Oficialmente ya entramos en la fase de la Gran Recesión no porque lo haya anunciado la Administración Obama, sino porque en los medios de comunicación ya se emplea este término para definir la gran debacle financiera que atraviesa los Estados Unidos. Al fin y al cabo, lo que se ha demostrado es que el Gobierno es el último en hablar claro a la hora de referirse al estado general de la economía. Antes de que lacónicamente les comunicaran a los americanos que había una recesión, hacía meses que en el seno de los hogares, aquejados por problemas para pagar la hipoteca y las cuentas, ya se sentía en el bolsillo lo que los expertos no se atrevían a nombrar.
Bien, en un artículo publicado en el New York Times dominical se hace un análisis sobre el futuro que le espera a la generación del Milenio, compuesta por hombres y mujeres en la veintena, a punto de graduarse de la universidad y con escasas posibilidades de encontrar trabajo. El pasado viernes se dieron a conocer las cifras de desempleo, que ya ha alcanzado el ocho por ciento, y comienza a ser frecuente tener noticias de amigos o conocidos que han sido despedidos de sus empresas.
Obama todavía vive el periodo de gracia que dura cien días, pero cuando concluya el romance con el electorado el sombrío panorama lo golpeará de frente y sin tregua: la Bolsa continúa cayendo en picado, la crisis inmobiliaria parece imparable y los consumidores simplemente no tienen confianza porque nada invita a salir a gastar. Además, la Guerra en Irak es una realidad que no se ha desvanecido y Afganistán podría ser para este presidente su propio Vietnam. En medio de la incertidumbre y el temor generalizado, ya está en boca de todos lo que se palpa en el desmayado ambiente: el túnel es más largo de lo previsto y de aquí a muchos años nuestros hijos les contarán a sus nietos los avatares de la Gran Recesión que vivieron cuando eran jóvenes y tenían sueños.
Por lo pronto, después de una bonanza en la que durante años las prohibitivas universidades privadas se daban el lujo de revisar con lupa a los candidatos, ahora no saben cuántas familias estarán dispuestas a endeudarse para que sus chicos reciban un diploma de las prestigiosas escuelas Ivy League, elite de la que salieron muchos de los lobeznos que han perpetrado en Wall Street una verdadera masacre especulativa y piramidal. Una licenciatura de Harvard o Yale ya no es un pasaporte seguro al paraíso de los sueldos astronómicos.
La Generación del Milenio, educada con valores de conciencia social y entusiasmada con la biografía ascendente de un presidente que comenzó como "organizador comunitario", está solicitando a entidades como Peace Corps y Teach For America, ofreciendo sus servicios en el Tercer Mundo o enseñando en las aulas de los barrios marginales de Estados Unidos. En una situación incierta, en la que los empleadores están tirando a la papelera los Resumes, incluso hay una alza de seminaristas y aspirantes a escuelas teológicas y talmúdicas. Para muchos, la fe se convierte en refugio y objeto de reflexión en tiempos de vacas flacas.
La Gran Recesión está aquí y no tiene visos de diluirse en los próximos años. El Gobierno aún emplea términos mullidos con la esperanza de que alguien salga a consumir en los quebrados centros comerciales, pero la gente aguarda agazapada en sus casas. Si es que todavía no han perdido sus propiedades.