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Guillermo Hirschfeld

Francisco tiene trabajo

Si Juan Pablo II fue una pieza clave en el desmoronamiento del comunismo, quizá Francisco pueda desempeñar un rol sustancial en el fin del populismo.

Si Juan Pablo II fue una pieza clave en el desmoronamiento del comunismo, quizá Francisco pueda desempeñar un rol sustancial en el fin del populismo.

La elección del papa Francisco está signada por hitos que han sacudido y entusiasmado al mundo entero: es el primer papa latinoamericano y el primer jesuita. Durante estos días las páginas de los periódicos han estado repletas de alusiones a las características de la persona que ostenta el máximo poder de la institución más antigua del mundo. Se dijo de él que le gusta el fútbol y el tango, que viaja en transporte público, que es austero, que tiene sentido del humor y que es muy cercano.

La noticia no dejó indiferente a nadie. Un papa argentino y jesuita, titulaban las portadas de los principales periódicos del mundo la mañana del jueves. Para los que tenemos pasión por el mundo en español, encontrarnos de pronto con un papa que piensa en español no deja de ser un motivo que nos llena de orgullo y profunda satisfacción. Sin embargo, creo que esa euforia inicial debe dejar paso a una reflexión acerca de cuáles son los retos que tendrían que estar en la agenda del sumo pontífice:

1. Llenar las iglesias. Incrementar el número de católicos en el mundo. La Iglesia necesita hoy más que nunca reunir y agrupar la mayor cantidad de voluntades para poder enfrentar los desafíos que tiene por delante. Es un buen momento para lograr un incremento de la espiritualidad en un mundo sumamente materialista. El nuevo papa controla muy bien este registro, por su origen en la Compañía de Jesús, y comprende que una de las principales misiones de los sacerdotes es la evangelización. Esta cualidad permitiría con el ejemplo poder captar un número de fieles comprometidos con aquellas causas que deberían ser las principales razones de fe. En este sentido, es fundamental enfocar energías, brindar un impulso al catolicismo en los territorios de misión y detener la sangría de desafecciones que se regista en zonas eminentemente católicas como América Latina.

2. Demoler los prejuicios que existen sobre la Iglesia Católica. La progresía internacional y el pensamiento débil ha librado una batalla durante los últimos años para incorporar ciertos tópicos que contradicen la realidad y se repiten como se haría en un mundo orwelliano. Se trata de una misión difícil pero necesaria, que debería realizarse con inteligencia y poniendo de relieve las grandes acciones que la Iglesia despliega en ámbitos tan sensibles como la lucha contra el hambre o la paz en el mundo.

3. Hacer de la Iglesia la abanderada de los valores que más están haciendo falta: esfuerzo, mérito, ética, transparencia...

4. Adquirir protagonismo, con una voz solvente, en los grandes debates internacionales: lucha contra la pobreza, cuidado del medioambiente, importancia de la familia en la sociedad, etc.

5. Tender la mano a cultos con los que la Iglesia Católica comparte raíces, principios y valores, como el judaísmo, para fortalecer los pilares occidentales en un mundo complejo y amenazado por el relativismo moral del multiculturalismo y de otros modelos de aprehensión de la realidad, que colisionan con los derechos humanos, la igualdad entre el hombre y la mujer y, en definitiva, el entramado de principios que nos hace mejores.

Si Juan Pablo II fue una pieza clave a la hora de iniciar el desmoronamiento del comunismo, quizá, por qué no, Francisco pueda desempeñar un rol sustancial en el fin de esa práctica tan perniciosa para Latinoamérica y el mundo que es el populismo, que se vale de los pobres para erigir regímenes profundamente corruptos.

La energía que demostró en Argentina debe centrarlas ahora en desterrar las malas prácticas del Vaticano y del conjunto de la Iglesia. Ser implacable en asuntos como la corrupción económica y el abuso de menores marcará la diferencia entre un papa irrelevante y uno que pase a la historia por sus agallas a la hora de cumplir con el mandato verdadero de Dios.

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