Luego, cuando Enrique se marchó con prisas, para no llegar tarde a una cita con su mamá, Carrillo me preguntó que opinaba de él. Le dije, creo recordar, que era muy activo e ingenioso, pero excesivamente oportunista. Carrillo me miró con ironía y zanjó: "¡Es un águila!". La predicción de Carrillo se cumplió para Múgica, que estuvo varias veces en la cárcel y luego fue diputado, pero falló en cuanto a la rapidez de ese recorrido, porque fueron necesarios unos 20 años, y sobre todo la muerte del Caudillo.
Tengo otros recuerdos de ese salón de Colette Leloup, donde Federico Sánchez se convertía en Jorge Semprún y era el príncipe consorte de la dueña, y una vez al entrar Carrillo vio sobre una mesa un ejemplar de la famosa colección Série Noire (hoy muy venida a menos, víctima de la "excepción cultural francesa"), y escandalizado como un musulmán ante una caricatura de Mahoma espetó: "¿Quién lee esas porquerías?". Y el ex Kamerad Polizei (kapo), tartamudeando, respondió: "No... no sé... yo no... Algún amigo francés lo habrá olvidado". Era –éramos– aficionado a las novelas policíacas, pero no se atrevía a confesarlo. Esta anécdota nimia da una imagen de la libertad de expresión y tolerancia que reinaba en las filas de los partidos comunistas.
Recordaba esos casos, y otros, leyendo en la prensa que se había celebrado una ceremonia para conmemorar los eventos acaecidos en la rúa 50 años antes, en febrero de 1956, en torno al intento de un congreso de estudiantes anti SEU que dio lugar a disturbios callejeros y a la consabida represión. Pensé que me habían incluido en la honrosa lista de "los desaparecidos de las fotos", porque en la jerarquía burocrática yo era algo así como el número dos, en aquellas circunstancias. Lo digo en broma, claro, porque evidentemente no me han invitado y evidentemente no hubiera ido, si por provocación lo hubieran hecho. Yo no soy de los que depositan flores en la tumba del Gulag.
Junto a algunos testimonios del género Vergiszmeinnicht (no me olvides), Jorge Semprún recuperando los vestidos viejos de Federico Sánchez, en el basurero ese, el de la Historia (¿recuerdan?), exaltó el partido comunista que había organizado, un magnífico partido de "intelectuales, artistas, estudiantes, universitarios y profesionales", declamó. Y los obreretes ¿qué?. Curioso resulta, para el partido de vanguardia del proletariado. Terminó con un lamento jondo: "¿Qué han hecho con ese magnífico partido?". Pues está visto: al desaparecer la URSS desapareció el PCE, y Carrillo, con su oportunismo de nouveau riche, recibido por el Rey, sólo aceleró su caída pocas semanas.
Recordaba esas cosas, y otras, leyendo en Bobelia una entrevista con Luis Goytisolo, con motivo de la salida de un nuevo libro. Debo confesar que sólo he leído de él su primera o segunda novela, Las afueras, firmada Luis Goytisolo Gay; luego abandonó lo de Gay, tal vez para que no diga, no diga la gente. No me desmayé de emoción al leerla, pese a que Carmen Balcells me afirmara, años después, que Luis era, sin comparación alguna, el mejor escritor español, y que él lo sabía; y sabía que precisamente por eso no era el más famoso: su gloria vendría después de su muerte. ¡Bien largo me lo fiáis! Pero no voy a comparar los méritos literarios de Luis con los de Juan, o los de Arturo, sino referirme a lo mismo, o sea, a lo que dijo Luis, recordando también su cárcel y su paso por el PCE. Era el "único", vino a decir, y nos metimos en él para luchar por la democracia, pero no para que triunfara el comunismo.
Él había leído El cero y el infinito, y de haber triunfado el comunismo hubiera tomado el primer avión para huir de España (¿puedo escribir España, o tengo que poner Catalunya?). Mis inteligentes lectores habrán notado la incoherencia del argumento, pero quiero subrayar, primero, que muy implícitamente declara preferir el franquismo, ya que, aun combatiéndole y pasando por la cárcel, se queda en España, pero si hubiera triunfado el comunismo (por el que luchaba), no lo hubiera soportado un solo día. Y, segundo, su afirmación conformista de que el PCE, o el PSUC, era "el único". Algo parecido dijo Sánchez Dragó (presente en ese guateque de demi-soldes peceros), entrevistando a Alfonso Guerra: "¿Cómo has podido no ser nunca del PC, cuando para nosotros era lo único que había?". La respuesta está en la pregunta, pese a lo que dicen tantos, y más que nadie Carrillo: el PCE no fue "el único", y Alfonso Guerra lo demuestra, lo cual no le impide ser marxista y memoleninista.
En realidad, el difunto PCE fue el más rico de todos los partidos, lo cual no cuaja con su leyenda de partido obrero, de una pobreza franciscana, y por lo tanto se oculta. Si el dinero es el nervio de la guerra, también lo es de la clandestinidad, y yo, que tengo la experiencia de tres organizaciones antifranquistas, he podido comprobar la diferencia "dialéctica" entre un partido rico y las organizaciones pobres. Pero no voy a hablar de mí otra vez. El hecho es que la Internacional de los "partidos hermanos" y los estados socialistas sufragaban todos los gastos de propaganda, ediciones, viajes, salarios, pisos, etcétera, facilitando holgadamente el autobombo propagandístico del PCE, y le permitía mantener, dentro y fuera de España, una red de militantes asalariados como ningún otro partido podía permitírselo, salvo, hasta cierto punto, y con otras subvenciones, el PNV.
En estas condiciones de casi monopolio no les fue muy difícil a los carrillistas aparentar ser "los únicos" y hasta "los mejores", con el aval, además del mundo comunista, de casi toda la izquierda europea, que, como el propio Mitterand, veía en el PCE el gran partido de la izquierda española, con más futuro incluso que el PCI y aún más que el PSOE. Claro, para la generación de Luis Goytisolo y Sánchez Dragó, el inmenso prestigio de la URSS y del marxismo desempeñó un papel, alimentado además por la idiotez de la propaganda antisoviética del franquismo, que provocaba reacciones contrarias. Leer a Marx no es lo mismo que leer a Solís.
Pero a la hora de la verdad, sin tapujos, la propaganda arrinconada, solos ante las urnas, los españoles barrieron al "único", al "mejor", al "magnífico" partido comunista. ¡Qué ingratos somos!
La diosa Actualidad irrumpe en mi despacho, cortándome la voz y mi tono irónico, tirando mis libros y mis papeles por la ventana y sustituyendo las caretas de cartón de mi desprecio por la tétricas máscaras de los asesinos de ETA, que anuncian un "alto el fuego permanente". El miércoles a las doce y media de la noche vi la noticia en la cadena europrogre Euronews, y el jueves por la mañana leí la prensa, y no vale siquiera señalar las evidentes diferencias en los comentarios de El Mundo y El País.
Deprisa y corriendo, arrastrado por la ira, doy mis primeras impresiones. El discurso de ETA no es un discurso negociador, es el discurso de un vencedor que impone sus condiciones. Sobrados motivos tienen para ello, y no es casualidad si anuncian su victoria pocas horas después de que estuviera aprobado el estatuto catalán. El contubernio de Perpiñán estaba montado y bien montado, todo atado y bien atado y todos tan contentos, y hasta es posible que Rodríguez gane, con ETA y ERC, las próximas elecciones.
Todos han ganado, salvo el pueblo español. Porque no se trata de un "alto el fuego" –o sea, el fin de los asesinatos–, se trata de que arrinconan momentáneamente las armas porque consideran que han obtenido, gracias a las armas, lo que pretendían. Un solo ejemplo, pero muy significativo: por Euronews vi a un etarra, que se parecía a Josu Ternero, declarar en francés, con tono de vencedor que impone sus condiciones, y en nombre de la Patria Vasca, que el Gobierno del PSOE en Madrid y el de la UMP en París –ya que ni España ni Francia son naciones– tendrían que "abandonar su represión" y favorecer pacífica y democráticamente la conquista de Navarra y de los departamentos franceses que ellos consideran "Euzkadi Norte", para que nazca, por fin, el Gran País Vasco histórico, o sea el que jamás ha existido ni existirá.