El 1 de enero de 1863 Abraham Lincoln declaró la emancipación de los esclavos negros en Estados Unidos. Pero habrían de pasar cien años más para que la igualdad racial, social y legal fuera efectiva y real. Mientras tanto, en miles de episodios vergonzosos se humilló a miles de seres humanos por el mero hecho de ser negros. No importaban las leyes, la interpretación la hacían los blancos. De esa manera, y a lo largo de esos cien años, se les impidió votar, se les consideró inferiores, se les segregó en las escuelas, se les impidió subir a los medios de transporte para blancos, o sentarse en sus asientos, y cuando alguien osó rebelarse contra ello fue perseguido, humillado o asesinado.
Así estaban las cosas aquel 1 de diciembre de 1955, cuando Rosa Parks, terminada su jornada de trabajo como costurera, esperaba el autobús que la llevaría de vuelta a casa en Montgomery, estado de Alabama.
El autobús se detuvo. No siempre lo hacía. A veces, si sólo había negros en la parada, pasaba de largo. Rosa subió y se dirigió a las últimas filas de asientos, las únicas que los negros podían ocupar, y únicamente si todos los blancos estaban sentados. Ocupó un asiento libre del pasillo, junto a un hombre negro situado al lado de la ventanilla, y frente a otras dos mujeres de su misma raza. En la segunda o tercera parada entraron varios blancos. Uno no encontró sitio y se quedó de pie. Al darse cuenta, el conductor del autobús conminó a los negros a que se levantaran para dejar el asiento. Rosa vio que era un hombre todavía joven. Si hubiera sido un anciano o un niño se hubiera levantado, pero esta vez decidió no hacerlo. Haría lo que pensaba que debían hacer los negros: decir no.
Le vino a la memoria su terror cuando era niña. El no poder conciliar el sueño por miedo a que los blancos quemasen la casa. Encogida en su cama, oía los feroces gritos de aquellos hombres, los aullidos de los perros, los inatendidos gritos de socorro de los suyos.
En cada grito de
cada hombre,
en cada grito de miedo
lanzado por un niño,
en cada voz,
en cada anatema,
oigo el ruido de
las cadenas
que atenazan el espíritu.
Así escribió William Blake. Rosa estaba cansada, pero no del trabajo sino del trato que los negros recibían, cada día, todos los días, toda la vida. Recordó a su madre, que creía en la libertad y la igualdad, diciéndole "somos seres humanos y debemos ser tratados como tales". Recordó a sus abuelos, que habían sido esclavos. No, esta vez diría que no. No dejaría que el miedo atenazara su espíritu libre. Vio cómo los que iban a su lado se levantaban mansamente. El conductor le preguntó si ella no pensaba hacerlo. Dijo que no. El conductor le advirtió que tendría que denunciarla. "Puede hacerlo", dijo suavemente Rosa. El conductor detuvo el autobús y avisó a la policía. Dos policías llegaron y preguntaron a Rosa por qué no se había levantado. "Pensé que no debía hacerlo". La arrestaron y la condujeron a la comisaría.
En sus ratos libres, Rosa Parks trabajaba como secretaria de la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color). Sus compañeros hicieron una serie de llamadas por la noche contando lo que había ocurrido. Una de esas llamadas fue para un joven pastor baptista, Martin Luther King, hasta entonces desconocido.
El pastor King se unió al gesto de Rosa y la comunidad negra de Montgomery reaccionó. Hicieron un boicot a los transportes públicos que duró 381 días, más de un año yendo a pie a todas partes, sin subir a un autobús o a un tren. A pie cada día al trabajo, por lejos que estuviera. Para evitarlo se montó un servicio voluntario de automóviles que llevara a la gente a trabajar y la recogiera a la salida. Funcionó admirablemente, pero el alcalde de Montgomery ordenó detener la operación del trasporte voluntario, alegando que habían fundado "una empresa particular de transporte" sin haber solicitado el permiso correspondiente, y les llevó a los tribunales.
La crónica de lo que ocurrió la hará el propio Martín Luther King:
"Nuestros abogados replicaron brillantemente que el trasporte en automóviles particulares era voluntario y gratuito, a cargo de las Iglesias negras. Era obvio, sin embargo, que el juez Carter fallaría a favor de la ciudad".
King nos cuenta el revuelo de periodistas y políticos, la llegada del alcalde, la agitación de los que entraban y salían de la sala.
"Con angustia y esperanza leí estas palabras: 'El tribunal Supremo de los Estados Unidos, en el día de hoy, ha decretado unánimemente que la segregación en los autobuses de Montgomery, Alabama, es anticonstitucional'. El corazón me latía con una alegría imposible de explicar".
Era el 13 de noviembre de 1956. El humilde desafío de Rosa Park había concluido con una gran victoria.
Aunque por motivos menos dramáticos, el gesto de Rosa Parks ha vuelto a repetirse en Cataluña con el nacimiento de Ciudadanos como partido político. No sería justo comparar las épocas, los hechos y, por supuesto, el agravio. Pero es idéntico el contexto, y la necesidad de valentía para oponerse a los abusos políticos, mediáticos y lingüísticos. La misma debilidad, idéntico desamparo, ella sola, épica, digna.
Como Rosa Parks, Ciudadanos es un insignificante partido a merced de una maquinaria nacional capaz de hacer de su gesto una diana. Como ella, tenemos derecho a soñar que no seremos estigmatizados por tener ideas diferentes. Como ella, tenemos derecho a soñar que no seremos agredidos por exponer nuestras ideas en público. Como ella, tenemos derecho a soñar que la escuela no borrará ninguna de las dos lenguas oficiales a nuestros hijos. Como ella, los ciudadanos tenemos derecho a soñar que podemos comportarnos en política como quisiéramos que nos trataran los políticos que nos dirigen.
No crea, no es tan difícil. Depende de nuestra voluntad.
En medio de una sala abarrotada por compromisarios e invitados, de la incredulidad de ver cómo se cumplía el sueño de crear un partido capaz de ofrecer a los ciudadanos lo que todos los demás les han negado, creía estar asistiendo a un homenaje improvisado a esa humilde costurera de Alabama, Rosa Parks.