Si el actual ministro de Educación, Ángel Gabilondo, considera que "España cuenta con un buen sistema educativo" y que nuestro país "es moderno y desarrollado, gracias, en gran parte, al sector educativo", resulta lógico que haya rechazado todas las propuestas de fondo planteadas por un partido como el PP destinadas a reformar sustancialmente el actual modelo.
Sin embargo, el cinismo de Gabilondo no sólo es capaz de hacer un diagnóstico positivo de la desastrosa situación que padece la educación en España sino también de culpar al PP del hecho de que la propuesta final de reforma de su propio ministerio se limite básicamente a reproducir el modelo existente, con pequeñas modificaciones destinadas a satisfacer a los nacionalistas.
Ya resulta lamentable que Gabilondo se haya negado en ese documento a reconocer el derecho de los padres a escolarizar a sus hijos en español, sea cual sea el territorio en el que vivan. Ya resulta bochornoso que, después de haberse negado a recurrir ante el Tribunal Constitucional la Ley de Educación Catalana, Gabilondo haya adecuado su propuesta de reforma a esa norma autonómica que consagra el secesionismo en materia de enseñanza. También resulta impresentable, en esa línea, que Gabilondo no haya hecho el mínimo esfuerzo por potenciar las enseñanzas comunes, por impulsar un sistema nacional de evaluación, ni siquiera por garantizar el mantenimiento de los cuerpos nacionales del profesorado.
Sin embargo, por criticable que sea todo lo anterior, lo más bochornoso es que Gabilondo tenga la caradura de afirmar que "sin el PP vamos a ir más lento y vamos a ir menos lejos como pais". Y esto lo afirma el impulsor de un supuesto pacto de Estado por la reforma de la educación que margina de él al principal partido de la oposición, que considera que ya tenemos "un buen modelo educativo" y que las únicas modificaciones que introducen son las destinadas a satisfacer a quienes no consideran a España como su país.
Hay que reconocer, con todo, que algunas de las medidas destinadas a satisfacer a los nacionalistas, fundamentalmente a CiU, pueden ser positivas y coincidentes con las reclamadas con el PP, tales como las destinadas a aumentar las exigencias del rendimiento escolar para pasar de curso, fomentar la diversidad de itinerarios o reforzar la autoridad del profesorado. Sin embargo, Gabilondo ni siquiera permite –al menos, por ahora– al PP apoyar esas medidas por separado, tal y como se han ofrecido a hacer los populares en el Parlamento. A esos extremos de sectarismo ha llegado este ministro que finge y juega a ser un hombre de consenso.