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ESPAÑA

Suárez y el 23-F

El golpe del 23-F perseguía, y esto es esencial para entenderlo, no una involución militarista sino un "golpe de timón", ante la situación política creada por Suárez. Otra cosa es que el plan fuera descabellado, como dejó en claro su fracaso.


	El golpe del 23-F perseguía, y esto es esencial para entenderlo, no una involución militarista sino un "golpe de timón", ante la situación política creada por Suárez. Otra cosa es que el plan fuera descabellado, como dejó en claro su fracaso.

Una cuestión básica es esta: ¿era la situación de entonces realmente grave? A mi juicio sí. El país había emprendido la transición con un desempleo escaso y este iba alcanzando cotas nunca antes vistas (compararlas con las que vinieron después no tiene sentido. Entonces solo podían compararse con las anteriores). El terrorismo también era antes escaso y había sufrido golpes demoledores, para convertirse bajo Suárez en un acoso a la democracia insufrible no solo por el número de víctimas, sino por la indiferencia de los gobernantes hacia las mismas –solo les preocupaban los efectos políticos... sobre ellos mismos–, por la "salida política" que pedían sectores influyentes ante cada asesinato y, quizá más todavía, por el ambiente de ataque y desprestigio sistemático de España que acompañaba cada crimen, tanto en las Vascongadas como en el resto del país. Añádase el griterío generalizado de la demagogia separatista y una política exterior errática, el auge de la delincuencia común, la expansión de la droga entre los jóvenes –cuyos efectos trágicos nunca se han expuesto en toda su amplitud– y otros fenómenos negativos; sin olvidar la propia descomposición de la UCD. Incluso los mayores defensores de Suárez deben aceptar que este era en gran medida el panorama de entonces; pero tienden a tratar esos datos como si cayeran del cielo y no tuvieran nada o casi nada que ver con la gestión de aquel.

La destitución de Suárez se convirtió en una prioridad nacional, y debe reconocerse que no dejaba de tener algún fundamento el ataque feroz que sufrió por parte del PSOE, aunque fuera movido por razones espurias.

El propio Suárez, político superficial y de poco fuste, no parecía percatarse de la situación. Para él, todo el problema se limitaba a que le atacaban desconsideradamente los socialistas, la Iglesia y los financieros, y así lo explicó a sus íntimos cuando decidió dimitir. "Nos dijo que solo había podido reducir a sus justos términos y a su verdadero papel a los militares", cuenta Martín Villa. Calvo-Sotelo abunda en la ausencia de presión militar (esto no niega su desconfianza hacia Armada: lo que le inquietó fue la conducta del rey con el general). Al explicarles su dimisión, Suárez hasta exhibió una peculiar euforia:

¿Os dais cuenta? Mi dimisión será noticia de primera página en todos los periódicos del mundo.

El rey le recompensó con un ducado, pero no con el Toisón de Oro, antes otorgado a Torcuato. Suárez quedó contrariado, pues creía merecerlo más que su antiguo protector.

Claro que los desaguisados de los cuatro años y medio de Suárez en el poder suelen contraponerse a un supuesto mérito más decisivo: "Él trajo la democracia". En mi libro sobre la transición creo haber probado que tal aserto resulta harto exagerado. Él se encontró con una situación excelente para llevar a cabo el tránsito democrático: un país en paz, próspero, reconciliado y moderado, una clase política franquista que aceptó la reforma, una oposición antidemocrática pero débil y un masivo respaldo popular a la ley de reforma política. Pese a tales ventajas de partida, los frutos de su gestión distaron de ser brillantes. Sin olvidar los ácidos corrosivos incluidos en una Constitución elaborada con numerosas trampas, y que tendían a averiar todo el aparato legal.

Creo que en la gestión de Suárez pesan mucho más los aspectos negativos que sus contribuciones a la democracia, algunas reales, pero mucho más ligeras de lo que a menudo se pretende.

En el mensaje en que explicó su dimisión, Suárez dijo que con ella deseaba evitar que el sistema democrático de convivencia fuera,

una vez más, un paréntesis en la historia de España.

La frase no puede ser más reveladora en su carácter contradictorio: o él se consideraba un obstáculo al asentamiento de la democracia, y por eso se marchaba, o bien se consideraba el promotor y representante de las libertades; en este caso, ¿por qué se iba, dejando la vía libre a sus enemigos? En cuanto a su alusión al "paréntesis democrático", referido claramente a la II República, incluido el Frente Popular, sonaba por lo menos algo extravagante en quien había hecho su carrera política en el aparato franquista y gracias a la protección de políticos muy poderosos de la dictadura, por no recordar el modo como procuró sabotear la reforma de Fraga, apoyándose en los sectores más intransigentes. Por otra parte, su ignorancia de la historia estaba bien acreditada.

De la división de la UCD, propiciada en gran medida por él, Suárez sacó la curiosa lección de que necesitaba un partido de corte cesarista, que le obedeciera incondicionalmente. Para ello acabó de torpedear a su partido y creó otro, el CDS, que cosecharía un gran fracaso, con 600.000 votos en 1982, aunque en 1986 alcanzara 1,8 millones. Su principal efecto consistió en dividir y embarullar a la derecha.

Nunca tuvo otro objetivo que ser el jefe de gobierno, sin que le preocupara en exceso la cuestión de si estaba a la altura de la tarea. Inauguró una tradición de políticos de su estilo, superficiales, ambiciosos e ignaros (cabe excluir a Aznar).

El 23-F sería ininteligible sin su gestión previa.

 

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