En la República Argentina, gobernada por Cristina Fernández de Kirchner, a los delincuentes comunes se les permite salir de prisión para participar en actos políticos orquestados desde grupos vinculados al poder político. Bajo ese esquema de locura, quien cometió un delito se convierte en militante de la causa que dice gobernar la nación.
En la República Argentina, gobernada por Cristina Fernández de Kirchner, los niños son adoctrinados en la escuela primaria por organizaciones de ultraizquierda como La Cámpora, en realidad un grupo de jóvenes oportunistas que en su mayoría conforman una casta de nuevos ricos a los que les gusta jugar a la revolución con dinero ajeno procedente de las arcas públicas. El sistema trata de licuar la cabeza a los niños, sí, el recurso más preciado y vulnerable de toda sociedad. Despreciable.
En la República Argentina, gobernada por Cristina Fernández de Kirchner, se amedrenta por televisión a periodistas y medios de comunicación díscolos, en un ejercicio contrario a cualquier sistema que se precie de democrático. La libertad de expresión, la más protegida por la Constitución argentina, es vulnerada de manera flagrante y con total impunidad. En esta tragicomedia perversa, se celebran conferencias de prensa en las que los principales funcionarios hablan en cadena nacional como si estuvieran dialogando en una sórdida pizzería. El modelo no solo repugna éticamente, también produce una nausea estética.
En la República Argentina, gobernada por Cristina Fernández de Kirchner, se narcotiza mediante dadivas, premios y prebendas a opinadores que se creen profesionales del periodismo solo por poner la voz impostada y gruesa al defender lo indefendible, desde la falsa autoridad que muchas veces les otorgan credenciales de un pasado ficticio de lucha por los derechos humanos; y es que, como bien recuerda el valiente periodista Jorge Lanata, muchos de ellos bajaron de Sierra Maestra hace quince minutos. La cooptación de voluntades es otro de los tentáculos de este pulpo de la Pampa.
Entre tanto, la violencia está descontrolada, los ciudadanos no pueden hacer con el dinero que ganan más que lo que el poder les indica, la inflación es brutal y, en el último tramo de la chavización, se ha iniciado un proceso de criminalización de la oposición francamente preocupante. El modelo contiene todos los vertidos tóxicos del populismo radical, irresponsable y desnortado que afortunadamente es cada vez más marginal en el resto de una región, donde lo que prima es la sensatez, la moderación y la cordura.
En la Argentina que gobierna Cristina Fernández de Kirchner se intenta dividir la sociedad en mitades irreales. Para ellos se trata de izquierda contra derecha, ricos contra pobres, revolucionarios contra reaccionarios, conservadores y neoliberales. Sin embargo, si bien la nación sí está fracturada, lo está en bandos que el Gobierno no quiere reconocer. La Argentina está dividida entre aquellos que cumplen la ley y aquellos que se sitúan al margen de ella. Este fenómeno trasciende clases sociales, niveles económicos, profesiones e ideologías. Hay, por un lado ladrones, chorros, corruptos, homicidas, impunes y, por otro, millones de individuos que se despiertan todas las mañanas para trabajar, llevar comida a casa, educar a los hijos, proteger a la familia, etc. Estos últimos son los que logran que el país sobreviva a la barbarie.
Esas son las dos Argentinas. Lo otro es verso, inventos, cuentos chinos.
Desde el poder se habla del relato para describir la sucesión de desaguisados que conforman la supuesta narrativa política del modelo. No deja de ser una caricatura grotesca que incorpora elementos del más variopinto pelaje, por ejemplo un esnobismo político frívolo que provoca urticaria, una corrupción galopante y elementos que recuerdan a las peores pesadillas del siglo XX. El relato es una gran mentira en Argentina. Una mentira que soslaya problemas acuciantes: violencia, inflación, falta de libertad, concentración de los poderes públicos...
Con furia en el corazón y de forma increíble, los que queremos a ese gran país nos encontramos con que la Argentina, que tiene alimentos para dar alimentar a diez Argentinas, es presa de un modelo de naturaleza cleptocrática que se apropia del Estado mediante una combinación de corrupción, coacción y capitalismo de amigotes. Solo el tiempo nos dirá si aquellos argentinos que son el motor del país y representan la honradez, el sacrificio y el trabajo prevalecerán sobre la locura desenfrenada de un grupo de mentirosos que sólo piensan en acumular poder y dinero.