Dijo entonces Mije:
Yo supongo que el corazón de la burguesía de Badajoz no palpitará normalmente desde esta mañana al ver cómo desfilan por las calles con el puño en alto las milicias uniformadas; al ver cómo desfilaban esta mañana millares y millares de jóvenes obreros y campesinos, que son los hombres del futuro ejército rojo obrero y campesino de España (...) Este acto es una demostración de fuerza, es una demostración de energía, es una demostración de disciplina de las masas obreras y campesinas encuadradas en los partidos marxistas, que se preparan para muy pronto terminar con esa gente que todavía sigue en España dominando de forma cruel y explotadora a lo mejor y más honrado y más laborioso del pueblo español. (Claridad, 19 de mayo de 1936).
Es decir, que en la primavera de 1936 a la "burguesía" de Badajoz (o sea, a todos los que no eran socialistas o comunistas) le bastaba asomarse a la calle o leer un periódico para contemplar el embrión de un verdadero ejército que se preparaba "para terminar con esa gente". Aquellos ciudadanos sabían muy bien lo que significaban las amenazas proferidas, porque, desde que se impuso la República, habían tenido ocasión de comprobarlo en sucesos como los asaltos, incendios y saqueos de propiedades, la intentona revolucionaria de diciembre de 1933 en Villanueva de la Serena, la huelga campesina de junio de 1934 abortada por Salazar Alonso desde el Gobierno, la manipulación de los resultados electorales en la provincia de Cáceres en febrero de 1936 o los asesinatos cometidos desde que ocupó el poder el Frente Popular. Todo respondía a una estrategia revelada con toda claridad por el socialista Largo Caballero en la localidad pacense de Don Benito:
Tenemos que luchar, como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no una bandera tricolor de una república burguesa, sino la bandera roja de la Revolución socialista. (El Socialista, 9 de noviembre de 1933).
Apenas tres meses después del discurso de Mije, en el mismo escenario se iba a forjar uno de los más tenaces alardes propagandísticos de la Guerra Civil española, un mito –el de las "matanzas de Badajoz"– que setenta años después sigue siendo agitado. Afortunadamente, es posible poner al descubierto lo que hay detrás de la leyenda detectando las fuentes y sometiéndolas a crítica para llegar a una reconstrucción coherente de los hechos del pasado.
Eso es lo que han hecho Francisco Pilo Ortiz, Moisés Domínguez Núñez y Fernando de la Iglesia Ruiz durante años de trabajo e investigación compatible con sus ocupaciones profesionales y familiares. Así se demuestra, una vez más, que la historia –al mismo tiempo ciencia y arte– no es una disciplina arcana reservada para un grupo de expertos en tácticas de contaminación ideológica, sino una forma de conocimiento de hechos verdaderos cuyos métodos están al alcance de quien quiera ser fiel a los objetivos propios de dicha ciencia.
Parte del resultado de ese trabajo lo tiene el lector (...) en este libro, que aborda, por primera vez de manera monográfica, la problemática histórica suscitada en torno a los acontecimientos que precedieron y siguieron a la ocupación de la capital pacense por las tropas nacionales el 14 de agosto de 1936, cuando Badajoz fue noticia y se dio inicio a la utilización en la propaganda de las crónicas de los corresponsales extranjeros.
La base fundamental del estudio que presentamos son precisamente esas crónicas periodísticas escritas sobre Badajoz, pero –con ser mucho– no se detiene aquí la indagación de los autores, que han sacado a la luz miles de documentos, cientos de expedientes y fotos. Unos cuarenta archivos y hemerotecas visitados o que han aportado fondos y más de sesenta cabeceras de periódico de los más diversos países ahora consultadas aportan un contenido inédito y decisivo al que, estamos seguros, hará justicia la auténtica crítica historiográfica.
Francisco Pilo, Moisés Domínguez y Fernando de la Iglesia demuestran que los periodistas que informaron sobre la ocupación de Badajoz tuvieron parte principal en la difusión de una versión sobre lo ocurrido en esta ciudad que habla de una matanza indiscriminada en la plaza de toros. Testimonios como las palabras atribuidas a Yagüe por Whitaker, la crónica firmada por Jay Allen pocos días después de los asesinatos llevados a cabo por los frentepopulistas en la madrileña cárcel Modelo y el reportaje aparecido en el diario madrileño La Voz en vísperas del genocidio de Paracuellos quedan completamente desacreditados por su nula credibilidad gracias al análisis de los autores. Por el contrario, son más ajustados a la realidad los relatos que corroboran las horas de duro combate en las calles seguidos de algunas ejecuciones, pero que niegan expresamente la realidad de una matanza en la plaza de toros.
No espere nadie encontrar en este libro una minimización de la tragedia que supuso la revolución y la guerra civil en la España de los treinta. Menos aún de los episodios que tuvieron por escenario a Extremadura en general y a la ciudad de Badajoz en particular. Varios miles de personas fusiladas como consecuencia de la aplicación de los bandos de guerra y de los procesos judiciales de naturaleza militar, así como manifestaciones de una represión irregular que se mantuvo hasta fechas muy avanzadas, son lo suficientemente expresivas para plantear con toda seriedad la cuestión. Algo semejante cabría decir de las represalias que tuvieron lugar en la zona frentepopulista y que costaron la vida a centenares de personas.
Con razón denunciaba José María García Escudero en 1976:
Eso es lo que han hecho Francisco Pilo Ortiz, Moisés Domínguez Núñez y Fernando de la Iglesia Ruiz durante años de trabajo e investigación compatible con sus ocupaciones profesionales y familiares. Así se demuestra, una vez más, que la historia –al mismo tiempo ciencia y arte– no es una disciplina arcana reservada para un grupo de expertos en tácticas de contaminación ideológica, sino una forma de conocimiento de hechos verdaderos cuyos métodos están al alcance de quien quiera ser fiel a los objetivos propios de dicha ciencia.
Parte del resultado de ese trabajo lo tiene el lector (...) en este libro, que aborda, por primera vez de manera monográfica, la problemática histórica suscitada en torno a los acontecimientos que precedieron y siguieron a la ocupación de la capital pacense por las tropas nacionales el 14 de agosto de 1936, cuando Badajoz fue noticia y se dio inicio a la utilización en la propaganda de las crónicas de los corresponsales extranjeros.
La base fundamental del estudio que presentamos son precisamente esas crónicas periodísticas escritas sobre Badajoz, pero –con ser mucho– no se detiene aquí la indagación de los autores, que han sacado a la luz miles de documentos, cientos de expedientes y fotos. Unos cuarenta archivos y hemerotecas visitados o que han aportado fondos y más de sesenta cabeceras de periódico de los más diversos países ahora consultadas aportan un contenido inédito y decisivo al que, estamos seguros, hará justicia la auténtica crítica historiográfica.
Francisco Pilo, Moisés Domínguez y Fernando de la Iglesia demuestran que los periodistas que informaron sobre la ocupación de Badajoz tuvieron parte principal en la difusión de una versión sobre lo ocurrido en esta ciudad que habla de una matanza indiscriminada en la plaza de toros. Testimonios como las palabras atribuidas a Yagüe por Whitaker, la crónica firmada por Jay Allen pocos días después de los asesinatos llevados a cabo por los frentepopulistas en la madrileña cárcel Modelo y el reportaje aparecido en el diario madrileño La Voz en vísperas del genocidio de Paracuellos quedan completamente desacreditados por su nula credibilidad gracias al análisis de los autores. Por el contrario, son más ajustados a la realidad los relatos que corroboran las horas de duro combate en las calles seguidos de algunas ejecuciones, pero que niegan expresamente la realidad de una matanza en la plaza de toros.
No espere nadie encontrar en este libro una minimización de la tragedia que supuso la revolución y la guerra civil en la España de los treinta. Menos aún de los episodios que tuvieron por escenario a Extremadura en general y a la ciudad de Badajoz en particular. Varios miles de personas fusiladas como consecuencia de la aplicación de los bandos de guerra y de los procesos judiciales de naturaleza militar, así como manifestaciones de una represión irregular que se mantuvo hasta fechas muy avanzadas, son lo suficientemente expresivas para plantear con toda seriedad la cuestión. Algo semejante cabría decir de las represalias que tuvieron lugar en la zona frentepopulista y que costaron la vida a centenares de personas.
Con razón denunciaba José María García Escudero en 1976:
Que yo sepa, ni uno solo de los partidarios de la causa republicana que deploraron sus excesos, por muy sinceramente que lo hicieran (y no lo pongo en duda ni por un momento), les negaron por eso justificación. Ni se les pasó por la cabeza hacerlo. ¿Es mucho pedir que sean consecuentes consigo mismos cuando consideran la posición del bando contrario?
Después de aquella explosión, y aunque pueda parecer paradójico, la violencia dejó de ser instrumento al servicio de los intereses de los partidos, las clases o los territorios, como venía ocurriendo hasta entonces. Paradójicamente, el estado de cosas que comenzó en una guerra civil acabó desembocando en un cambio decisivo: en una sociedad más justa y en la superación de los viejos problemas del pasado. Auténtico milagro español que caracteriza a la segunda mitad de nuestro siglo XX y que se trata de dinamitar hoy, al tiempo que se abona el renacer de viejas discordias.
Como han puesto de relieve otros historiadores europeos para circunstancias parecidas, la elaboración de discursos que eluden análisis complejos, recayendo en el simplismo maniqueo de buenos y malos, tiende a imponer una visión de la historia sustentada en los valores que se pretende imponer desde el presente. Silenciar elementos como los señalados con anterioridad significa prescindir de la complejidad de los procesos históricos y privar a los ciudadanos de las posibilidades que la historia y el método de investigación histórica aportan como única herramienta para un conocimiento racional del pasado.
Por el contrario, los autores de este libro nos ofrecen un buen ejemplo de lo que es situarse en el necesario terreno de una historiografía entendida como ciencia al servicio de la paz, la concordia y el diálogo. Que nuestro más sincero agradecimiento por ese trabajo se una al deseo de que cada vez sean más los historiadores que sigan este camino.
NOTA: Este texto es una versión editada de la introducción de ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO al libro de FRANCISCO PILO, MOISÉS DOMÍNGUEZ y FERNANDO DE LA IGLESIA LA MATANZA DE BADAJOZ ANTE LOS MUROS DE LA PROPAGANDA, que la editorial Libros Libres pone a la venta el próximo día 6.
Como han puesto de relieve otros historiadores europeos para circunstancias parecidas, la elaboración de discursos que eluden análisis complejos, recayendo en el simplismo maniqueo de buenos y malos, tiende a imponer una visión de la historia sustentada en los valores que se pretende imponer desde el presente. Silenciar elementos como los señalados con anterioridad significa prescindir de la complejidad de los procesos históricos y privar a los ciudadanos de las posibilidades que la historia y el método de investigación histórica aportan como única herramienta para un conocimiento racional del pasado.
Por el contrario, los autores de este libro nos ofrecen un buen ejemplo de lo que es situarse en el necesario terreno de una historiografía entendida como ciencia al servicio de la paz, la concordia y el diálogo. Que nuestro más sincero agradecimiento por ese trabajo se una al deseo de que cada vez sean más los historiadores que sigan este camino.
NOTA: Este texto es una versión editada de la introducción de ÁNGEL DAVID MARTÍN RUBIO al libro de FRANCISCO PILO, MOISÉS DOMÍNGUEZ y FERNANDO DE LA IGLESIA LA MATANZA DE BADAJOZ ANTE LOS MUROS DE LA PROPAGANDA, que la editorial Libros Libres pone a la venta el próximo día 6.