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La destrucción de la izquierda

La izquierda española se desploma. Aunque viene cayendo desde mucho antes de que pudieran demostrarlo los votos, ha sido preciso el último desastre electoral para que se hayan traslucido los procesos de destrucción del PSOE y de Izquierda Unida. Hay que dar la razón a Marx cuando decía que la conciencia va siempre detrás de la realidad. Pero hay más: no correrá riesgo de equivocarse quien diga que los resultados electorales están disimulando la crudeza de la realidad. En una palabra, que el desastre es mucho mayor de lo que indican las urnas.

La fidelidad del votante, el simple amor a los hábitos y la desconfianza hacia la derecha han impedido que la derrota de los dos partidos de izquierda fuera la correspondiente a su vaciamiento ideológico, a la carencia de modelos, a la desarticulación orgánica, a la pérdida del sentido nacional. Ni siquiera el recurso a la mítica unión de la izquierda consiguió frenar la caída de los dos partidos. No obstante el resultado ha sido histórico: a juzgar por él, España ha dejado de ser de izquierdas.

Pero ¿cuáles han sido las causas de la desaparición, práctica, de la izquierda radical y del debilitamiento de las opciones socialdemócratas? Y, sobre todo, ¿a qué se debe la pérdida de prestigio de la izquierda como opción vital?

Obviamente, estamos hablando de España y de Europa. Quiero decir que el internacionalismo obrero ha pasado a la historia, lo cual significa un cambio radical en la historia de la izquierda. Paradójicamente, en los tiempos de la globalización (de la información, del capital financiero...) han desaparecido las "internacionales" de clase. La socialista es vicaria de estructuras de signo tan distinto como el Grupo de los Siete. La coordinación real de los partidos de izquierda ha quedado reducida a espacios nacionales o continentales y éstos son los que determinan los márgenes de las estrategias de izquierda. Así, en Europa las posibilidades vienen dadas por los partidos socialdemócratas. ¿Qué quiere decir esto? Que en la últimas décadas la privilegiada insularidad europea ha ido desactivando las pretensiones revolucionarias, ha sido un factor de disuasión de cualquier propuesta de cambio radical y ha desviado la contestación hacia campos asumibles por el sistema, como es el ecologismo. En una palabra, en Europa se han creado, a partir de los setenta, las mismas condiciones que hubo en Estados Unidos en los cuarenta, cuando la revolución quedó relegada a la periferia de la metrópoli y aun en ese caso obligada a enfrentarse a las teorías y a las practicas de "la seguridad nacional".


La rendición de la izquierda al nacionalismo

Pero viniendo de Europa a España ¿cómo no tener en cuenta las condiciones tan distintas en las que ha vivido la izquierda española y la europea desde el 39 hasta el viernes santo en que fue legalizado el PCE? De esta historia se han derivado muchas cosas: desde la mitificación de la izquierda como una opción, moral y culturalmente superior, a la consideración de la derecha como una expresión perversa de la historia. Y aproximándonos más a la realidad, es obligado reflexionar sobre un hecho que ha tenido y sigue teniendo unas consecuencias de tipo moral y político de suma importancia: en España se pasó de una izquierda testimonial (incluida la comunista) a tener que organizar una militancia correspondiente a más del cincuenta por ciento del electorado. Así que, de golpe, en España nos inventamos una resistencia y una autoridad colectiva-moral que iba a servir, eso sí, para legitimar el pragmatismo, la mediocridad y, con frecuencia, perversiones del sistema democrático o sencillamente violaciones del Estado de Derecho.

En estas dos últimas décadas se ha producido una rapidísima homologación de la izquierda española a la europea, tanto por la asimilación de nuestra sociedad a las condiciones y a las expectativas europeas, como por el impacto del derrumbamiento del socialismo real.

Pero hay un hecho diferencial en la izquierda española derivado de un problema también exclusivo de España. Me refiero a "la cuestión nacional". Las políticas de socialistas y comunistas en este punto han sido y son tan erróneas que se han convertido en el factor más destructivo de la izquierda. No se trata tan sólo de errores de tipo táctico (asunción de reivindicaciones autonómicas y cosas así) ni siquiera de tipo estratégico, como puede ser la concepción del estado, sino que llegan a afectar a las creencias básicas de la sociedad española. La izquierda ha llegado a negar la personalidad histórica de España y a partir de ahí ha deducido concepciones territoriales que se han convertido en la negación del Estado mismo al pasar del autonomismo al autodeterminismo. Se ha erigido la negación de la personalidad histórica de España y la creencia en cuatro naciones como una categoría de la que deben derivarse las políticas culturales, y a partir de la cual pueden justificarse las discriminaciones sociales y culturales. De este modo, la izquierda no solamente ha traicionado a la nación, a España, sino que ha subordinado los intereses de los ciudadanos, especialmente los de los débiles económicamente, a los credos nacionalistas.

Como señalé hace tiempo en Si España cae, y más recientemente en La izquierda y la nación, la articulación de los partidos por comunidades no habría tenido una trascendencia negativa si se hubiese mantenido una concepción nacional de España. Ahora bien, la asunción de una España confederal iba, a su vez, a excitar las tensiones internas de los partidos. En una palabra, no se puede aceptar como posibilidad la disgregación de España sin que ello no repercuta en la estructura de los partidos. Y a su vez, la independencia de los partidos regionales ( el PSC, Izquierda Unida del País Vasco, parte del PSE/PSOE, etc.) termina repercutiendo en las concepciones territoriales del Estado.

Y si ésta es una aventura de la que puede desconfiar con razón la ciudadanía, ¿qué decir de la insolidaridad derivada de la identificación con los nacionalismos? ¿Puede un partido de izquierdas tener una contradicción más grave que la de defender los privilegios de unas regiones sobre otras? Pero hay más ¿cómo puede llamarse de izquierdas o simplemente democrático un partido que acepta las diferencias de euskaldunes y no euskaldunes, catalano/hablantes y castellano/hablantes? Y aun esto es más paradójico si tenemos en cuenta que las poblaciones emigrantes, las impuras según los cánones étnicos y culturales, son las más desfavorecidas económicamente. Así, la izquierda española se ha dedicado a la defensa de las regiones con más ardor que a los derechos de los ciudadanos.

En definitiva, en toda esta aventura los partidos de izquierda han perdido su principal seña de identidad, que es la solidaridad. Por supuesto, han dado la espalda a las concepciones idealistas y protofascistas de la nación de la tierra y la sangre.

Todo este proceso ha sido tan profundamente interiorizado por los militantes que ni siquiera está siendo detenido por los desastres electorales. Se diría que la izquierda camina de forma trágica hacia su propia destrucción. ¿ Cómo entender si no los comportamientos de IU con Madrazo? ¿Cómo explicar que el Partido socialista de Euskadi se haya empeñado en convertirse en el cuarto partido del País Vasco y quizá mañana en el quinto? Porque hacia ahí va el PSE con posturas como las de Odón Elorza y Eguiguren, tan favorables al PNV y al pacto de Estella. Por si la deserción de éstos no fuera significativa, las propuestas de Benegas para una negociación por la paz nos devuelven a sus mejores tiempos autodeterministas. Por su parte Maragall consigue aglutinar a la mayoría de la izquierda catalana con un coste verdaderamente alto: no sólo está llegando a la ruptura real con el PSOE sino a algo peor: la deserción de una política de solidaridad cultural y social a cambio de la asunción de las tesis nacionalistas. Como señala con frecuencia el alcalde de la Coruña, el PSC ha dejado de ser de izquierdas. Su objetivo es heredar a Convergencia Democrática como partido nacional hegemónico en Cataluña. La sustitución de Pujol por Maragall supone el secuestro de una parte de la población catalana, castellano hablante y no nacionalista, para unos objetivos nítidamente nacionalistas.

En definitiva, la traición a una concepción democrática de nación es el suicidio de los partidos de izquierda o la conversión de éstos en partidos nacionalistas.


El oportunismo como ideología

La capitulación de la izquierda ante las tesis nacionalistas sobre España tiene una importancia grande en su crisis, pero es tan sólo una parte. Quizá la más profunda, sin duda la más peligrosa por las dificultades de reversión que provoca (en definitiva se trata de la asunción de tesis nacionalistas). Pero, en todo caso, no es la única causa de la postración ideológica y organizativa en la que se encuentra la izquierda. Son las políticas del PP las que están interpelando a la izquierda de forma muy eficaz. El éxito del PP en las últimas elecciones va unido a una voluntad inequívoca de centro y una apuesta decidida por el mantenimiento del Estado de Bienestar. Quiere decirse que el PSOE ha comenzado a aparecer como sustituible o innecesario para dar respuestas de centro a problemas de convivencia de los españoles y para ofrecer soluciones progresistas a los problemas sociales y económicos. De este modo un partido socialista que había apostado por una política social liberal en ocasiones ( con Boyer, Solchaga, y desde luego Solbes) se encuentra ahora con que es sustituido con una mayor eficacia por parte del partido para el que estas políticas son "naturales" y no crean una contradicción en las bases. Porque no podemos pasar por alto los resultados traumáticos que tuvo para el electorado del PSOE el abandono frecuente de la política socialdemócrata. El sentido realista que con ello quiso demostrar el Partido Socialista no se hizo nunca desde una reconversión ideológica como han hecho Blair o Schroeder, sino que se llevaba a cabo con el sentido perverso de quien quiere jugar a dos paños a la vez.

Por lo que respecta a la crisis del PSOE, es preciso no perder nunca de vista que para los dirigentes socialistas ha contado siempre más el partido que el Estado. Ya hemos visto que cuenta más que la nación pero también que el Estado. Ésta es una concepción de la que se derivan hechos tan perversos como la manipulación de la Administración, la manipulación del funcionariado, la sustitución de la racionalidad estatal por la del partido. Lo del PSOE ha sido el leninismo llevado a una caricatura de socialdemocracia. Por este camino ¿cómo no se iba a llegar al atajo de los GAL? Si no existía sentido del Estado de Derecho en otros campos ¿cómo respetarlo cuando aparecía un fin tan noble como la lucha contra el terrorismo?

Resumiré en unas líneas la esencia del felipismo durante los trece años que han llevado al PSOE a la situación dramática en que se encuentra: el ejercicio de un poder personalísimo a través de un partido sin sentido nacional, que se creyó sustituto del Estado y que gobernó no a partir de las convicciones que se le suponían -las socialdemócratas- sino a partir de las que se consideraban más "populares" en cada momento...


Hasta la caída del muro

Una aproximación a la crisis de la izquierda nos obliga a un mínimo repaso histórico.

a.- La aparición del comunismo y la réplica del fascismo polarizó los espíritus en los años treinta. En esta batalla se contrapuso un sueño a la realidad, la utopía a la realidad del capitalismo de entonces. Nunca una filosofía materialista contó con tanto idealismo, nunca el pensamiento laico pudo crear tanto esencialismo y tanta religiosidad. Nunca el asalto a la razón apareció como la racionalidad. Nunca la preconización de una lucha -de clases- fue tan despectiva para la relación de fuerzas existente. Así que el 17 provocó la respuesta de todas las pasiones nacionales. El del Reichtag fue el más notorio. Como digo, se impone en los treinta una opción desgarradora y a partir de ahí el maniqueísmo como método, la lucha del bien y el mal, el ángel y la bestia, el socialismo y el nacionalsocialismo, el fascismo o el comunismo, el amigo y el enemigo...

b.- Nada iba a quedar fuera de esa disyuntiva. Ni siquiera los movimientos artísticos. Gide era válido hasta que comenzó sus críticas a la URSS. Ilya Ehreburg no era conciliable con Celine (todavía en los años sesenta se hizo una encuesta en un semanario francés sobre la licitud de publicar y leer a Celine). El compromiso no era concebible sino a partir de la totalidad y comprendía la justificación del crimen, en la izquierda y en la derecha, para el comunista y para el fascista. En esas circunstancias el prestigio de la socialdemocracia fue escaso. Si acaso para la economía de guerra.

La guerra civil española terminó también imponiendo la disyuntiva comunismo/fascismo y, a pesar del pluralismo de opciones, tanto el exilio como el franquismo terminaron siendo las expresiones de esa confrontación.

c.- En los años cuarenta las opciones de izquierda gozaron en Europa del máximo prestigio. Hasta los cincuenta los partidos comunistas tuvieron unos resultados electorales altos y no sólo en los países del sur. Sí es verdad que la caída iba a ser rápida y espectacular, en beneficio de los partidos socialdemócratas, que representan por vez primera una alternativa a las concepciones leninistas del Estado.

d.- Desde el punto de vista de la propaganda se produjo un fenómeno poco estudiado: la guerra fría impidió la credibilidad de la literatura crítica que llegaba del socialismo real. A pesar de ello se fue abriendo camino un pensamiento de izquierdas no comunista. Edgar Morin sale llorando de la célula el día que decidió abandonar el PCF. Si los procesos de Moscú apenas habían conseguido sensibilizar a los intelectuales, el fenómeno de maccarthysmo se impuso al goulag.

e.- No obstante comenzó a imponerse la información procedente del mundo comunista, de tal modo que comenzó a resultar patética la consigna de "cambiar el mundo, cambiar la vida", habida cuenta del modelo que se planteaba como alternativa. Por otra parte, los PC,s aparecen en su subordinación real respecto al soviético, el reparto de Europa no es discutible y todo debe ser sacrificado a la construcción del socialismo en un solo país.

f.- El desprestigio del comunismo es creciente pero no el de las apuestas revolucionarias, de tal modo que movimientos como mayo del 68 se convertirán en contestaciones al socialismo real y a los partidos comunistas.

g.- La consolidación de un capitalismo de rostro humano y de gran potencialidad creativa encuentra la colaboración de la izquierda socialdemócrata. Ésta queda asimilada al Estado de Bienestar cuando éste es simple y llanamente la expresión del capitalismo de los años cincuenta y sesenta en Europa. Lo que sucede es que a la socialdemocracia se le concede un espacio claramente disuasor de las aventuras revolucionarias. Digámoslo de otra manera: en estos años los socialistas aparecen como el mal menor. En Italia esto resulta tan escandaloso que hasta los pequeños partidos se hacen los necesarios para impedir la llegada al poder del PCI, a pesar de que no sólo ha renunciado a la dictadura del proletariado sino que asume la OTAN frente al pacto de Varsovia. En definitiva, el erocomunismo termina siendo una socialdemocracia consecuente.


Después de la caída

Para la izquierda española la caída del muro de Berlín no tuvo las mismas repercusiones que en otros países, ni por lo que se refiere al comunismo ni por lo que se refiere a los socialdemócratas. En efecto, con la caída del muro se consumó la experiencia comunista en Europa -el socialismo real- pero también la situación de favor en la que se encontraban los partidos socialdemócratas europeos. No sólo se derrumbó el sistema comunista sino un tipo de socialdemocracia que venía justificándose gracias a la bipolaridad o , dicho más claro, al peligro del comunismo.

En España, dado que el partido comunista había luchado durante el franquismo por las libertades, pudo aguantar mejor que otros la revelación de toda la miseria del Este. Prevalecía el símbolo de Carabanchel a la amistad de Carrillo y Ceaucescu. Por otra parte el eurocomunismo había supuesto una distancia crítica grande respecto a los modelos del Este, aunque la verdad es que la mayoría que quedó en el PCE a partir de la crisis de 1979 y 1980 fueron los nostálgicos del estalinismo. Así que el muro de Berlín iba a tener repercusiones, aunque no tan inmediatas. La fórmula de Izquierda Unida ha sido un cobijo para el PCE que no se atreve a actuar a la luz del día y que toma como una acusación el apelativo de insulto pero tampoco quiere disolverse en aquélla para poder controlarla. En todo caso las últimas elecciones han dejado bien clara la profundidad de la crisis.

Pero como digo, tampoco el PSOE sacó consecuencias de la caída del muro. Mientras el resto de los partidos socialdemócratas europeos buscaba una justificación que sustituyera la razón del miedo al comunismo, que les había favorecido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el PSOE no lo vio necesario. El se había favorecido de su papel sustitutor de los comunistas desde el comienzo de la transición. Mientras alemanes, franceses y británicos buscaban la adaptación de la socialdemocracia, la nueva vía, González seguía cabalgando en su propia fórmula, el oportunismo como método, la destrucción de toda coherencia. Sencillamente, el PSOE pagaba de forma muy cara su éxito en la transición. Quiso convertir en eterna la fórmula temporal de la transición a la democracia.

La consolidación del PP va a suponer en la izquierda española una puesta al día que deberá pasar por una utilización más cuidadosa del término "izquierdas". Hasta ahora se ha recurrido cuando ha convenido a la globalización de las diversas opciones de la izquierda en una acepción genérica. Se hacía porque de este modo se marcaba la contraposición con la derecha. Se prefería la confusión de las izquierdas históricas al triunfo de la derecha. Tal práctica ha revelado un oportunismo sin límites que no ha dejado de tener grandes repercusiones en la práctica. La crisis ideológica, la ausencia de principios, la desvinculación de la moral y la política...se revelan en esta manipulación de las referencias. Esta inmoralidad está en la base de la destrucción "de la izquierda", ya que un socialdemócrata no puede identificarse con quienes siguen justificando a Stalin o no han hecho la crítica del socialismo real.

Esta asimilación de unas y otras izquierdas se quiere justificar como si el PP fuera el sucesor del franquismo: una especie de pacto por la libertad. Por eso digo que la consolidación de la vocación democrática y de centro del PP obligará a una revisión del término izquierda y a una nueva actitud política de cada una de las izquierdas.

El PSOE e IU aún no son conscientes ni de la tragedia en la que están instalados ni, por lo mismo, del desafío al que tienen que responder. Todo su ser histórico y actual están en juego. Está en juego su propia existencia.

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