El último año de un siglo es ciertamente más notable que otros. Nos guste o no, tiene cierta "magia", por decirlo así. Aún más cuando se trata del año que cierra dos milenios. Sea como fuere, resultó por demás llamativo a Jean François Revel, ensayista, editorialista político y académico, quien redactó este Diario de fin de siglo al que hemos dado fin. Comienza el sábado 1 de enero; debido al mal tiempo ha debido quedarse en París y haciendo zapping contempla los canales de TV del mundo, donde en cada uno de todos los países se "celebraron los mayores fuegos artificiales de la Tierra". Pues bien, día por día, llegamos así al 31 de diciembre, donde explica qué ha sido para él este "diario del año 2000". Lo define como "la crónica del día a día de acontecimientos nacionales, importantes o anecdóticos que interesan a todos, no sólo al autor de estas líneas". Pero hay algo más. Siempre lo hay en el pensador francés. Es un diario personal para el cual ha escogido (como lo exige el género), entre acontecimientos serios o fútiles, los que más le impresionaron, despertando su reacción momentánea. "Lo que cuenta en un diario es la espontaneidad de las reacciones", ha dicho. "Me he prohibido reescribir nada". Y, desde ese prisma reveliano, recorremos (entero) el último año del siglo. "De este siglo -observa con acierto el pensador francés- que fue el de la lucha entre la democracia y el totalitarismo, en el cual todavía tenemos arraigadas pese a la victoria de la democracia, las deformaciones actuales del totalitarismo".
Momentos detenidos como una mariposa clavada con un alfiler, personajes políticos o literarios criticados, o bien elogiados, ridiculización de ciertas situaciones o análisis rápidos y agudos, constituyen el material de esta vasta mirada sobre la sociedad actual.
Veamos. El 5 de enero almuerza con Oliver Todd, quien le habla largo y tendido sobre la biografía de André Malraux, en la cual lleva cuatro años trabajando. Estos encuentros serán habituales a lo largo del año (y del libro). Y ya en agosto (lo escribe el día 27) Revel ha dado lectura a las primeras cuatrocientas páginas de la biografía escrita por Todd. Destaca dos puntos que le han interesado particularmente. Uno, la precocidad de Malraux, si no en el orden literario, sí la cristalización de su personalidad, la que a los veinte años muestra los rasgos esenciales del hombre (desde sus tics físicos a los morales), el poder del torrente verbal con que avasalla a sus interlocutores, su mitomanía. Analiza asimismo su militancia comunista, ya que fue un auténtico compañero de viaje y, más adelante, el momento en que dejó de ser de golpe procomunista, lo que le valió naturalmente desaparecer en las enciclopedias soviéticas.
El diario no tiene desperdicio. Revel tal cual es. Gracias a estos apuntes, vemos el año 2000 ahora con otra luz. ¿Ejemplos? Las concentraciones antiglobalistas ("unos vocingleros ignorantes") cuyos actos destructores son, dice bien, "simples delitos de derecho común". Otro día le pide a Mario Vargas Llosa que le ilumine por qué unos militares socialistas abandonaron en Perú un poder que sabían que caería en manos liberales. "Ya no creen en sí mismos -responde Vargas Llosa-, se sienten cansados, cultivan la melancolía y aspiran a la ociosidad". El 25 de octubre da fin al que considera el "mejor libro que ha leído jamás sobre África". Se trata de Ebano de Kapuscinski. El 23 de noviembre, en España, dialoga, "encantado de hacerlo", con Jiménez Losantos y Alberto Míguez ("dos de los comentaristas políticos españoles más brillantes") y con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza. Al día siguiente observa que "otro genio demagogo y populista de izquierdas ha cambiado en su provecho la Constitución, sin pedir opinión a nadie, y que se apoya en el ejército: el venezolano Hugo Chávez, gran amigo de Fidel Castro". (¿Intuía lo que allí está sucediendo, ahora con leyes mordaza votadas a la madrugada?). Señala, asimismo, que el Estado francés odia a la empresa privada. Y no deja de observar las llamativas dificultades de circulación de El libro negro del comunismo (las mismas que se han verificado por cierto en otros muchos países).
Revel pone en evidencia, aquí y allá, en el mundo que ha dejado de ser ancho y ajeno, la permanente traición a la verdad así como las distorsiones ideológicas. Por cierto, de persistir estos debates, generalmente manipulados, "no podremos afirmar, diga lo que diga el calendario, haber salido del siglo XX y entrado en el tercer milenio".
Hace bien leerlo, por su higiene civilizadora.
Jean François Revel, Diario de fin de siglo, Ediciones B, Barcelona, 2002