En vano he fatigado internet buscando una sola declaración de Sala i Martin en contra de la imposición del catalán a los profesores de primaria y secundaria. En vano he buscado entre sus artículos de La Vanguardia Valerosa alguno protestando contra su imposición a tenderos, peluqueros, profesores de autoescuela o dueños de bar que vienen obligados a rotular sus negocios en catalán. En vano he escudriñado los recovecos de la memoria a la caza con hurón de una sola declaración de Sala en contra de que se imponga el catalán a los médicos o a los funcionarios o en la administración de justicia.
O sea, que o bien para Sala la humanidad comienza en los cátedros, como para Metternich empezaba en los vizcondes, o bien se ha caído del caballo nacionalista –lo que dudo mucho–, o bien a Sala no le apetece hacer el ridículo en Estados Unidos explicando a sus compañeros universitarios que "allá en esa esquina sojuzgada de España en la que siempre os cuento que el catalán y los catalanes están oprimidos y suprimidos por Franco y el Conde-Duque de Olivares no se puede ser profesor de universidad sin saber catalán".
De Sala sí recuerdo que fue tesorero o así del Barça cuando era presidente su cuate, el separatista Laporta, al que acompañaba en inolvidables noches de farra regadas con champagne en el Luz de Gas. Parece que ahora falta dinero, dicho sea sin ánimo de señalar. Quizá se fuera todo en jets privados a Burkina Fasso, según publica hoy el As.
Y es que el nacionalismo empieza siendo nazi-onanismo. "Nosaltres sols!", "Volem viure plenament en català". Ardor guerrero que dura hasta el preciso minuto en que afecta al bolsillo del bravo nacionalista. Ser nacionalista es hoy, ante todo un negocio. ¡Qué digo negocio! ¡Un negoción! Y el Estatut, ante todo un pacto leonino que garantiza a los políticos nacionalistas, desde Montilla a Benach y desde Herrera a Mas, todos los beneficios del gobierno sin ninguna de sus cargas, como la responsabilidad política y, a poco que Zapatero se estire y cambie la ley, ni aún la responsabilidad penal. En ello está Caamaño.
Mal que le pese a Zapatero, Pujol no fundó una "nació", lo que fundó fue una marca comercial, un monopolio, una razón social que Maragall, Montilla y pronto Mas gestionan. No sin éxito. Ciérrese el grifo y el nacionalismo dura dos horas.