La ley del tabaco no se ha aprobado para proteger la salud de los españoles. De ser así el tabaco hubiera sido prohibido. Como el alcohol, mucho más nocivo. Y después la ministra cerraría las pastelerías o al menos erradicaría de los supermercados la bollería industrial. Para conseguir un donut habría que jugarse el tipo yendo a Las Barranquillas. Y tal vez Pajín dejaría de lucir pulseras-milagro.
La verdadera razón de que se haya aprobado la nueva ley del tabaco hay que buscarla en el oscuro pasajero que anida en el corazón de todo socialista, independientemente del partido al que pertenezca. Quizá no haya aprobado el graduado escolar pero es, desde su concepción un Ingeniero Social de Primera. Su misión vital es transformar la sociedad. Tanto peor para ella si la sociedad no quiere ser transformada.
El problema es que con la descentralización autonómica muchos ministerios, entre ellos el de Sanidad, han quedado casi vacíos de contenido con lo que sus capacidades trasformadoras se han visto muy menguadas. La anterior usufructuaria del Ministerio, Trinidad Jiménez, antes de ser embarcada rumbo a la Comunidad de Madrid, desarbolada por una inesperada tormenta en el Manzanares, calafateada y devuelta al mar como Ministra Moratina tenía como logro casi único haberse gastado cantidades ingentes de dinero público en la lucha contra una epidemia inexistente. Parvo legado.
Pajín llega al Ministerio encendida de ardor reformador. Por fin ministra. Por fin un puesto a la altura de su capacidad y merecimiento. Entra en el Ministerio con paso firme. Tiene planes. El buen socialista tiene planes como Gabilondo calzoncillos: blancos, luminosos, impecables pero sobre todo abundantes. ¡Esto va a cambiar!
Y el segundo día descubre que, aparte de aprender a jugar al mus con los subsecretarios no tiene absolutamente nada que hacer. No puede dejar su impronta. Pasarán estos cielos y esta tierra y a la Pajín nadie la recordará.
Pero Pajín no es la única manufacturando leyes. ¿Cuántas leyes hay actualmente en vigor en España? Dudo que alguien lo sepa. Tenemos un parlamento nacional y diecisiete regionales produciendo leyes en cadena. Y cuando no es la ley es el ucase. Y eso sin contar la infinita capacidad de Bruselas para generar regulaciones de todo tipo y en todos los ámbitos. A la Nissan le lleva 16 horas producir un coche. Nuestros parlamentarios superan eso y mucho más. Por la motorización legislativa. ¡Banzai!
Y cada nueva ley es una posibilidad más de establecer regulaciones e introducir patronazgos. Cada nueva ley es una porción más de tierra que pierde la sociedad en favor del Estado. Hay leyes necesarias y oportunas; ocurre que por su propia naturaleza son pocas. Después de treinta años de democracia uno tendería a pensar que son escasas las leyes que restan por ser aprobadas. Una de ellas, la de huelga, es curiosamente la ley que nuestros estajanovistas parlamentarios no han encontrado tiempo para elaborar. Pero aparte de estas pocas y de algunas correcciones y aggiornamientos de las existentes uno entendería que la labor parlamentaria debería estar largamente circunscrita a la aprobación del presupuesto y a un feroz seguimiento del mismo.
En su primera legislatura Zapatero aprobó 167 leyes y se dejó ocho sin aprobar por falta de tiempo, lo que le impidió superar a José María Aznar que logró aprobar hasta 175 en su segunda legislatura. Naturalmente los parlamentos regionales no se quedan cortos y así, por ejemplo, Cataluña ha aprobado casi cincuenta leyes desde que entró en vigor el nuevo Estatuto. Hay que darse prisa en construir la nación, que si no se enfría. Por el contrario en 1980, con el sistema democrático todavía flamante sólo siete nuevas leyes fueron necesarias.
Dejados a su libre albedrío los políticos van a legislar. Siempre. Porque es lo que por naturaleza generan, como las abejas miel y Rubalcaba mentiras. Está en su ADN. No se puede confiar en la prudencia de los parlamentarios para restringir la producción de leyes. La presión insoportable del "algo habrá que hacer" emanado de activos grupos de presión junto con la tentación de conceder favores políticos pagaderos en votos, prestigio o algo peor es casi irresistible.
¡Algo habrá que hacer! ¡Habrá que aprobar una ley!
Melancolía.