En dicho manifiesto se denunciaba "el pesado silencio de la izquierda española en lo que concierne a la defensa del Estado de Israel" y se atribuía a la izquierda un discurso predominantemente "antisemita, antijudío y antiisraelí".
Las intervenciones en el CEU, muy desiguales, no arrojaron demasiada luz sobre lo que actualmente se denomina "nuevo antisemitismo" o "nueva judeofobia" y que, generalmente bajo la capa políticamente correcta del antisionismo, ofrece elementos claramente distintivos del antisemitismo tradicional (de raíz religiosa primero y racista después), aunque también entronque en algunos aspectos con ese viejo atavismo católico español, hoy casi inexistente. Sin embargo, sí se ofrecieron algunas claves interesantes que condicionan y sesgan sistemáticamente las opiniones sobre Israel, aunque rara vez se repare en ellas.
Vaya por delante que hoy día, salvo la extrema derecha filonazi y residual, nadie se proclama antisemita. Ni siquiera Mahmud Ahmadineyad, que ha expresado su deseo de borrar a Israel del mapa, dice ser antisemita. Él, como la izquierda, es sólo "antisionista". Y es que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y el descubrimiento de los campos de la muerte, el antisemitismo fue proscrito del lenguaje político y nadie se pudo ya proclamar antisemita abiertamente. Eso no significa que el antisemitismo desapareciese, sino que, como ya había sucedido antes, mutó en algo distinto, que algunos prefieren hoy día denominar judeofobia o israelofobia.
El Estado de Israel, especialmente tras la Guerra de los Seis Días, pasó de ser, para la izquierda maniquea, un David con sus kibbutzim socialistas a un Goliat aliado de EEUU. Después de 1967, Israel se convirtió en el "judío de las naciones" y concitó los odios que antaño se concentraban en el individuo judío. Se reciclaron viejos mitos sobre conspiraciones secretas para dominar el mundo, se reeditaron Los protocolos de los sabios de Sión (hoy día un superventas en algunos países árabes), se recuperaron los estereotipos antijudíos y se añadieron otros de nuevo cuño.
Este odio a Israel, al Estado judío, convertido, como antes el pueblo judío, en excepción, en chivo expiatorio al que atribuir todas las culpas y aplicar sistemáticamente un doble rasero (por ejemplo, ha sufrido un mayor número de condenas de la ONU que todos los demás países juntos), dio origen a un "nuevo antisemitismo", esta vez bajo el eufemismo de antisionismo.
Naturalmente, esto no se refiere a la crítica legítima al Gobierno israelí de turno, o a sus políticas concretas (con sus luces y sus sombras, como las de cualquier Gobierno democrático), sino a la demonización y estigmatización completa del Estado de Israel, el único al que se le cuestiona su derecho a existir y cuya destrucción se considera de buen gusto hasta en los telediarios. Y es que, gracias al antisionismo, uno puede ser de izquierdas y promover, aunque implícitamente, la desaparición de los siete millones de ciudadanos de Israel sin temor a ser tachado de antisemita. Es por esto que Gustavo Perednik dice:
Aun cuando desde un punto de vista estrictamente teórico se podría ser antisionista y no judeofóbico, el antisionismo propone acciones que llevarían a la muerte de millones de judíos. Por ello en el mundo las dos expresiones de odio [a Israel y a los judíos]están íntimamente entrelazadas, como muchas veces revelan sus propios voceros.
Juaristi caracterizó la nueva judeofobia de izquierda a través de tres grandes ejes: el antiamericanismo (el antisionismo sería sólo un apéndice de éste), el progresismo (buenismo) y la recuperación del antijudaísmo religioso. En opinión del intelectual bilbaíno, la izquierda ha re-construido, por medio del antisionismo, un verdadero "antisemitismo de síntesis". Juaristi abundó de forma convincente en la recuperación por parte de la izquierda del antijudaísmo religioso como un componente más de su desprecio hacia la cultura judeocristiana europea. Fue quizá la parte más interesante de su exposición.
Estos elementos quizá puedan ayudar a identificar la moderna judeofobia, muy extendida en los medios de comunicación occidentales. La idealización del Otro Sufriente, el Árabe o el Musulmán abstracto como nuevo "paria" con el que "solidarizarse", explica algunas posiciones del progresismo en este asunto. Unida a la subcultura del apaciguamiento (materializada en la Alianza de Civilizaciones) y al buenismo –es decir, la insidiosa idea de que sólo rindiéndose ante quien te quiere destruir se puede hacer justicia–, inhabilita por completo a la izquierda para otra cosa que no sea rendirse a discreción ante cualquier tiranía o ideología totalitaria. Justo lo opuesto que representa el Estado de Israel, que mantiene vivo el recuerdo de la Shoá, dispuesto a defender su derecho a existir y a vivir en paz dentro de unas fronteras seguras.
La nueva judeofobia ha realizado otra sorprendente síntesis; y es que ha puesto de acuerdo a tres ideologías aparentemente dispares y opuestas: la izquierda, el islamismo y la extrema derecha. Pese a sus diferencias retóricas, lo cierto es que todas ellas comparten un profundo desprecio por la libertad y la democracia.
Israel es la quintaesencia de Occidente, la avanzadilla democrática en Oriente Medio: algo que, como a los judíos antaño, lo convierte inmediatamente en culpable, haga lo que haga, y en objetivo a destruir por parte de los enemigos de la libertad. A diferencia del viejo antisemitismo religioso, es de esas tres fuentes ideológicas, esencialmente antidemocráticas y totalitarias, de donde se nutre el nuevo antisemitismo.