Pese a ser bien conocido y sufrido en el interior, ese nacionalismo no había merecido apenas atención más allá del Padornelo en los últimos años, que es justo cuando ha emergido de sus guetos tradicionales para actuar con mayor frecuencia y virulencia. Un fenómeno éste directamente relacionado con la aparición de una contestación social a la presión creciente del Gobierno socialista-nacionalista en materia de imposiciones lingüísticas: en cuanto ha surgido oposición a esa política en la sociedad civil, una serie de pandillas matoniles han comenzado a acosar, amenazar y, en definitiva, intentar amedrentar a los discrepantes.
La ley del silencio es una de las normas no escritas de los oasis políticos. Tal vez la principal. Por eso se cuidan de financiarla. En el oasis, como bajo las dictaduras, reina la paz. No hay conflictos. Es decir, los hay, pero se los mantiene bajo la superficie de las aguas. Con la agresión a San Gil, sin embargo, se levantó por unos instantes la tapadera de la olla en la que se cocinan el odio y el fanatismo en Galicia.
Ese destape resultó sumamente incómodo para los dueños del oasis. Políticos del Gobierno socialista-nacionalista y comentaristas diversos se escandalizaron menos por el ataque que por la proyección que éste había alcanzado. Así, tras las rituales condenas con los correspondientes peros, lo que lamentaron profundamente en la órbita gubernamental fue que, a raíz del incidente, se diera de Galicia una imagen que conectaba con episodios habituales en el País Vasco y Cataluña.
Esa reacción, que incluyó también la minusvaloración de la agresión (combinándose el "ha habido otras antes" con el "es un hecho aislado"), denotaba una ansiedad por que las aguas volvieran a cerrarse, la incómoda realidad se precipitase al fondo y se reinstaurase el reino del silencio, que aquí no pasa nada.
Naturalmente, sí pasa, y mucho. Sucede que bajo el Gobierno PSdG-BNG, instalado en 2005, se avanza aceleradamente hacia la erradicación del idioma español de las aulas gallegas, así como de otros sectores en los que aún no se ha obligado a la gente a renunciar a su libertad y a su derecho de elección. El comercio, por ejemplo, es el próximo objetivo, pero desde luego no el único. Pues las leyes, normas y planes de normalización aprobados por unanimidad en el Parlamento gallego, junto a recientes decretos como ése que se ha presentado falsamente como la plasmación de un reparto equitativo entre el español y el gallego en la enseñanza, abarcan todas y cada una de las facetas de la vida social, incluso la muerte (galleguizar las lápidas), con el objetivo apenas velado de forzar la transformación de una sociedad bilingüe en una monolingüe.
La larga marcha que había comenzado el PP de Fraga, siguiendo la senda del nacionalismo catalán, se proponen rematarla un Partido Socialista infectado de nacionalismo y los nacionalistas propiamente dichos. Los instrumentos ya estaban ahí. Ahora sólo se trata de utilizarlos a tope. De apretar las tuercas.
Sucede también que ese incremento de la presión ha hecho que se levanten voces y movimientos de protesta, surgidos de la sociedad civil.
Esos grupos no sólo han sido víctimas de la violencia nacionalista, sino de la ley del silencio imperante y de la manipulación: se los presenta como "enemigos" del gallego o como "ultras". Tras el ataque a San Gil, tanto el PSdG como el BNG se negaron a condenar, en una resolución parlamentaria propuesta por el PP, las amenazas y agresiones que acababan de sufrir asociaciones (Mesa por la Libertad Lingüística y Galicia Bilingüe) que defienden la libertad de idioma o el derecho de los padres a elegir la lengua vehicular de la enseñanza de sus hijos.
Dos personas habían sido agredidas en La Coruña. Sin embargo, para los partidos gubernamentales esas víctimas no merecían respaldo, sino todo lo contrario. Eran culpables. Culpables de desatar una "guerra de las lenguas". Tales eran los términos que empleaba el presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, en unas declaraciones dirigidas contra el PP. Pues otra de las intoxicaciones en curso consiste en atribuir al PP la contestación social, cuando lo cierto es que las citadas asociaciones y otras surgían ante la evidencia de que los tres partidos comparten los ejes básicos del proyecto de normalización, el cual es asimismo de anormalización del uso del español en Galicia.
Bajo ese consenso se ha preparado el caldo de cultivo. Ya en la era de Fraga pudieron los mitos nacionalistas, así como la desafección y el odio a España y al español, propagarse y conquistar espacios de poder en sectores clave como el mundo académico, la universidad, la enseñanza y los medios de comunicación. Aunque el partido nacionalista mayoritario, el BNG, no obtiene más de la quinta parte de los votos, el nacionalismo y su versión descafeinada, el galleguismo, conforman el imaginario político dominante, por no decir único.
La pedagogía del odio, como era previsible, ha dado sus frutos, y los más agresivos se concentran en una miríada de grupúsculos y asociaciones que, en muchos casos, son subvencionadas con dinero público. Así, por ejemplo, el grupo que organizó el ataque a María San Gil cotinuaba formando parte de la comunidad universitaria pese a su historial de agresiones contra profesores y alumnos. Hasta ahora, sus actos de violencia habían quedado impunes. Como han quedado impunes las coacciones y acosos que han sufrido en los últimos tiempos quienes apoyan a las víctimas del terrorismo (Vigueses por la Libertad) o reclaman la verdad sobre el 11-M (Peones Negros).
La impunidad de la que han disfrutado los camisas pardas galaicos sólo ha podido envalentonarlos. Y aquí caben dos hipótesis: o ha habido negligencia e incompetencia por parte de quienes deben proteger a los ciudadanos que ejercen sus legítimos derechos de reunión, manifestación y expresión, o aquéllos han mirado para otro lado deliberadamente mientras las pandillas de matones amedrentaban a oponentes del Gobierno, esto es, han permitido de facto que los grupos radicales hicieran el trabajo sucio. Por decirlo con una expresión de la tierra: responsables políticos et altri se han acogido al "dalle que non miran". Y el caso es que nadie miraba hasta que los fanáticos la emprendieron, delante de las cámaras, con María San Gil.
Pero no sólo han cerrado los ojos ante los desmanes de grupos que mantienen relaciones con el entramado de ETA. También han minimizado todo lo posible los atentados de una banda terrorista –Resistencia Galega– que ya ha colocado siete bombas en constructoras y promotoras inmobiliarias. Bombas que en el idioma del oasis son "pequeños artefactos".
Tenemos, pues, los principales ingredientes para diagnosticar que el nacionalismo violento crecido a las orillas del BNG está alterando ya significativamente la convivencia democrática en Galicia. Las asociaciones que se oponen a la política lingüística de la Xunta son los principales objetivos de ese núcleo batasunizado, y ya es un hecho que no pueden expresarse y actuar sin tener que hacer frente a intentos de amedrentamiento.
El huevo de la serpiente ha salido de la incubadora. Lo ha hecho tras varias décadas de alimentación en el odio, bajo la protección del silencio, la pasividad o la complicidad del establishment. Pero estos últimos años recibía el empujón definitivo gracias al calor del agit-prop en torno al Prestige y la guerra de Irak; la aprobación de la violencia física contra el PP y, en general, la no izquierda; y el plus de legitimidad que los socialistas, desde posiciones de gobierno, han dado al nacionalismo, que multiplica el que ya se le había otorgado en la Transición, y le ha conducido a elevar al máximo el listón de sus exigencias.
Pinche aquí para acceder al blog HETERODOXIAS, del que es coautora CRISTINA LOSADA.