El tiempo reveló que el comunismo, para triunfar, lejos de necesitar un ambiente capitalista, requería atraso económico y grandes diferencias sociales.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial había mucho de las dos cosas en toda Latinoamérica. La situación se vio agravada por el final de la contienda y la disminución de pedidos de materias primas, así como por la negativa de los Estados Unidos a programar un Plan Marshall regional.
Guatemala
La situación de Guatemala era paradigmática. Desde 1931 padecía la dictadura militar del general Jorge Ubico, que se apoyaba en el ejército y en los grandes terratenientes. En 1944 una revolución blanda, que los marxistas probablemente calificarían de burguesa, lo derrocó. En las elecciones de 1945 los guatemaltecos eligieron como presidente a un profesor universitario, Juan Arévalo, partidario de una reforma social y económica moderada. El problema más grave al que había que hacer frente era el de la situación del campesinado, pobre, analfabeto y a merced de los grandes propietarios. Éstos, a pesar de que las reformas que se proponían no eran ni mucho menos radicales, se opusieron férreamente a ellas, con relativo éxito. En las elecciones de 1950, sin embargo, el vencedor fue un candidato mucho más radical, Jacobo Arbenz Guzmán.
Arbenz cogió el toro por los cuernos e inició una reforma agraria radical. La necesidad de alguna clase de reforma era, en cualquier caso, indiscutible. No sólo existía el problema de que el 1% de la población poseía el 70% de la tierra cultivable. Más sangrante era el hecho de que un tercio de ella, en manos de los terratenientes, no se cultivaba. El Gobierno de Arbenz se propuso expropiar ese tercio y distribuirlo entre el campesinado. La tierra expropiada se pagaba a precio de tasación fiscal y en bonos a treinta años.
Uno de los terratenientes más poderosos era la United Fruit Company. Arbenz decidió expropiar a la compañía norteamericana 90.000 hectáreas de suelo que mantenía sin cultivar y pagar por ellas 600.000 dólares en bonos. La compañía, irritada, pidió cuatro millones de dólares y acudió a Washington para que sus intereses fueran defendidos. El Departamento de Estado incrementó el valor del terreno expropiado hasta los 16 millones de dólares, una suma a la que un país con un presupuesto de 60 millones no podía hacer frente.
En la historiografía marxista se describen los intereses de la United Fruit Company como los determinantes de la intervención que en 1954 dio lugar al golpe de estado patrocinado por la CIA. Sin embargo, no fueron los únicos intereses que Estados Unidos tuvo en cuenta.
El movimiento comunista
Desde finales de la década de los 40 el movimiento comunista se fue abriendo paso en Guatemala, mucho más entre los obreros de la capital que entre los campesinos. El movimiento sindical llegó a estar controlado por comunistas, y fue muy influyente en él el mexicano Vicente Lombardo Toledano, que fijó su residencia en Guatemala durante aquellos años.
La verdad es que los Estados Unidos, ya durante los últimos años de Truman, consideraron la posibilidad de intervenir en Guatemala (antes de la expropiación de las tierras de la United Fruit, que se produjo en febrero de 1953), en vista de su peligrosa deriva izquierdista. Arbenz temió que esa intervención finalmente se produjera debido a que un agente de la CIA se dejó olvidados en un hotel guatemalteco los papeles de un posible golpe. Se trataba de la Operación PBFORTUNE, que fue aprobada por Truman en septiembre de 1952. El plan fue abandonado en parte por el hecho de haber sido descubierto y en parte por el temor del presidente norteamericano a que se llevara por delante la política de Buena Vecindad con Latinoamérica implantada por Roosevelt.
La operación descubierta por Arbenz contenía básicamente los elementos de la que año y medio después se llevaría a efecto, con la diferencia de que la invasión se había pensado hacer desde la Nicaragua de Somoza y finalmente se hizo desde Honduras. Arbenz trató de armarse en el mercado internacional para poder hacer frente a la invasión. Dado que el Gobierno de los Estados Unidos había decretado un embargo de armas sobre el país centroamericano, nadie en Occidente quiso venderle las armas que solicitaba. Sin embargo, los soviéticos sí acudieron a la llamada.
En Moscú estaban mucho más preocupados por la guerra interior desatada por la muerte de Stalin –marzo de 1953– que por incorporar nuevos países al movimiento comunista. Sin embargo, Guatemala ofrecía la posibilidad inesperada de penetrar en el patio trasero del enemigo. Era una oportunidad muy tentadora; además, el Parlamento guatemalteco había sido la única cámara legislativa fuera de la órbita soviética que había mantenido respetuosamente un minuto de silencio a la muerte de Stalin. Así que desde Polonia se envió un carguero sueco atestado de armas capturadas por los checoslovacos a los nazis al final de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando los norteamericanos supieron de la llegada del carguero, decretaron el bloqueo de los puertos guatemaltecos para evitar nuevos envíos. Esto, en Derecho Internacional, es un acto de guerra. El secretario de Estado, John Foster Dulles, convocó una reunión urgente de la Organización de Estados Americanos, una especie de filial americana de la ONU, que habría de celebrarse en Caracas en 1954. El objetivo era lograr la aprobación de una resolución que autorizara la intervención militar en Guatemala. Foster Dulles logró su propósito a medias. La resolución fue aprobada con la única oposición de la propia Guatemala, pero para lograrlo tuvo que retocarla hasta el punto de que perdió la energía con que la había concebido.
El golpe
El 18 de junio de 1954 el teniente coronel Castillo Armas cruzó la frontera guatemalteca al frente de un contingente de unos pocos centenares de hombres armados y entrenados por la CIA. La operación fue denominada PBSUCCESS. En paralelo, la capital fue bombardeada desde viejos aviones de la Segunda Guerra Mundial conducidos por pilotos de la Agencia. Ésta, meses antes, había atraído al campo golpista a varios militares guatemaltecos, que, en vista del cariz de los acontecimientos, se decidieron a intervenir. Arbenz dimitió el 27 de junio y huyó a México. Transportado hasta Ciudad de Guatemala por un avión de la CIA, Castillo Armas se hizo cargo del poder y revocó toda la política de su antecesor. Se implantó una dictadura de corte militar. Fueron detenidos y a veces ejecutados algunos centenares de comunistas, y las tierras expropiadas fueron devueltas a sus antiguos dueños.
Este golpe de estado presenta graves dificultades interpretativas. Es claramente desechable la tesis marxista de que los Estados Unidos intervinieron principalmente para defender los intereses económicos de la United Fruit Company. Es igualmente obvio que el enorme éxito alcanzado por la CIA en Irán el año anterior, cuando consiguió derrocar a Mosadeq en beneficio de los intereses petrolíferos británicos, animó a Eisenhower a volver a confiar en la Compañía para resolver el problema planteado por Arbenz. No obstante, no está mal recordar que Kim Roosevelt, agente responsable del éxito en Irán, se negó respetuosamente a hacerse cargo de la operación en Guatemala, donde la CIA, a su juicio, estaba completamente a oscuras, al carecer de agentes sobre el terreno que pudieran informar sobre las posibilidades de éxito de Castillo Armas.
A partir de ahí surgen una serie de preguntas a las que es difícil contestar. ¿Era probable que Guatemala acabara siendo un país comunista? ¿Constituía el Gobierno Arbenz una amenaza para los intereses estratégicos norteamericanos?
A la primera pregunta puede hoy contestarse que, de haberse mantenido al margen los norteamericanos, hubiera sido muy improbable que Guatemala derivara hacia el comunismo, como lo hizo unos años más tarde Cuba. Sin embargo, fueron las preocupaciones de Washington y los planes de intervención que se dejó torpemente descubrir lo que arrojó a Arbenz a los brazos de los comunistas y de Moscú, haciendo más probable lo que Washington quería evitar a toda costa.
En cuanto a la segunda pregunta, es muy probable que Arbenz no constituyera una amenaza que justificara la intervención, una intervención que hizo que crecieran en toda Latinoamérica los recelos frente al poderoso vecino anglosajón. Pero ya no está tan claro que los norteamericanos fueran conscientes de ello y, a pesar de eso, decidieran intervenir. Quizá lo que ocurrió no fue tanto que Guatemala se contemplara como un país potencialmente comunista, sino que, en una especie de renovada Doctrina Monroe, tal posibilidad, remota o no, fue considerada inaceptable.
Hoy puede ser tachada dicha política de contraproducente, y, en efecto, lo fue. Pero hay que considerar que aquellos años fueron los inmediatamente posteriores a la Guerra de Corea, cuando Estados Unidos y Occidente temieron que el movimiento comunista internacional, liderado por la Unión Soviética, se dispusiera a lanzar una ofensiva en todo el globo, empezando por aquellos lugares donde el comunismo tuviera algún viso de triunfar. En Guatemala, muy cerca del Río Bravo, pareció que se daban las condiciones para ese triunfo y Washington decidió no tolerarlo.
Lo peor de todo fue que los éxitos en Irán y Guatemala envalentonaron a la CIA y convencieron a los centros de decisión de Washington de que las operaciones encubiertas eran la herramienta ideal para librar la Guerra Fría, en perjuicio del que debiera haber sido el principal objetivo de la Compañía, la reunión de inteligencia. La falta de ella provocaría algunos fracasos que estaban por venir. Pero esa es otra historia.
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