, para construirlo y defenderlo. Israel es, en 1957, nueve años después de su fundación, un país laico y democrático, un modelo de libertad y de desarrollo.
Después del regreso, el pueblo condenado a dieciocho siglos de diáspora, que ha resistido pacientemente a la tentación de la asimilación, expresa en cada una de sus magníficas realizaciones políticas y prácticas su severa voluntad de permanencia, a pesar de la hostilidad de sus vecinos, anclados en el radicalismo y en la indigencia política. Un símbolo podría ser ese magnífico complejo, con una biblioteca y una universidad, construido por el pueblo israelí y aislado en mitad del Monte Scopus, bajo dominio jordano por una carambola política, condenado a la inutilidad y al abandono, que el viajero catalán contempla con lánguida tristeza.
Ese abandono, esa desidia son, más que un signo diferencial de ciertos pueblos, el producto ineluctable de la ignorancia y de la terquedad de ciertos gobernantes, como Nasser o Hussein, más inclinados a la violencia que al diálogo; aficionados, como los reyes de Arabia, a la usurpación de la riqueza de su pueblo. Un pueblo, el árabe, que aparece sometido y empobrecido por sistemas políticos caóticos e injustos, ignorante todavía de una tradición liberadora y emancipadora, pero legítimo propietario, como los israelíes, de su pasado y de su destino. Pla cree que hay esperanza para el mundo árabe, que no permanece inerme, aunque lo parezca, ante su propio desorden político. En ese mundo también se está perdiendo el sentido reverencial de la magia, y sólo por esa liberación mental podrá sobreponerse algún día a la impostura.
En la crónica de Pla predominan, no obstante, los tintes sombríos. La amenaza se cierne sobre Israel, que vive en un estado de perpetua vigilia. Se presienten acontecimientos inquietantes, y la mirada no es confiada, ni optimista. En los Estados árabes vecinos existe un fermento de violencia tan profundo y activo, hay tal cantidad de apasionados y fanáticos, de gobernantes corruptos y de intereses creados, que no se puede prever nada y la inseguridad es completa. El futuro traerá sucesos lamentables.
Es ésta una crónica necesaria. En primer lugar, por maestría de palabra y de expresión. La escritura de Pla tuvo siempre la virtud del equilibrio, gracias a esa sencilla complejidad que tanto se agradece en una tradición literaria, la española en todas sus variantes idiomáticas, tan contaminada de verbalismos inútiles.
En segundo lugar, esta crónica es necesaria porque sus argumentos a favor de la causa israelí y contra el antisemitismo son poderosos, y sus diagnósticos, de una encomiable sagacidad, pueden servir para abrir horizontes, para inaugurar espacios de confrontación dialógica. Es, como ese Prólogo para franceses que Ortega puso al comienzo de La rebelión de las masas, una introducción para extranjeros a la problemática del pueblo israelí y una elucidación de su inmediato futuro, prescindiendo de la necia vaciedad de los tópicos. La brillantez de la prosa no puede ocultar del todo que nos encontramos ante un prodigioso libro de ideas, lleno de clarividencia y de sentido común.
Como la de su admirado Montaigne, la palabra controvertida de Pla fue siempre una palabra libre, admirable en su libertad y dirigida a lectores desprejuciados y libres.
F. Javier Gómez Martínez es doctor en filosofía y profesor de enseñanza secundaria.
Josep Pla. Israel, 1957. Un reportaje. Barcelona, Destino, colección Imago Mundi, 2002.
LIBROS: JOSEP PLA, “ISRAEL, 1957”
Una crónica del futuro
La travesía inaugural del Theodor Herzl, barco cedido a Israel por el gobierno alemán occidental en concepto de reparaciones, en mayo de 1957, le sirvió a Josep Pla (1897-1981), sexagenario, baqueteado por años de corresponsalías en el extranjero, lleno de experiencia vital y de sabiduría mundana, para embarcarse en otro de esos viajes que acababan dando materia para un reportaje o para una crónica gastronómica o política.
0
comentarios