Somos aproximadamente cinco millones quinientos mil los hispanohablantes que vivimos en comunidades autónomas bilingües de España. Nos dicen que somos afortunados por tener una riqueza que para sí quisieran toledanos, cántabros o sevillanos. Por ser de primera y diversos, parecemos destinados a compartir lengua materna con millones de españoles, pero sin poder gozar de los mismos derechos que ellos. Somos exóticos, y llamados a cumplir una misión histórica, la de conservar lenguas.
A pesar de la imposición de lengua en la escuela, y de las imaginativas campañas llevadas a cabo por los gobiernos autonómicos, todos los estudios muestran un descenso del número de niños que tienen las lenguas regionales como maternas, sobre todo los de menor edad (actualmente, en Galicia, tres de cada cuatro pequeños son hispanohablantes). Sin reparar en estas cifras y obviando los beneficios de estudiar en lengua materna, hay partidos de ámbito nacional que avalan la anormalización lingüística, que alaban la inmersión obligatoria. También desde el Consejo de Europa dan voz y cobijo a quienes plantean este tipo de políticas para conservar lenguas, pero cuando se creó en Vigo la sede de la Agencia Europea de Pesca, la primera condición que plantearon sus directivos fue poder disponer de un colegio bilingüe en español e inglés para sus hijos. Y hubo que hacerles un apaño. En cuanto a las personas del resto de España que llegan a Galicia, enseguida se ponen en contacto con nosotros, preocupadas porque no pueden escolarizar a los niños en su idioma, asombradas porque no saben cómo conseguir un simple papelito oficial en español. Los que vivimos aquí y dedicamos a esto mucha energía, ya hemos perdido la capacidad para asombrarnos: tenemos un máster en anormalización, y disculpen ustedes que por segunda vez anteponga el prefijo a la palabreja, pero me cuesta llamarle normal a este deleznable proyecto de ingeniería social.
La diversidad lingüística en un territorio no supone un plus de riqueza, ni una lengua es un bien cultural por sí misma, del mismo modo que un pincel o una paleta de colores no son arte; son instrumentos que pueden servirnos para crear cultura, en función de cómo los utilicemos, según sea nuestra capacidad para crear. Las lenguas cooficiales de España son, ni más ni menos, una realidad que hay que atender garantizando derechos, sobre todo, el acceso a la educación en lengua materna y a información pública sin trabas ni esperas. En todos los territorios de España con lengua cooficial, se han restado derechos a la comunidad hispanohablante en mayor o menor medida, y con las originalidades propias de cada lugar. En Cataluña se han especializado en multas e inmersión obligatoria, en el País Vasco se puede, en teoría, elegir la lengua vehicular, pero se diseñan trabas mil para vaciar de contenido ese derecho. Ahora están exportando el modelo a Navarra.
En Galicia tenemos un híbrido, las asignaturas más interesantes desde el punto de vista léxico están prohibidas en español y se consiente la inmersión en centros con profesorado especialmente motivado. En cuanto a las empresas privadas, se está elaborando un plan para "galleguizarlas" a fuego lento. No podemos ver nada en nuestro idioma en los centros de enseñanza públicos, ni en edificio alguno dependiente de la Xunta de Galicia, ni en una Diputación o un Ayuntamiento, ya sea en documentos, en señales de tráfico, o en publicidad. En Galicia Bilingüe acabamos de ganarle un juicio al Ayuntamiento de Lugo, que había aprobado una normativa tan delirante como las de todas las ciudades, y ya se han ido al Supremo entre aspavientos a ver si les restituyen parte de la "normalización" perdida. En Vigo, el alcalde socialista, Abel Caballero, se atrevió a abrir un poco la mano en abril permitiendo que se pudiera hablar también en español en los plenos, y lleva recibiendo sopapos y un diluvio de recursos desde entonces. Nosotros lo celebramos como los chilenos cuando caen cuatro gotas en el desierto de Atacama.
Hace unos días presentamos en unión de entidades similares de Cataluña, Baleares, Valencia, País Vasco y Navarra, la plataforma Castellanohablantes.es. También colaboran personas de Aragón y de Asturias, lugares dónde comienzan a darle vueltas al asunto lingüístico, algo que no tendría por qué suponer un problema, pero viendo como están las barbas del vecino, algunos han creído que era mejor optar por un remojo preventivo. Cada una de estas entidades que nos hemos unido tiene sus peculiaridades, derivadas de la situación de su comunidad autónoma, pero coincidimos en lo primordial, esto es, reclamar derechos para la comunidad hispanohablante sin restarles derechos a los hablantes de las lenguas regionales.
Hemos comenzado, pues, nuestra andadura, y lo hemos hecho en medio de una campaña electoral en la que a los grandes partidos esta anomalía les parece tan normal que ni la mencionan. ¿Qué hacer para que se le dedique a un problema que afecta a la educación de nuestros niños, a nuestros derechos, a nuestra libertad, y que restringe la movilidad geográfica de las personas de nuestro país, la atención que merece? No hace falta explicar cuál es el fin de estas políticas, cómo los que hablan de diversidad usan las lenguas para restringir, para separar, hasta qué punto esto se ha convertido en un negocio que crea barreras para suprimir la competencia que no soportan los mediocres, y en qué medida la cuestión lingüística es la fuente de uno de los más graves problemas que tiene España en la actualidad. Los grandes partidos han extirpado limpiamente el problema lingüístico de la campaña, como en Galicia se ha esterilizado nuestro sistema sanitario contra el idioma que contagia a los niños. Cerca de la entrada principal del Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo, se pueden encontrar las únicas palabras en español que hay en todo el edificio. Son 15 palabras que han pegado bajo las instrucciones en gallego de la máquina expendedora del turno de cita con los datos del usuario. Las pusieron porque la gente no entendía bien lo que había de hacer, y al personal del hospital le resultaba molesto tener que traducirlo continuamente. La clave para lograr algo en España parece que está en ser molesto. Así han conseguido los nacionalismos llegar a donde han llegado. Habremos nosotros de conseguir ser molestos, pero por despertar conciencias adormecidas con tanta propaganda y desinformación. También habremos de tener el suficiente peso como para que se nos tenga en cuenta. Por ello nuestra intención es crecer y aglutinar a un tejido social al que hasta ahora no habíamos apelado. No lo olviden, somos cinco millones quinientos mil.