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Lo que piensa la derecha que piensa

Este libro de Germán Yanke es una síntesis sencillamente extraordinaria –la mejor que yo conozco en estos momentos– de lo que piensa la derecha liberal acerca de sí misma, de las otras derechas, de las izquierdas y del mundo que nos toca vivir en los comienzos del siglo XXI, ése que a efectos políticos comienza con la masacre de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. No es un libro particularmente español ni sólo para españoles, aunque desde aquí está escrito y pensado, sino que en estos tiempos de crisis (si algún tiempo no lo fuera) plantea las grandes cuestiones teóricas y prácticas que los liberales –en el sentido español y europeo del término– creemos que la Humanidad ha sabido afrontar con cierto éxito a lo largo de los siglos. Y que en el siglo XIX sintetizaron en una tríada famosa: Libertad, Igualdad, Propiedad.

Libertad, obviamente, individual, porque no hay otra. Los liberales no creemos en esas fantasías tribales de «la libertad de los pueblos» ni en los «derechos colectivos», arrendados siempre a un déspota que los gestiona indefinidamente, llámese Lenin, Stalin, Hitler o Fidel Castro, sino en la protección del individuo frente los abusos de los poderosos, sean del género maleante, mafioso o monopolista, sean del género despótico que habitualmente producen el Estado, el Gobierno y la Administración a través de cualquier tipejo provisto de un cargo público, un mandato electoral o un galón cualquiera. Como algunas religiones, singularmente la cristiana que está en los orígenes de las instituciones de libertad desarrolladas en Europa y América a lo largo de los siglos, los liberales creemos en la dignidad del ser humano, uno por uno, pero sabemos también por secular experiencia que la naturaleza humana puede ser inhumana, que lo propio de nuestra especie es abusar del Poder cuando lo tiene, sobre todo cuando tiene mucho, de ahí que nuestro principio básico es el de proteger la libertad personal.

Igualdad ante la ley, precisamente porque los liberales no somos anarquistas y propugnamos la necesidad del Estado, pero con límites precisos y siempre dentro de una legalidad cuya raíz moral e intemporal encuentran muchos en el Derecho Natural y el Derecho de Gentes y cuyas normas –entendemos nosotros– deben estar al alcance de todos y a todos servir por igual. Igualdad ante la ley, sí, porque los liberales aceptamos que los humanos somos distintos, radicalmente desiguales, pero con el mismo derecho a «la búsqueda de la felicidad», es decir, a labrar nuestro propio destino sin que otros lo decidan por nosotros. Por eso entendemos que la Ley, respaldada por una fuerza proporcionada y legítima, debería ser el ámbito natural de las relaciones humanas civilizadas. Y que cuando las circunstancias requieran el uso de la violencia o incluso de la guerra contra los que quieren atropellar la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos, hasta el uso de la fuerza debe estar siempre bajo la Ley.

Esto no quiere decir, obviamente, que cualquier ley sea aceptable para un liberal, antes al contrario: debe rechazarse y combatirse, a ser posible de forma pacífica, cuando de forma inmoral o ilegítima promueve, protege o favorece la tiranía y la opresión. En este libro de Germán Yanke se plantean los casos más candentes y debatidos –singularmente en la guerra contra el terrorismo– que hoy debe afrontar el mundo. Siempre desde esa perspectiva de la derecha liberal que Germán Yanke hace suya o que nosotros hacemos nuestra al leerlo, porque pocas veces se ha explicado con tal nitidez, lo que queda claro es que no hay ley por encima de la moral, o lo que es lo mismo: que el sentido moral no puede estar ausente de la legalidad y de la fuerza en que se sustenta. Los liberales no creemos que las leyes estén bien en sí o bien para siempre, puesto que entendemos la falibilidad esencial del ser humano y el carácter de prueba de la idea ante la realidad que reviste cualquier fórmula legal, pero sí que lo propio del ser humano es tener derechos, y que eso, desde Roma, equivale a tener Derecho y buscar el continuo perfeccionamiento de la ley en su aplicación a los hechos concretos que la motivan. Y también creemos que un régimen político es inaceptable si admite, tolera o acepta la existencia de poderes fácticos, personales o institucionales, por encima de la propia Ley.

Y la Propiedad. Ésta es sin duda la institución más importante e intelectualmente distintiva del liberalismo con respecto a otras ideas de la derecha y todas las de la izquierda. Y Germán Yanke la defiende en la última parte del libro con absoluta claridad, decisión y precisión, como algo indisociable de la propia libertad del ser humano, que podría entenderse en principio como el derecho de propiedad del individuo sobre sí mismo. Es indudable que la gran crisis de la civilización liberal durante el siglo XX, lo que le llevó prácticamente a la aniquilación ante el totalitarismo comunista y su émulo nazi, proviene de la crisis de la idea de propiedad en aquellos estamentos políticos, religiosos e intelectuales que debían defenderla. La idolatría del Estado que es característica de todos los socialismos premodernos, modernos o posmodernos impone renunciar, desde el principio, a la propiedad individual o a la propiedad sin más. Y los efectos morales de esa renuncia han sido y son incalculables, aunque sus efectos están bien a la vista: cien millones de personas asesinadas y millones de muertos de hambre es el balance del comunismo, sin duda la fórmula intelectual que más ha cautivado y aún cautiva a los intelectuales, artistas, profesores, periodistas, mistagogos y demagogos de nuestro tiempo. Que, como queda patente en este libro, no parecen dispuestos a escarmentar en cabeza ajena, tal vez porque no suelen arriesgar la propia. Y el comunismo es, por principio, la negación de la propiedad. Conviene no olvidarlo. La crisis de la idea de propiedad ha sido y es una crisis de orden intelectual y moral que hoy se promueve desde los estamentos más protegidos de las sociedades liberal-capitalistas, de los funcionarios de la Educación Pública a los gestores de la Seguridad Social, sostenidos todos por las aportaciones de la propiedad privada de los ciudadanos a través de los impuestos. Y sin olvidar a los periodistas, intelectuales y artistas instalados en los medios públicos de comunicación y buena parte de los privados, cuya fervorosa búsqueda de dinero, popularidad y comodidades materiales coexiste con un fervorín retórico que desprecia el obtenerlas. Los millonarios de la telebasura suelen ser de izquierdas, tanto más radicales cuanto más y más rápido se hayan hecho millonarios. En vez de la limosna que antaño daban por piedad o cautela los ricos y los que no lo eran, los que tenían y tenían menos, pero siempre más que alguno, ahora reina el espectáculo de una especie de socialismo universal intransitivo. Se impone la Barbie Solidaria.

Esta dichosa solidaridad que a fuerza de manoseada y repetida empieza a no significar nada, o por lo menos nada bueno, es la legítima heredera conceptual de aquella fraternidad con que los jacobinos guillotinaron el concepto de Propiedad y descarriaron a buena parte del liberalismo europeo por las trochas del colectivismo y abrieron las grandes alamedas del terrorismo de Estado, desde Robespierre a Pol Pot. Hoy es una gigantesca multinacional de la palabrería que usa y abusa de la imaginería tercermundista, un timo de la razón a cuenta de los sentimientos que suele acabar financiándose a costa del Estado, es decir, de la propiedad de todos cuando ya no pueden defenderla. Pero su raíz está en esa crisis de la idea de propiedad que, como bien señala Germán Yanke, está en el origen de todos los complejos de todas las derechas. Es un sarcasmo intolerable que cuando los miles de millones de «pobres del mundo» que buscan en la propiedad y en la seguridad legal de conservarla su modo de acercarse al bienestar de las sociedades que con ella como piedra angular más han prosperado, se les predique precisamente desde esas sociedades que renuncien a lo que tanto anhelan. Ni en las fantasías más tronadas de los revolucionarios del siglo XIX puede encontrarse un ejemplo más desvergonzado de extravío de los pobres a manos de los ricos, de engaño de los ignorantes por los listos. Y es que conviene recordar que los intelectuales como gremio han sido y son los enemigos más activos e implacables de la derecha liberal.

Este libro supondrá para muchos el descubrimiento de Germán Yanke como intelectual, como hombre de vastas lecturas y reflexión incansable que no siempre afloran en las actividades periodísticas y cívicas que le han otorgado tanta popularidad. En realidad, es en el periodismo donde hoy se encuentra lo mejor y más vivo del pensamiento liberal español. Y no sólo español: baste recordar a Raymond Aron o Jean-François Revel, que han mantenido desde los periódicos una permanente y ejemplar lucha contra el abrumador dominio de la intelectualidad totalitaria de izquierdas en la patria de Robespierre y Jean-Paul Sartre donde, no por casualidad, se inventó el nombre y acuñó el concepto mismo de izquierda, horizonte conceptual, moral, laboral y casi ecológico de la especie intelectual y trampa de varias generaciones, singularmente la nuestra, de la que sólo con mucho esfuerzo hemos conseguido salir liberales algunos.

Pero, en eso, el intelectual Germán Yanke también es especial. Casi todos los liberales que conozco, al menos los que en los últimos años hemos ido alumbrando medios genuinamente liberales como La Ilustración Liberal y Libertad Digital, amén de nuestras actividades en la prensa de papel como El Mundo o ABC y sobre todo en la radio, primero en La Linterna y ahora en La Mañana de la COPE, venimos de la izquierda. El que no se hizo marxista en los jesuitas, acabó maoísta en la Universidad, cuando no pasó por el trotskismo, el anarquismo o los cristianos por el socialismo. En los intelectuales españoles que ya han cumplido los cuarenta, no digamos los cincuenta, no haber pasado de socialdemócrata es una auténtica rareza. Pues bien, Germán aún es más raro, porque siempre fue de derechas. Y, desde sus orígenes, extrañamente liberal. Eso no quiere decir que hayamos vivido enfrentados largo tiempo y que sólo con el paso de los años hayamos llegado a coincidir ideológicamente. Todo lo contrario. La primera vez que oí hablar elogiosamente de Germán Yanke fue allá por los 80, entre jóvenes de Madrid que, provenientes de la izquierda antifranquista o del Opus de Antonio Fontán, salían de las Juventudes Liberales de UCD imantadas por Joaquín Garrigues para entrar en los Clubes Liberales de su hermano Antonio, repitieron naufragio en la Operación Roca y acabaron apiñándose en torno a un político raro de AP, un tal José María Aznar.

No llegué a conocer a Germán por los amigos liberales de entonces. En realidad, aunque ya nos habíamos empezado a leer y menudeaban amables referencias mutuas, la primera vez que nos vimos fue en un escenario de lo más significativo: Jerusalén, en el primer viaje de los Reyes de España a Israel en 1992, al cumplirse los quinientos años de la expulsión de los judíos. Para rebajar la densidad histórica del tiempo, el espacio se puso anecdótico: nos saludamos entre el sefardí Yitzak Navon, ex presidente de Israel a quien había entrevistado para mi Historia de los judíos españoles en Antena 3 TV, y Gustavo Villapalos, rector entonces de la Universidad de Madrid, incansable enredador, simpático conversador y que se hacía pasar por liberal, antes de formar pareja artística con Cristina Almeida y viajar a postrarse ante Sadam Hussein en la I Guerra del Golfo.

Después del encuentro jerosomilitano nos seguimos viendo, bien a través de Melchor Miralles que dirigía entonces El Mundo del País Vasco, bien a través de cualquiera de los saraos intelectuales y periodísticos que periodistas e intelectuales montan para verse mutuamente. Germán, como todos los liberales de bien en el País Vasco, era un hombre insultado por Arzallus y amenazado por ETA, la habitual fórmula complementaria de los liberticidas sabinianos y los asesinos marxistas. Y cuando murió Antonio Herrero, Luis se hizo cargo de La Mañana y yo de La Linterna, pensé en él para hacer lo que hacía yo con Luis, el resumen de prensa de la última hora u hora y media. Me lo traje de Bilbao, con lo que su ciudad perdió un adalid inmejorable, pero a cambio la COPE lo hizo pronto popular en toda España. Alguna vez me lo han preguntado y no recuerdo bien cómo llegué a adivinar su idoneidad radiofónica. Lo que sí sé es que desde entonces hemos trabajado siempre en armonía, tanto en la radio como en la prensa, en la de papel o en la de Internet, y que los que saben de radio siempre me han dicho que el mejor descubrimiento que he hecho en estos años ha sido precisamente Germán Yanke.

A mí lo que siempre me choca de Germán es eso de que nunca haya sido progre. Pero tal vez por eso mismo siempre ha tenido una debilidad no tanto ideológica como política por los socialistas vascos, especialmente Redondo Terreros, pero también otros del PSE-PSOE que se han mostrado menos decentes, fiables y amigos de la libertad. No cabe reprochárselo, claro, pero no deja de ser un argumento defensivo cuando se comenta un pestiño marxista o cualquier anécdota de la clandestinidad antifranquista y Germán nos mira sonriendo y con cara de «yo no estuve ahí; ése es vuestro problema». A cambio del tiempo que no perdió estudiando marxismo, ha leído mucho y, lo que es más notable, sigue leyendo hoy todo lo que se escribe desde el liberalismo clásico y fetén, el de Hayek y otros autores abundantemente citados en este libro, y también desde la izquierda no marxista, sino socialdemócrata, multiculturalista, republicana o como se llame en los últimos diez días. Yo creo que esa atención que presta Germán a lo que escribe la izquierda es la penitencia que otros pasamos por nuestra adolescencia radical y a él le corresponde ahora por pasar tantas sobremesas con sus amigos del PSE-PSOE.

Pero ése es precisamente uno de los valores de este libro: que junto a una abundantísima referencia al liberalismo hay también una atención crítica al argumentario más actual de la izquierda. O lo que es lo mismo: que no sólo constituye una síntesis excelente de lo que pensamos los liberales en el año 2004 sino también de todo aquello con lo que no estamos de acuerdo y que defiende la izquierda de todo el mundo en multitud de libros, prensa y demás medios de comunicación. El libro de Germán podría haber sido sólo –y sería mucho– una síntesis académica de la doctrina liberal acerca de los problemas más actuales, desde el terrorismo a la guerra pasando por el multiculturalismo y el Islam. Pero al erudito le ha vencido afortunadamente el periodista, al gran lector el discutidor implacable que también es Germán Yanke. El resultado es un libro en el que cada capítulo da para un debate político en televisión, cada tesis para un libro y cada antítesis para un festín intelectual. No hay un solo asunto de importancia que no se trate en él, siempre que sea de actualidad; y no hay un solo asunto de actualidad que no se aborde, siempre que sea de importancia. Es, a mi juicio, el libro más importante de su autor, pero nos lo da cuando menos lo esperábamos. Eso es también muy de Germán Yanke.

Germán Yanke, Ser de derechas. Ediciones Temas de Hoy. 2004.

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