Hace cuarenta años, en un anochecer de Pekín y tras visitar en un helado páramo de las afueras un campo de concentración –de reeducación, decían– para jóvenes disidentes e hijos del régimen que, sospechosos de liberalismo, podían ser reeducados definitivamente contra el paredón esa misma madrugada, me juré no permitirme ni permitir, en la medida de mis posibilidades, que el prestigio sangriento de la revolución, que en nuestra generación había reemplazado al amor a los pobres y al afán redentor del cristianismo, pudiera dejar en el olvido el sufrimiento de sus víctimas.
Lo relativamente pomposo de aquel juramento a solas en la sombría habitación de un hotel que nadie ocupaba desde la marcha de los técnicos de Stalin -lo primero que hizo la alcachofa de la ducha cuando abrí el agua fue caer sobre mi cabeza- se debía al tratamiento que en casi toda la prensa española que en las veinticuatro horas de avión pudimos leer y releer se dio a la entrevista que Íñigo le había hecho en TVE a Soljenitsin el día anterior. Yo había leído ya el primer tomo de Archipiélago Gulag, uno de los libros más importantes del siglo XX. Por eso no me sorprendió cuando dijo que la dictadura franquista, entonces en manos de Arias Navarro, con Cebrián al frente de los informativos de TVE, era una broma al lado de la de la URSS. Y puso un ejemplo: esa tarde, en el Metro de Madrid, había podido hacer fotocopias de un texto suyo, algo que en Rusia, fueran novelas o poemas, se debía hacer a mano y leer en secreto, para luego copiar o quemar.
El odio a las víctimas del terror rojo
Toda la caterva progre saltó contra Soljenitsin y uno de los ídolos de la intelectualidad de entonces, el plúmbeo Juan Benet, dijo en El País que su mera existencia justificaba los campos de concentración. Pero ya en la reseña de la entrevista de todos los diarios de aquel día brillaba el odio a los supervivientes de las cárceles: torturas, violaciones y asesinatos del régimen fundado por Lenin hace 100 años y cien millones de muertos. Ese odio, que han heredado luego las víctimas del terrorismo vasco o catalán, sigue tan vivo como en 1976, en una prensa peor escrita pero tan vil como aquella.
Contra ese odio a las víctimas que son la prueba viviente del fracaso criminal del comunismo he trabajado estos cuarenta años, de 1976 a hoy. Y he tenido el honor de hacerlo junto a los cubanos de la disidencia y el exilio y junto a los ex-comunistas que, conocedores del Mal, dedicaron su vida a combatirlo. Al año siguiente fundé con Javier Rubio y Cardín la revista Diwan donde fueron apareciendo los artículos de 'Lo que queda de España' y empecé a colaborar en el primitivo y liberal diario El País. Allí reinaba José Miguel Ullán, que vacunado también del comunismo, era amigo de Severo Sarduy y Néstor Almendros, y por él me invitó Juancho Armas Marcelo al I Congreso de Escritores de Lengua Española en Las Palmas.
Mi encuentro con Carlos Alberto Montaner
Y allí conocí a un cubano llamado Carlos Alberto Montaner que presentó a la firma de tantísimo escritor una petición a Castro para que dejara salir de Cuba a Heberto Padilla, confinado por los poemas de Fuera del juego. Apoyamos la petición Sánchez Dragó, Juancho Armas y yo. La egregia turba intelectual reaccionó con fruncida indignación, acaudillada por Ariel Dorfman, famoso por cierto drama contra la tortura, salvo que la infligieran los castristas o sus amigos de la Stasi –de Las Palmas volaba a un evento en la Alemania Oriental–. Casi pidió la extradición de Montaner. Reunidos clandestinamente en el lavabo de caballeros, Montaner, Dragó, Armas y yo, pudimos contraatacar, se firmó algo y Montaner siguió aquí.
Desde entonces hemos sido amigos. Por él he conocido a Carlos Rangel y a los liberales hispanos del mundo, con él he conocido a la heroica Cuba anticastrista, y por sus casas y las mías, en Madrid y en Miami, he visto recién salidos de las cárceles castristas, tras largas campañas de Prensa, a escritores disidentes, guajiros rebeldes, místicos católicos, revolucionarios de Sierra Maestra y presos políticos 'plantados' desnudos en su celda, años y años, por negarse a vestir el mismo uniforme de los delincuentes comunes.
He vivido en Miami junto a tres generaciones del exilio, ya cuatro. He visto y he escrito sobre la pena de esa Cuba en guerra por la paz y la libertad. He estado junto a los familiares de las víctimas del barco 13 de Marzo y de los aviadores de Hermanos al rescate, asesinados por los Castro cuando tiraban sobre La Habana octavillas con la Declaración de Derechos Humanos. Y he visto en el Versalles, donde hubiera querido estar ayer, antes de tomar la ropavieja con moros y maduros y el dulce de tres leches, al cómico Roblán, que se disfrazaba de Fidel Castro cada vez que éste mataba a algún compatriota y se paseaba de verde olivo para que los clientes lo insultaran, forma gratuita y patriótica de terapia contra la impunidad de la tiranía. He escrito, en fin, más artículos contra la dictadura castrista y sus secuaces que contra cualquier otra y sólo lamento que, a diferencia de España, la muerte del dictador no deje un país más rico que antes y camino de la libertad, sino más pobre que nunca y convertido en 'resort' de narcoguerrilleros y 'cabaré' de toda la gentuza, progre o carca, atraída por la fotogenia del paredón y el prestigio, apenas inferior al del crimen, del sexo barato, chapero y jinetero.
La miserable reacción de Rajoy
Me avergüenza la miserable reacción del Presidente del Gobierno de España, reciente viudo –y verdugo– de Rita Barberá, que en vez de pedir libertad para Cuba y resarcimiento de lo robado por la tiranía a decenas de miles de españoles, se ha referido al "gran calado" del Monstruo de Birán. Para calado, el del barco 23 de Marzo, el de los sótanos de las infinitas cárceles de la dictadura, el de la pena de los cientos de miles de cubanos cuyas tumbas, con el nombre de pueblo en que nacieron sobre el mármol, yacen al sol de Miami, el de la melancolía habanera en los ojos del poeta Gastón Baquero, al que vi con los Montaner en su asilo madrileño poco antes de morir, el de las cartas de Lezama Lima a su hermana Eloísa, entre las que recuerdo esta línea de la penúltima: "la sábana no llegó".
De estos cuarenta años de febril vida intelectual, de lucha contra el comunismo y sus secuaces, de apoyo a todos los cubanos que han luchado y muerto, luchado y perdido, luchado y resistido, por la libertad de Cuba, el texto que quizás resume mejor lo que pensaba, pienso y defendemos en esta casa sobre la tragedia cubana es "La anatomía del terror", de Carlos Alberto Montaner y de noviembre de 1999, al cumplirse los 40 años de la tiranía, publicado en el Nº 4 de La Ilustración Liberal, con las fotografías que mejor resumen ese Reino del terror. Vaya en homenaje a los que, a uno y otro lado de este océano del crimen, ya no pueden leerlo.
27-11-16