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Gina Montaner

Un suspenso para los maestros

Las miradas apáticas de muchos alumnos son el reflejo del vacío de unos profesores a los que no les costó demasiado obtener un título y mucho menos conservar su puesto.

Este lunes el presidente Barack Obama presentará al Congreso un plan para mejorar el pésimo nivel educativo de los estadounidenses. Y lo hace unos días después de que dos importantes publicaciones, el New York Times y la revista Newsweek, dedicaran largos artículos a un problema que viene de lejos.

La portada de Newsweek lo dice todo: sobre una pizarra está escrito con tiza Debemos despedir a los malos maestros. Es verdad que el sistema educativo del país deja mucho que desear y en las escuelas secundarias cada vez se gradúan más chicos y chicas con conocimientos muy deficientes. Se ha estudiado la importancia de la familia, que la tiene y mucha. También se ha insistido en la complejidad de unas instituciones repletas de minorías y muchachos de bajos recursos económicos. Pero, finalmente, a la hora de diagnosticar el principal origen de este mal, los expertos señalan la escasa preparación de una docencia que no está sujeta a evaluaciones y cribas antes de acceder a un estatus vitalicio.

Según los datos publicados en Newsweek, al cabo de dos o tres años a los profesores se les concede empleo fijo, sin haber tenido en cuenta su rendimiento y el resultado con los alumnos. A diferencia de tantos otros trabajos en Estados Unidos, donde incluso hay evaluaciones anuales en el mundo corporativo, en los colegios públicos los educadores tienen asegurado un puesto que puede prolongarse hasta su jubilación. Por ejemplo, en 2008 en la ciudad de Nueva York sólo 3 de 30.000 profesores fijos fueron despedidos por incompetentes.

Uno de los principales obstáculos que impide una mayor movilidad en el campo educativo es el de los sindicatos de maestros, cuyo lobby ha conseguido que, una vez contratados, sea virtualmente imposible despedirlos, con independencia de su récord académico. Siguiendo el mal ejemplo de la Iglesia Católica, cuando los directores de las escuelas detectan entre sus empleados lo que ellos llaman "un limón podrido", la práctica habitual es el traslado a otro centro. Otro dato sospechoso a tener en cuenta: año tras año casi el 100 % de los maestros en Estados Unidos recibe la calificación de "satisfactoria" en la valoración que se les hace.

Se ha dicho muchas veces que los bajos salarios de los maestros no incentivan a los universitarios más competentes a querer seguir la carrera de la docencia. Sin embargo, sólo tendría sentido remunerarlos mejor si, a cambio, se les exigiera una formación mucho más sólida y calificada. A diferencia de Europa, donde obligatoriamente hay que cursar la carrera de magisterio si se quiere trabajar con niños, en Estados Unidos cualquier graduado de College puede acabar enseñando a los más pequeños después de tomar un breve curso de certificación. Sobre todo en la escuela primaria, resulta desolador para los padres acudir a las reuniones y encontrarse con un ejército de personas bien intencionadas, pero con una pobrísima instrucción pedagógica y escasas dotes para proporcionarle a los críos una base sólida.

Si los maestros de enseñanza primaria y secundaria quieren más reconocimiento en la sociedad, se les debería exigir tanto como a los futuros abogados, médicos o scholars que en las universidades deben luchar a brazo partido para obtener una cátedra. Las clases no pueden seguir siendo el refugio de universitarios mediocres sin una vocación clara para la docencia, salvo el afán de asegurarse una labor segura y cómoda. El título de Magisterio debería ser obligatorio para parvulario y primaria, con unos estudios especializados de posgrado en la materia que se vaya a impartir a los adolescentes en secundaria. De lo contrario, no puede haber un estímulo efectivo por parte de un adulto con una educación limitada y sin la obligación de superarse cada curso escolar.

Este lunes Obama hablará de mayores exigencias a las escuelas y sus docentes. Es la oportunidad de llevar adelante un programa de incentivación que motive a los maestros a mejorar su currículum, la calidad de lo que enseñan y cómo lo trasmiten a sus alumnos. Lo que definitivamente tiene que acabar es este sentimiento de impunidad de un profesorado instalado en la modorra vitalicia, cuando el mercado laboral es cada vez más exigente.

Las miradas apáticas de muchos alumnos son el reflejo del vacío de unos profesores a los que no les costó demasiado obtener un título y mucho menos conservar su puesto. Así no se alimenta ni se premia la vocación de los maestros que pueden influir decisivamente en la vida de los más jóvenes.

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