Al margen de su obvia naturaleza criminal, si algo demuestra ETA con su fallida masacre del miércoles o el asesinato ayer de dos guardias civiles es que los terroristas no han perdido la esperanza de lograr que un gobierno de España vuelva a sentarse a negociar con ellos. Ante la lamentable falta de certeza que también tenemos muchos españoles de que ningún gobierno de España volverá a dialogar o negociar en el futuro con ETA, hay quienes se engañan tratando de ver esa certeza en la existencia misma de la violencia. Tal parecería el caso del editorialista de El Mundo quien, tras la fallida masacre en la casa cuartel de Burgos, afirma que "el brutal ataque de ayer debe contribuir a que se disipe cualquier conjetura sobre una nueva posible negociación con la banda. Los terroristas han vuelto a poner de manifiesto que son unos fanáticos radicales –"enloquecidos", los llamó ayer el ministro Rubalcaba– y puesto que no atienden a razones, tampoco cabe suponerles capacidad de diálogo".
Y yo me pregunto, ¿acaso no fue también "brutal" y propia de unos "fanáticos radicales" o "enloquecidos" la matanza perpetrada en 1974 en la cafetería Rolando donde ETA asesinó a 12 personas y causó ochenta heridos? ¿Y acaso poco tiempo después, en 1976, el gobierno, representado por Ángel Ugarte, jefe del antiguo SECED, no mantuvo conversaciones con estos "fanáticos" y "enloquecidos" en Ginebra?
¿Acaso no fue también "brutal" y propia de unos "fanáticos radicales" o "enloquecidos" la matanza perpetrada en 1979 en Chamartín y Atocha donde ETA asesinó a siete personas e hirió a un centenar? ¿Acaso no lo fue también la matanza perpetrada en 1986 en la plaza de la Republica Dominicana donde ETA asesinó a 12 agentes e hirió a varias decenas de civiles? ¿Y acaso poco meses después, ese mismo año, los representantes del Gobierno de González no tuvieron sus primeras conversaciones con esos "fanáticos enloquecidos" en Argel?
¿Acaso no fue también "brutal" y propia de unos "fanáticos radicales" o "enloquecidos" la matanza perpetrada en 1987 en el Hipercor de Barcelona, donde ETA asesino a 21 personas –entre ellas cuatro niños– e hirió a 45? ¿Y no lo fue también, ese mismo año, la de la casa cuartel de Zaragoza, donde ETA asesinó a 11 personas –entre ellas, cinco niños– y dejó heridas a 40? ¿Y acaso pocas semanas después los nacionalistas no lograban introducir en el Pacto de Ajuria Enea la cláusula favorable al "final dialogado de la violencia"? ¿Y acaso meses después no hubo nuevas negociaciones en Árgel al máximo nivel entre Vera y Antxon en representación del gobierno de España y de la banda de "fanáticos enloquecidos", respectivamente?
¿Acaso no fue también "brutal" y propia de unos "fanáticos radicales" o "enloquecidos" la matanza perpetrada en 1991 en la casa cuartel de Vic, donde ETA asesinó a 10 personas –la mitad niños– e hirió a una docena? ¿Y no lo fue también la perpetrada en diciembre de 1995 en el madrileño Puente de Vallecas, donde ETA asesinó a seis trabajadores civiles de la armada y dejó heridas a otras 17 personas? ¿Y acaso dos años escasos y medio después, el Gobierno de Aznar –el mismo al que antes habían intentado asesinar estos "fanáticos enloquecidos"– no los pasó a llamar "representantes del MLNV" y, menos de un año después, mantuvo conversaciones con ellos en Zurich?
Dejo al margen el pacto de Estella, las conversaciones en Perpiñán de Carod Rovira, o la infamia perpetrada por el Gobierno de Zapatero para dar cobertura a sus alianzas con los separatistas. Me limito a los errores de los gobiernos previos que, sin negociar políticamente nada, sirvieron de excusa a la infamia de Zapatero de negociar con "fanáticos enloquecidos" –¿o eran "hombres de paz"?– una tregua en el que se habían comprometido precios políticos, al margen de la impunidad.
No, no es la brutal violencia que estamos padeciendo, ni sus consiguientes "treguas", los que nos disipan las dudas sobre futuras conversaciones con ETA. La violencia, tanto como sus ceses condicionales y temporales, lo que demuestran es que ETA no ha perdido las esperanzas en que haya negociaciones de nuevo. Quien tiene que disipar nuestras dudas y acabar con las esperanza de ETA es el Gobierno y una clase política y mediática que deje de ver como posibilidad de paz un diálogo que en realidad supone incidir en el error.