Durante muchos años el mayor éxito de la tiranía comunista cubana consistió en engañar a millones de incautos, haciéndoles creer que antes de 1959 únicamente los ricos podían disfrutar del sistema sanitario y que sólo gracias a la revolución se habían cubierto las necesidades de todos. Por fortuna -aunque tarde- son ya muy pocos los que creen semejante patraña. El régimen de Fidel Castro -que ha destruido todo lo que se podía destruir en una isla que un día fue rica y próspera- no puede ofrecer a los ciudadanos ni una simple aspirina. Las medicinas que existen en el país están reservadas para aquellos que cuentan con dólares para adquirirlas. El todavía líder de la robolución prometió hace pocos meses que su gobierno iba a producir fármacos suficientes para atender la demanda nacional, sin embargo, en las treinta y siete farmacias que permanecen abiertas en la provincia de Santiago de Cuba, sólo pueden adquirirse hierbas para dolencias estomacales. La salud de los cubanos depende de los pocos dólares que les envían los exiliados, de las propinas de los turistas, de la Iglesia Católica, o de la caridad internacional. En la isla de los hermanos Castro faltan analgésicos, antibióticos, reactivos para análisis, vitaminas..., todo lo que en abundancia existía en Cuba en 1959. El propio Estado se ha visto obligado a realizar un censo para conocer el número de niños que sufren de baja estatura y bajo peso por causa de una desnutrición que se acerca a parámetros que ya no son recuperables. ¿Puede considerarse "un logro" que sean los pacientes los que tengan que llevar los medicamentos, las sábanas y las toallas a los hospitales?
Antes de que triunfara la robolucion, el Ministerio de Salubridad -por medio de sus redes de hospitales y casas de socorro- atendía gratuitamente, o por una cuota mínima, a todos los que necesitaban de sus servicios, mientras que las casas de socorro cubrían las urgencias las veinticuatro horas del día. En 1958 existían en Cuba numerosas Sociedades Mutualistas que, por una cuota mensual de 2,75 dólares, cubrían las necesidades de sus socios desde su nacimiento hasta su muerte. Entre estas entidades se encontraban La "Quinta Covadonga", el "Sanatorio Hijas de Galicia", la "Quinta Canaria" y "La Benéfica", todas ellas expropiadas por un régimen que comprendió muy pronto que si quería perpetuarse en el poder debía destruir todo vestigio de sociedad civil.
Cuando el dictador Fulgencio Batista huyó de la isla, Cuba, con 6.600.000 habitantes, contaba con más del doble de profesionales sanitarios que el resto de los países caribeños. El número de médicos había pasado de 3.100 en 1948, a 6.421 en 1957, en pocos años se habían construido 36 clínicas y las plazas hospitalarias llegaban a 35.000. Según los anuarios estadísticos de la época, la tasa de mortalidad infantil en Cuba era de 32/1.000, la más baja de Iberoamérica. Aunque Castro lo niegue, antes de que él se hiciera con el poder, en Cuba morían menos niños que en España, Italia, Grecia o Portugal. Es cierto que existían desigualdades entre las zonas rurales y las urbanas, pero nunca tantas como las que sufren hoy los cubanos. A pesar de los muchos conflictos políticos, en 1958 la sanidad cubana era una de las mejores del mundo; sin embargo, después de cuarenta y cuatro años de tiranía, los cubanos, lejos de poder confiar en la sanidad oficial, sobreviven gracias a las medicinas que les llegan del extranjero, o a la "moneda enemiga" que sus familiares les envían desde el exilio y que les permite acceder a las "diplofarmacias" y adquirir lo que su gobierno no es capaz de ofrecerles. Los enfermos que no cuentan con nadie que desde fuera del país les ayude, sólo pueden esperar que alguna ONG internacional les auxilie, mientras que los altos cargos del régimen viajan a Europa para someterse a la más simple operación quirúrgica.
A pesar de los supuestos "logros" que ha alcanzado su sistema sanitario, el régimen comunista no ha dudado en confinar a los enfermos de SIDA. Por cada niño que nace en Cuba se realizan dos o más abortos. Son las propias madres las que en los hospitales han de proteger al hijo que están gestando. Para la tiranía castrista resulta mucho más cómodo y más barato que mueran antes de nacer. Los ginecólogos que se niegan a practicar abortos pueden ser expulsados del trabajo y, aquellos que se esfuerzan en que nazcan niños que tienen escasas posibilidades de sobrevivir, son expedientados por poner en peligro las cifras de mortalidad infantil. En la última década han aumentado de manera significativa las enfermedades infectocontagiosas por la falta de higiene, la proliferación de las aguas estancadas, el mal estado de los alimentos y la carencia de insecticidas. De lo único que puede presumir la tiranía de los hermanos Castro es de esclavizar a miles de médicos cubanos en África o en Venezuela.
Este artículo no se hubiera podido escribir sin la inestimable colaboración del médico cubano Antonio Guedes, vicepresidente de Unión Liberal Cubana.