Aún muchos tenemos recientes cómo acabaron algunos nacionalistas con los últimos toros de Osborne en Cataluña como para que ahora nos quieran hacer creer que el proyecto de prohibición de la fiesta nada tiene que ver con esa esquizofrénica y liberticida obsesión de los nacionalistas por erradicar de Cataluña todo lo que pueda enturbiar su delirante "hecho diferencial".
"La fiesta de los toros está muy enraizada en Cataluña", ha venido a reconocer el portavoz de CiU en el Congreso Duran i Lleida. Sí pero, ¿desde cuando eso es un obstáculo para los nacionalistas? Más enraizado está el castellano, lengua materna de más de la mitad de los catalanes, y eso no ha sido impedimento para proscribirla del ámbito educativo y de la administración, para mayor gloria de la "construcción nacional" de Cataluña.
Naturalmente no niego que en Cataluña, como en el resto de España, haya partidarios de la prohibición que basan sus liberticidas intenciones, no en cuestiones de identidad, sino en el sufrimiento que supuestamente padece el animal durante la lidia. A estos les recomendaría la lectura del estudio del director del Departamento de Fisiología Animal de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Illera del Portal, que demuestra científicamente cómo el toro es una animal absolutamente especial, "endendocrinológicamente" hablando, y está perfectamente adaptado para la lidia. Y es que todos sus mecanismos hormonales se ponen en funcionamiento de una manera totalmente distinta a la de cualquier otro animal o las personas. Los toros en el ruedo, tal y como demuestra el estudio, liberan betaendorfinas, también conocidas como la "hormona de la felicidad", que bloquean los receptores de dolor en el sitio donde éste se está produciendo hasta que llega un momento en que el dolor y el placer se equiparan, y deja de sentirse dolor.
Eso, por no hablar de la vida que durante años se da el toro antes de la lidia, comparado con la de otros animales contra la que estos antitaurinos no levantan la voz. El sufrimiento de un animal no está en función de quien lo contempla, y naturalmente no pretendo convencer a nadie cuya sensibilidad –o falta de ella– vea en el ritual de la lidia la tortura de un animal. La afición o la aversión a la fiesta de los toros entran de lleno en el campo de la sensibilidad, pero por eso mismo no deberíamos desligarla de la libertad individual.
Lo que sucede es que para los nacionalistas que utilizan la causa de la protección de los animales como excusa, las apelaciones a la libertad individual, a la diferenciación de opinión y de respeto por los gustos, las pasiones y las tradiciones culturales de cada uno son también absolutamente estériles por mucho que se le hayan hecho más de un centenar de cargos electos franceses en contra de la prohibición.
Es conmovedor ver a estos políticos galos dirigirse a los diputados autonómicos catalanes diciéndoles que "que el Estado no debe erigirse en tutor de ciudadanos imponiendo tradiciones o prohibiciones. La norma debe ser el respeto a la diferencia y a la voluntad individual". Me temo que con muchos de los nacionalistas, estos galos "pinchan en hueso".