Hace unos días la playa de la ciudad amaneció con un piano de cola sembrado en un banco de arena. Desde entonces nada ha causado más conmoción que la historia de este piano varado como un náufrago sin pasaporte. Ni el asomo de ballenas, escuelas de delfines o el falso canto de sirena de los gentiles manatíes han captado tanto la imaginación colectiva como este instrumento anidado entre dunas.
Los paseantes y deportistas madrugadores descubrieron el piano como quien se tropieza con un animal inerte a orillas del mar. Sorprendidos y maravillados, de inmediato los curiosos elaboraron leyendas en torno al hallazgo que se multiplicaron al comprobar que, además, el piano parecía haber sobrevivido a las llamas de una fogata como un mártir escapado de la inquisición.
¿Acaso había carenado tras el hundimiento de una embarcación? Un elegante piano de cola fugado del desventurado Titanic. Una reliquia que las olas habían devuelto del pasado. A pesar de sus tripas chamuscadas y el abandono al borde de la espuma, no dejaba de ser imponente su figura a contraluz al caer la tarde, como una solemne efigie esculpida en la arena.
Un piano encallado es como un oasis en medio del erial. El sueño que todos hemos tenido alguna vez de despertar y tocar una melodía con los pies bañados en el agua salada. Sentarnos con frac al piano de cola y enmudecer el vocingleo de las radios y sus canciones de verano con un melancólico nocturno de Chopin. Un piano a mano y a disposición de todos para emergencias del corazón antes de lanzarnos al mar.
Como más nos gustaba el piano era con su misterio bien guardado entre las teclas y el lento deshacer de la madera huérfana bajo el sol. ¿Cuánto puede resistir un piano a la intemperie antes de darse por vencido frente a la mirada de los incrédulos? Podrían haber transcurrido años, tal vez incluso siglos, mientras los estudiosos analizaban la procedencia del artilugio y de él se habrían escrito tomos apócrifos con la intención de descifrar su origen y cometido, como un cosmonauta enviado de otra galaxia con un mensaje por descifrar.
Ahora ya sabemos que el piano enterrado no cayó del cielo como un meteorito ni emergió del fondo del océano. Conocemos a sus dueños y los motivos festivos que los llevaron a depositarlo en la costa como un regalo olvidado. La incógnita se deshizo rápidamente en las noticias machaconas y la promiscuidad de YouTube. Sería cuestión de días antes de que el piano desapareciera para siempre del horizonte de todos los días.
Dramática foto de artefacto misterioso posado sobre la arena. Tan inquietante como la estampa de una mujer muda y su hija pequeña junto a una pianola en una playa de Nueva Zelanda. Tres náufragos en la hermosa película de Jane Campion, El Piano, y la imagen clavada para siempre en el recuerdo de la pianista hundiéndose; atada a su instrumento y el enredo de las algas que la arrastran a lo más profundo. Este piano, que es déjà vu de otras quimeras, vino a alterarnos el paisaje y la vida por unos días. Se agradece la locura.