Si no fuera porque la manipulación del lenguaje es algo tan viejo como el lenguaje mismo, podríamos decir que la crisis económica amenaza con desvirtuar el significado de las palabras, muy especialmente en el caso de la austeridad.
Significativo es el caso de Grecia, cuyo Estado no ha dejado en ningún momento de vivir por encima de sus posibilidades y de incumplir los compromisos adquiridos con sus acreedores, a pesar de lo cual se le acusa de haber seguido una política de austeridad. Otro tanto podríamos decir, aunque sea en menor medida, del caso español. El actual presidente del Gobierno accedió a La Moncloa prometiendo situar el déficit público por debajo del 4,4% ya en 2012 y reprochando a Zapatero el haber elevado en cuatro años la deuda pública "desde una confortable cifra del 36% en 2007 hasta superar el 69%".
Pues bien. A pocos meses del final de esta legislatura, y pesar de la traicionera voracidad fiscal de este Gobierno –algo que para algunos también sería muestra de su austeridad–, Rajoy no ha cumplido un sólo año sus compromisos de reducción del déficit –ni siquiera los que ha ido renegociando con Bruselas sobre la marcha– y la deuda pública ya alcanza el 100% de nuestro PIB. Que nuestro sobredimensionado sector público, lejos de reducirlo, haya aumentado el escalofriante ritmo de endeudamiento alcanzado con Zapatero ya es grave; pero peor aun es que a esta política económica se le llame política de austeridad.
No sé si, como advirtiera Confucio, "cuando el lenguaje pierde su significado, la gente pierde su libertad". De lo que estoy seguro es que ya son muchos los que han perdido la capacidad de enjuiciar.