Ha muerto Hugo Chávez.
Sinceramente, creo que no es hora de sistematizar en este artículo los índices que ilustran el desmoronamiento de una nación en estos trece años de populismo; estos párrafos no son el lugar para describir el incremento de la violencia, el destrozo de una economía o la pauperización de una sociedad que ha visto rotos sus vínculos fundamentales.
Creo, honestamente, que es tiempo de una reflexión seria que comience a modificar ciertas lógicas de aprehensión de la realidad venezolana. Urge ir más allá de una confrontación con la retórica políticamente correcta del progresismo internacional, que insiste en ensalzar a un personaje que nunca demostró ningún apego por los mínimos componentes del Estado de Derecho. También hay que evitar quedarse solo en el repudio del relato de aquellos que pretenderán hacernos creer que hablan con "el fantasma" para seguir con el legado, como si lo natural fuera la continuidad del caudillismo.
Insisto, tengo la convicción de que es hora de desarticular ciertas lógicas que son funcionales a un paradigma que puede desaparecer con el final de Chávez. Es necesario hablar de estas otras cosas para que esta desactivación pueda facilitarse, por el buen futuro del pueblo venezolano, que en definitiva es lo que nos debe importar.
Tenemos la difícil tarea de reflexionar sobre el futuro de la sociedad venezolana. Evidenciar los dislates del régimen chavista es importante, pero no es en lo único que debe centrar nuestros esfuerzos en este momento. Porque es hora de una transición. Lo importante es detectar cuáles son aquellas variables que se deben encender, a fin de que nos encontremos efectivamente en un proceso de transición y no de continuidad, y mucho menos de involución.
Para ello es clave romper la lógica del enfrentamiento civil. Las grandes transiciones se hacen con esa generosidad, sin el "ellos contra nosotros". El objetivo es una sociedad unida con un horizonte de democracia, libertad y justicia social.
La clave de las transiciones que me ha tocado analizar estuvo en que sus protagonistas y sociedades no dijeron "No puedo ganar" y se conformaron con la resignación. Por el contrario, obraron con generosidad, altura de miras y responsabilidad de futuro: no quiero ganarte porque eres de los míos, eres un compatriota y tenemos que construir juntos una nación democrática y justa. En definitiva, construir una sociedad en la que tú y yo seamos parte de lo mismo. Salirnos del guion.
Hay que trascender esa hora infernal de la venganza y llegar a la de la justicia, la concordia, la paz. Y eso, queridos amigos, no es una tarea nada fácil. Todos sabemos que el populismo alimenta y manipula realidades sociales, en eso el difunto fue un gran jugador. Se trata de desactivar esas realidades. Pero precisamente por ello la alternativa democrática de Venezuela deberá ofrecer un gran proyecto de clase media, un gran proyecto de reconciliación nacional, porque el populismo se derrota con una auténtica democracia, con una auténtica libertad y con unos auténticos programas de desarrollo.
No hay transiciones guionadas, ni continuismos hereditarios a la fuerza; sí hay liderazgos con un proyecto, un programa y un torrente de voluntades que estén dispuestas a que la transición se produzca. Todo ciclo político tiene un final, pero también depende de la voluntad de quienes defienden los valores de la justicia y una actuación que privilegie la concordia sobre el odio, la sinceridad sobre la mentira y que entienda que los ciudadanos de una misma nación forman parte del mismo equipo.
La historia nunca está escrita, de eso trata todo esto. Por eso solo el tiempo nos dirá si los imponderables o la actuación madura de quienes desean una Venezuela en paz logran articular un proyecto nacional. Y, por qué no, una verdadera transición democrática, como la que vivieron España o Chile.