No les falta razón a quienes, a raíz de las declaraciones de Felipe González en El País, señalan que "él mismo se está poniendo en situación de decir que la famosa X de los GAL era él". Sin embargo, no les voy a hablar de algo que, como la responsabilidad del ex presidente del Gobierno socialista en la guerra sucia contra ETA, doy por descontado, sino del enorme ejercicio de hipocresía que siempre me pareció su práctica por parte de quienes, de forma paralela, se rasgaban las vestiduras ante cualquier requerimiento de endurecimiento legítimo del Estado de Derecho en la persecución de ETA y de su entorno.
Aquella orgía criminal, en la que se malversaron fondos públicos y en la que se asesinó, torturó y secuestró a miembros de ETA y a otras personas que nada tenían que ver con la organización terrorista, fue autorizada por quienes, al mismo tiempo y de cara a la galería, denigraban como una rémora franquista o una muestra de fascismo, no ya la aplicación con todas las garantías jurídicas de la pena de muerte, sino la mera exigencia de la aplicación íntegra de las penas de reclusión a los terroristas con delitos de sangre. Eran los mismos que también ponían a caldo a Manuel Fraga por atreverse a pedir algo como la ilegalización de la entonces Herri Batasuna. Con complejo de "nuevo demócrata", González y los suyos mantenían al Estado de Derecho al ralentí y daban una imagen papanata e impotente de la democracia que la presentaba como incompatible con el aumento de la represión del delito, en general, y del terrorismo en particular.
González ha recordado ahora la nula colaboración antiterrorista que efectivamente en aquella época cabía esperar del Gobierno francés. Pero, al margen de las nulas iniciativas legislativas de su propio Ejecutivo para endurecer la lucha legal contra ETA y su entorno, ¿cuántos reproches, quejas o protestas, dentro o fuera de nuestras fronteras, hizo públicamente el Ejecutivo de González contra el Gobierno socialista de François Mitterrand por su nula colaboración? Ninguna. Y es que entonces lo "progre" era despotricar contra un Reagan o contra una Thatcher pero no contra un Ejecutivo socialista.
A este respecto recuerdo también que, en una operación antiterrorista, los servicios secretos británicos abatieron a tres miembros del IRA en Gibraltar, y que la primera ministra zanjó el asunto diciendo en el Parlamento su célebre "he sido yo". Claro que esa operación antiterrorista nada tiene que ver con el latrocinio y la orgía criminal que se montaron aquí nuestros fariseos.
El caso es que aquel papanatismo estúpido, aquellas erradas y suicidas constricciones de quienes se negaban a poner la ley a pleno rendimiento contra ETA detonaron aquellos estallidos criminales. A mí siempre me evocó la imagen de un puritano fanático que, tras censurar el sexo, incluso en el seno del matrimonio, si no es con el objetivo exclusivo de engendrar un hijo, lo hubieran pillado en un burdel.
En el fondo lo que evidencia el GAL es un profundo nihilismo, una falta de respeto al imperio de la ley y una desconfianza hacia sus enormes posibilidades. No nos extrañe que González autorizara aquella guerra sucia contra ETA tanto como ahora ha avalado la "paz sucia" de ZP.