Nada más lejos de mi intención que quitar gravedad al asunto de Bárcenas o al de cualquier otro caso de corrupción económica que pueda afectar a miembros del PP. Sin embargo, hay otro tipo de corrupción política, que vicia y altera no menos negativamente el funcionamiento de la democracia, y que consiste en la falta de honradez intelectual y en la radical deslealtad de un partido político a su programa, a sus principios, a su ideario y, por tanto, a sus votantes. Este tipo de corrupción, introducido en cosas no materiales, es el que creo que caracteriza y va a seguir caracterizando, por encima de cualquier otro, al Partido Popular bajo la presidencia de un hombre como Mariano Rajoy Brey, a quien creo –por otra parte– absolutamente incapaz de meterse en el bolsillo un solo euro que legítimamente no le pertenezca.
Sin embargo, este tipo de corrupción ideológica también requiere de deshonestidad intelectual y del constante uso de la mentira: mentiras como la de Rajoy cuando dice, en referencia al déficit dejado por Zapatero, que pensaba que el enfermo "estaba resfriado cuando en realidad sufría de neumonía"; y deshonestidad como la que supone el afrontar esa neumonía –auténtica, pero en parte generada por el conocido y silenciado déficit de las autonomías del PP– no con un mayor recorte del gasto público –tal y como hubiera sido predecible con un partido liberal-conservador que se había opuesto a las subidas de impuestos con déficits públicos aun mayores que el de 2011–, sino con un asfixiante incremento de la presión fiscal, que está mermando nuestra posibilidad de recuperación económica sin ni siquiera garantizarnos la debida estabilidad presupuestaria.
Esa falta de honradez intelectual, que anida en esta corrupción ideológica, es también lo que llevó a Rajoy a pactar con Rubalcaba la valoración del comunicado del alto el fuego definitivo de ETA, en la que no se hizo mención de los chantajistas términos a los que se condicionaba ese cese, se silenció la reivindicación que los encapuchados hacían de su historial criminal y se aseguró que el comunicado etarra no era resultado de ninguna "concesión política". Esa misma degradación moral, política e intelectual es lo que anida también en recientes declaraciones de miembros del PP que parecen dar por buena y justa la sentencia del Constitucional que revocó, de forma contraria a derecho, la sentencia de ilegalización de Bildu dictada por el Tribunal Supremo.
Una pequeña muestra, pero muy significativa de esa corrupción ideológica que denuncio, es la persistencia de traductores de lenguas regionales en el Senado. Sin embargo, la degradación ideológica en el PP va mucho más allá de las innumerables cosas que Rajoy, con su mayoría absoluta, no ha querido derogar, pese a haberse opuesto a su promulgación en el pasado. Alcanza incluso a su deber de hacer cumplir la ley, como sucede clamorosamente con el desobediente y secesionista despilfarro de los nacionalistas, ya sea respecto de la lengua, respecto de las consultas separatistas o la no menos vulnerada Ley de Estabilidad Presupuestaria.
Esa corrupción ideológica es lo que hace, por ejemplo, que el partido del Gobierno y FAES sean a día de hoy dos mundos distintos e incomunicados. Es también lo que ya se atisbaba en aquel calentón de Rajoy en que llamó a liberales y conservadores a irse a otro partido.
No faltarán, sin embargo, quienes defiendan esta por mí denostada corrupción ideológica como una muestra de entendible pragmatismo, como una aproximación a la realidad sin prejuicios ideológicos, como una encomiable muestra de elasticidad, rasgo característico de la inteligencia, renuente a cualquier tipo de dogmatismo. Sin embargo, no hace falta haber leído a Berlin, a Popper o a Marías –o tal vez sí– para saber distinguir el saludable rechazo a todo tipo de fundamentalismo de lo que no es más que mera y nihilista carencia de principios.
Naturalmente, todo cambio debe partir de la realidad existente, pero nada cambiará si lo que hacemos es, simplemente, someternos a ella. Y Rajoy, bien por falta de principios o de lecturas, bien por su carácter y su acomodaticia pasividad a la hora de dar la batalla de las ideas, bien por carecer de un modelo alternativo de sociedad o bien por una suma de todo ello, sólo aspira a ser el buen gestor de un modelo estructuralmente insostenible, como es el que le dejó en herencia el anterior presidente del Gobierno.
La continuidad del zapaterismo, ya sin Zapatero, me parece, en definitiva, que es la mayor y más silenciada corrupción que puede atribuirse a este PP presidido por Mariano Rajoy.