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Orwell, o los vericuetos de la libertad

Eric Blair nació en 1903 en Motihari, Bengala, India, entonces la joya del Imperio británico, y, como él mismo escribió en una nota autobiográfica del 17 de Abril de 1940, para Twentieth Century Authors(Nueva York), "en el seno de una familia inglesa de las Indias", tribu esta que ha dejado profundas huellas en la literatura. Obtiene una beca para Eton (1917-1921), pero como no estudiaba, dice, no le sirvió para nada. Se alistó, en 1922, en la "policía imperial de las Indias, en Birmania, y dimitió en 1927: "en parte porque el clima me había estropeado la salud, en parte porque ya pensaba dedicarme a escribir libros, al fin y sobre todo, porque no podía continuar como servidor de un imperialismo que terminé por considerar como una empresa perfectamente gangsteril". Algunos pensarán que cinco años para percatarse de eso son muchos años, pero el caso es que viajó a Europa, para escribir, y en París y Londres, se murió prácticamente de hambre, como lo cuenta en Down and Out in Paris and London (1933). Por lo visto, escribió mucho, pero nada logró publicar hasta este libro. Por aquellas fechas cambia de nombre y se convierte en George Orwell. Que los escritores utilicen seudónimos, por diversos motivos, es cosa frecuente, pero como Eric Blair no nos lo dice, o nada he leído al respecto al menos, podemos imaginar cualquier cosa, hasta que temía escandalizar a su familia, "inglesa de las Indias", con el relato de su vida de vagabundo pordiosero y su denuncia de la miseria.

He leído alguna de sus novelas-reportajes, traducidas al francés o al español y, desde luego, no pueden compararse, en cuanto a maravilla literaria, con la gran novela norteamericana de la época, allá por los años 30/40, con los Faulkner, Dos Passos, Hemingway, Scott-Fitzgerald y demás. George Orwell, en mi opinión, comienza a ser un gran señor con Homenaje a Cataluña, luego con Rebelión en la granja y sobre todo con 1984, su obra maestra. Pero al mismo tiempo fue, a partir de su experiencia española, un magnífico periodista, o si se prefiere un escritor que escribía magníficamente en los papeles, o para la radio. Pero Blair, si logró publicar algo a partir de 1933, no podía "vivir de su pluma", y descubrí hace cinco o seis años que ejerció los más variopintos oficios "de complemento", para sobrevivir. Que fuera empleado en una librería, eso lo hemos sido todos, pero propietario de una tienda de ultramarinos, hortelano, etcétera, me resulta bastante divertido. Hasta que al inicio de la Segunda Guerra Mundial, y al no poder alistarse, por tuberculoso –lo fue toda su vida y de esa enfermedad murió en 1950– se puso a colaborar regularmente en la BBC.

Por lo visto vamos a conmemorar el centenario del nacimiento de Orwell, y con motivo de este aniversario vamos a leer y escuchar muchas sandeces, como las oímos y escuchamos en 1984, fecha-título de su gran novela. Se le trató de trotsquista, no lo fue nunca; de ultraizquierdista, tampoco; hace pocos años, se montó incluso un infundio en Gran Bretaña, según el cual hubiera sido chivato del Intelligence Service, mentira absoluta, pero ya se sabe que cuando se es tan anticomunista como lo fue, solo se podía ser "agente del imperialismo". George Orwell, eso sí, fue un hombre de izquierdas, pero que escribía en 1940: "El nacionalsocialismo es una forma de socialismo, pretende ser revolucionario, aplasta al propietario tan eficazmente como al proletario. Los dos regímenes, a partir de puntos de vista diametralmente opuestos, convergen rápidamente hacia un mismo sistema, una forma de colectivismo oligárquico. Hasta ahora, como lo subraya el doctor Borkenau, Alemania que se ha acercado al máximo a Rusia, y no al revés. Resulta, por lo tanto, absurdo evocar el peligro de "bolchevización" de Alemania en el caso de que Hitler desapareciera: Alemania se "bolcheviza" a causa de Hitler y no a su pesar". (Reseña del libro de Frank Borkenau The Totalitarian Enemy, paraTime and Tide, 4 de Mayo de 1940. ¿Qué esperan los editores españoles para rehabilitar a Borkenau?). Se podrán discutir matices y términos, pero no eran muchos los hombres de izquierda que en 1940 (periodo del pacto nazi-soviético) consideraban como semejantes ambos sistemas: el nazi y el comunista.

Europa estaba en guerra por aquel entonces, y Orwell, que no logró alistarse debido a su mala salud, arremetía, desde 1938-39, contra los "pacifistas" británicos, los Robin Cook de la época. Claro que, como hoy, muchos pacifistas no lo eran, defendían sencillamente el pacto nazi-soviético, como ahora defienden todas las dictaduras, todos los terroristas que consideran "antiimperialistas". "El pacifismo es objetivamente profascista", escribía Orwell en 1942. Y, evidentemente, sin la menor "crisis de conciencia", situaba en ese pacifismo profascista, tanto a la Unión fascista inglesa de Oswald Mosley, como al PC inglés, ambos partidos muy minoritarios. Claro que, como en todas partes, cuando la Alemania nazi atacó por sorpresa a la URSS en Junio de 1941, el PC británico también cambió de postura.

Estoy convencido de que la experiencia española de Orwell tuvo mucha influencia en el desarrollo de sus opiniones y en su obra. No porque fuera española, claro, sino porque allí pudo constatar la farsa del "antifascismo" y la mentira "frentepopulista", y porque en España estuvo a punto de morir dos veces: primero en el frente de Aragón, donde fue herido, y luego en la retaguardia. En el frente, sus enemigos eran los franquistas, en la retaguardia, los comunistas. Yo me sé de muchos que hubieran sacado de esta experiencia un desencanto absoluto. Orwell sacó un magnífico libro: Homenaje a Cataluña, y una conclusión: son los mismos. Son los mismos enemigos de la libertad. Por aquel entonces, y por poco tiempo, era miembro del Independent Labour Party, un pequeño partido socialista de izquierdas inglés que formaba parte del efímero "Comité de La Haya", que vinculaba a varios diminutos partidos europeos, entre ellos el POUM, a la vez de izquierda socialista y antiestalinistas, pero no trotsquistas, que se negaron a entrar en la IV Internacional. Tampoco fue trotsquista el POUM ¿cuántas veces habrá que repetirlo?

Orwell, que había ido a España para hacer un reportaje, se entusiasmó con la imagen de la Barcelona revolucionaria y se alistó en las milicias del POUM. Le enviaron al frente de Aragón, en donde fue herido, le evacuaron a un hospital de Barcelona, de donde salió para asistir a "las sangrientas jornadas" de Mayo de 1937. Su participación, y lo cuenta con humor en su libro, fue meramente simbólica, se pasó horas y horas en un tejado, vigilando él mismo no sabía qué, salvo que estaba en la barricada CNT-POUM, contra la coalición comunista catalinista que intentó aprovechar los líos de la Telefónica para liquidar al POUM e imponer su dictadura a la CNT y a los demás "incontrolados". No lo lograron del todo, pese a la objetiva colaboración con los comunistas de los ministros cenetistas, Montseny, García Oliver, etc. Pero, luego, escritor de izquierdas apenas conocido y durante cuatro meses miliciano del POUM, tuvo que pasar a la clandestinidad, esconderse y huir de España, para que no le fusilaran los Carrillos, Comoreras, Grimaus, a las órdenes del KGB (o KVD, entonces).

Ahora, los herederos espirituales de ese verdadero sindicato del crimen, o los supervivientes, como Carrillo, tienen puntos de vista diferentes sobre Orwell. Para algunos, sigue siendo un "hitlerotrotsquista" aliado de Franco; para otros, habiendo sido "de izquierdas", puede ser utilizado, a pequeñas dosis, como la morfina. Así, la revista Claves publicó, sin vergüenza, algunas de sus "notas" sobre nuestra guerra civil. La unidad ideológica de Claves, hay que precisarlo, se limita a las acciones del grupo Prisa-Santillana que puedan tener ambos directores. A partir de esa sólida base comercial, se toleran matices y contradicciones, a condición de no poner el negocio en peligro. También es evidente que Savater es más inteligente que Pradera, lo cual no es muy difícil, ya que Javier es idiota. De todas formas, no tiene la menor importancia, el caso es que algunos, y no sólo en los excusados de PRISA-Santillana, consideran útil reivindicar a Orwell como "bueno", porque, pese a todo, era "de izquierdas". Pues no, era de izquierdas, pero no era "bueno", como vosotros lo entendéis. Para que no haya dudas, le cito: "Lo que vi en España, y lo que conocí después del funcionamiento interno de los partidos de izquierda, ha provocado en mí un asco infinito por la política. Fui durante un periodo miembro del ILP, pero dimití a comienzos del actual conflicto, considerando que ese partido decía cualquier cosa, y seguía una línea política que sólo podía beneficiar a Hitler. Por convencimiento personal soy "de izquierdas" (las comillas son suyas), pero creo que para preservar su integridad, un escritor debe liberarse de todo compromiso partidista" (op. cit.). Lo dicho, Orwell, sobre todo después de su experiencia española, fue tan anticomunista, como antifascista, y su reivindicación de la libertad absoluta para el escritor se enfrenta, quiérase o no, a las diversas concepciones leninistas, gramscianas, o socialburócratas del "compromiso de los intelectuales", otra manera de calificar la autocensura y el "espíritu de partido".

Unos 50 años después de que Oscar Wilde, para no salir de las Islas británicas, publicara en 1891 su ensayo "El alma del hombre bajo el socialismo", Orwell creyó en la utopía de un socialismo liberal, o libertario, en el que el individuo sería libre. Tuvo la intuición, confusa, de lo que hoy calificaríamos de burocratización de la sociedad, que él consideraba como una forma de "totalitarismo" (esta vez, las comillas son mías): "Hemos entrado en la era del estado totalitario que no deja, y probablemente no puede dejar, al individuo la menor libertad (...). La libertad económica del individuo, y en gran medida la libertad que tiene de hacer lo que quiere, de elegir su trabajo, de desplazarse a su antojo por el ancho mundo, están condenadas a desaparecer. (...) Pero hasta ahora no se había entendido que la desaparición de la libertad económica tendría sus repercusiones sobre la libertad intelectual". ("Literatura y Totalitarismo", charla difundida por la BBC, y publicada en Listener el 19 de Junio de 1941). Desde luego, no confunde la monstruosa realidad del totalitarismo nazi, o comunista, con ese totalitarismo fofo, esa burocratización, diría yo, que se apoderaba ya del mundo, y quería gobernarlo todo a través del estado todopoderoso, desde la economía hasta la vida privada de los ciudadanos, y todo el resto por añadidura, siendo el "resto" la política, la guerra o la paz, la cultura, la enseñanza y hasta el derecho a fumar. ¿Alguien, a lo largo del siglo XIX, y buena parte del XX hubiera podido imaginar un segundo que los gobiernos se atreverían a impedirnos fumar? El ejemplo puede considerarse nimio, pero precisamente por eso es sintomático: quieren controlarlo todo. Todo bajo control estatal. Misión imposible.

Por las mismas fechas, o sea, durante la guerra, cuando Orwell apunta soluciones, estas son de aquelarre, y los son porque siguen siendo "socialistas", y al mismo tiempo que denuncia los diferentes tipos de "estados totalitarios" aboga por nacionalizaciones y otras medidas que sólo sirvieron para reforzar lo que condena, o sea el estado todopoderoso. Estas contradicciones son muy de su tiempo, y se basan en un anticapitalismo casi religioso, o si se prefiere fanático: El capitalismo aplasta al individuo y su libertad, por lo tanto hay que ser socialista, pero no de un "socialismo cuartelario" como escribía Wilde, sino de un socialismo liberal-libertario, que jamás existió, salvo en las páginas de algún libro, por lo tanto estamos en la cuadratura del círculo. O, mejor dicho, lo estaba Orwell y otros que, antes o después de él, han querido conciliar socialismo y libertad. También es cierto que la progresión imparable del capitalismo se desarrolló a trancas y barrancas, y la miseria que acompañaba la revolución industrial del siglo XIX se prosiguió durante buena parte del XX, haciendo pensar a muchos que "así no se podía seguir". Efectivamente, así no se siguió porque el capitalismo, que se nutre de sus crisis y oposiciones, ha evolucionado mucho más de lo que sus enemigos profesionales quieren admitir, y aún le queda un largo camino por recorrer, o sea, una esperanza. Resumiendo, no es exactamente lo mismo haber sido anticapitalista por los años treinta que serlo hoy y resulta evidente que ha sido la izquierda, socialdemocracia convertida en socialburocracia, "comunista de gobierno" (en Francia, Italia, etcétera), y los sindicatos influidos por estos partidos, quienes han desempeñado el papel primordial en esta burocratización de las sociedades, y no la derecha. En todo caso desde la Segunda Guerra Mundial y en Europa. Esta evolución ha transformado la izquierda europea en una fuerza conservadora, y muchas veces reaccionaria, y a la extrema izquierda en fascista, a secas. Desde luego, la derecha acomplejada, sin analizar su propia evolución, sin ideas, se ha limitado muchas veces –demasiadas–, a copiar las medidas "sociales" de la izquierda, y las más burocráticas. Para aviso a navegantes, no estoy diciendo que haya que suprimir la Seguridad social, las pensiones, etcétera, sino todo lo contrario, hay que crearlas sobre otras bases. Resulta que hoy encontrar algo que se parezca a una verdadera derecha liberal (o a la izquierda liberal soñada por Orwell) es más difícil que encontrar un trébol de cuatro hojas en el prado.

Sería absurdo negar que el capitalismo sigue siendo el diablo, el enemigo, lo peor de lo peor, para muchos, incluso para quienes consumen sus beneficios a dos carrillos: filósofos, escritores, artistas, científicos "verdes" y hasta economistas siguen total y voluntariamente ciegos ante la contradictoria, tremenda y magnífica aventura del capitalismo mundial. La imagen de la "conquista del Oeste" es la que yo someramente elegiría para hablar de esta aventura, sin meterme en el análisis de las diferentes formas de capitalismo, no de su evolución: capitalismo financiero y bolsas, capitalismo industrial, capitalismo popular, nuevas tecnologías, descubrimientos científicos, todas esas fantásticas transformaciones, que, en realidad asustan a tantos intelectuales, que prefieren a Lenin. Pero únicamente porque ha muerto. Dicho deprisa y corriendo, yo en cambio prefiero mil veces Bill Gates que a Che Guevara.

Volviendo a Orwell, que apenas he abandonado, y a la que considero su obra maestra, 1984, me permitiré una anécdota personal. Como era de esperar, con esa manía mediática y académica de los aniversarios, ese año surgieron por doquier comentarios sobre la obra epónima de Orwell. Se dijo de todo y de lo peor: que Orwell se había equivocado en sus "previsiones", esa monstruosa sociedad futura que describía no existía, cuando 1984 nada tiene de libro futurista, es la novela de la URSS, del totalitarismo comunista, jamás tan potente e imperial que como cuando redactó y publicó su libro, los años de la posguerra, sistema tan semejante al nazismo, que acababa de ser arrasado por las armas. También se dijo que Orwell no era un gran escritor, manera habitual de echar por la borda las preguntas desagradables y las críticas despiadadas de un autor que molesta. Ya dije que todos sus libros no me parecen monumentos literarios, pero, esencialmente con dos, Rebelión en la granja y 1984, creó un universo calificado de "orwelliano", como se dice "kafkiano", pongamos, y esto no me parece ser moco de pavo literario, aunque la relación de un libro con sus lectores sea una relación de pasión, y la pasión es asunto privado, sin leyes. En esa ocasión no faltaron los listos que nos explicaron que, en realidad, con 1984, Orwell no criticaba el totalitarismo comunista (o el nazi) como pensaban los ingenuos, sino el capitalismo monopolista, la mundialización y sus sutiles instrumentos de represión: la publicidad, la televisión, etcétera, o sea el "ultraliberalismo"; no criticaba la URSS, sino los USA. ¡Cualquier cosa mariposa!

Yo colaboraba entonces a una efímera revista: Passé/Présent, cuyo director era Claude Lefort. Siendo español, me encargaron comentar Homenaje a Cataluña. Lefort escribió un magnífico artículo sobre 1984, en el que analizaba la despiadada y sutil denuncia del totalitarismo de la obra, pero también, y con suma inteligencia, todos los resortes novelescos, psicológicos, simbólicos, digamos que freudianos del libro (Y si una novela también es, o sobre todo, la creación de personajes, los protagonistas, Winston y Julia, me parecen perfectamente logrados. No será el Quijote, pero mucho más que el capitán Kerrigan, pongamos). Pues bien, Lefort me citó personalmente, para discutir sobre mi artículo: "Orwell en Cataluña: aprendizaje del totalitarismo". Le parecía muy bien (no lo era, lo confieso humildemente), salvo el último párrafo que deseaba censurar. Este era: "Cada vez somos más numerosos los que nos negamos a colaborar, por poco que sea, con los enemigos de la democracia, por lo tanto nuestros peores enemigos". Se trataba, claro, de los comunistas, y me refería a cómo Orwell había logrado, de milagro, salvarse de ser asesinado por ellos, tal y como lo relata en el libro que me habían encargado comentar... Estuvimos discutiendo durante dos horas, en un café, y Lefort intentó convencerme de que esa expresión podía sernos perjudicial, que, si publicaba que los comunistas eran nuestros "peores enemigos", podíamos ser tildados de derechistas. Que también eramos enemigos de los dictadores latinoamericanos (debían ser entonces Pinochet y Videla), que eso crearía confusión. Resumiendo, que teníamos que seguir siendo de izquierdas, izquierda crítica, disconforme, pero izquierda. Recuerdo que tratándose de las dictaduras latinoamericanas, le dije algo así como: "¡Claro que también estoy en contra, pero francamente, ¿tú crees que se pueden comparar dichas dictaduras con el totalitarismo comunista? ¿Qué constituyen el mismo peligro mundial?" Bueno, pues fueron necesarias dos horas de discusión, para llegar a un compromiso, compromiso que hoy lamento. Yo retiraba "peores", pero mantenía "enemigos", en eso fui inflexible. Situemos el momento: en 1984, Mitterand era Presidente, los comunistas acababan de retirarse de su Gobierno, pero seguían siendo bien considerados por la gauche unie, incluso los críticos como Lefort y otros miembros de la redacción de la revista, no podían dejar de hacerse ilusiones sobre los resultados de la izquierda en el poder, sobre las posibilidades de influir con críticas sesudas e inteligentes en el curso de los acontecimientos. Hoy parece ridículo, pero, desgraciadamente, así fue.

Esta anécdota me sugiere una interrogación mucho más general que supera ese momento, ¿cómo es posible que gentes, como Lefort y otros varios, que tan inteligentemente han analizado y denunciado el totalitarismo, se rindan sin discusión al chantaje de lo "políticamente correcto", en cuya trastienda siempre encontramos, sin necesidad de buscar mucho, las máscaras tan usadas, del antifascismo ayer, del antiimperialismo, hoy, de ese mismo totalitarismo? Pese a sus ilusiones y a sus contradicciones, Orwell no fue así, él no me hubiera censurado lo de "peores enemigos".

Es probable que algunos, leyendo estas líneas, piensen que la solución es relativamente sencilla, que hay una derecha que ha heredado los ideales de libertad y de democracia. ¿Ah si?, ¿qué derecha? ¿Chirac? ¿Berlusconi? ¿Putin? Seamos serios, estamos casi en la misma situación que Orwell, con la diferencia, por otra parte fundamental, de que Big Brother ha muerto.

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